sábado, 14 de mayo de 2011

EL AMOR EN ORIENTE Y OCCIDENTE

Es complicado amar a la gente real, porque una persona real no va a cumplir tus expectativas. No es su deber. Nadie está aquí para cumplir las expectativas de otra persona, tiene que vivir su propia vida. Y cuando hace algo que va contra ti o no se ajusta a tus sentimientos, a tus emociones, a tu ser, se complica.

Es muy fácil pensar en el amor, pero es muy difícil amar. Es muy fácil amar a todo el mundo. La verdadera dificultad es amar a un solo ser humano. Es muy fácil amar a Dios o a la humanidad. El verdadero problema surge cuando conoces a una persona concreta, chocas con ella. Chocar con ella es ir a través de un gran cambio, y es un gran desafío.

No va a ser tu esclavo y tú tampoco vas a ser su esclavo. Ahí es donde surge el verdadero problema. Si tú vas a ser esclavo o el otro va a ser esclavo, entonces no pasa nada. El problema surge porque nadie quiere hacer de esclavo, y nadie puede ser un esclavo. Todo el mundo tiene libre albedrío... el ser consiste en libertad. El hombre es libertad.

Recuerda, es un problema real, no tiene nada que ver contigo personalmente. Este problema tiene que ver con el fenómeno del amor. No lo conviertas en un problema personal, si no, te meterás en un lío. Todo el mundo tiene que hacer frente, más o menos, al mismo problema. Nunca me he encontrado con nadie que no tenga dificultades en el amor. Tiene algo que ver con el amor, con el mundo del amor.

En Oriente hemos intentado vivir sin amor, renunciar al mundo —que significa renunciar al amor—, renunciar a la mujer, renunciar al hombre, a todas las oportunidades en las que puede florecer una flor. Los monjes jainistas, los monjes hinduistas, los monjes budistas, no pueden hablar con una mujer si están solos; no pueden tocar a una mujer, ni siquiera pueden verse cara a cara. Cuando una mujer les viene a pedir algo, tienen que bajar la mirada. Tienen que mirarse la punta de la nariz para no ver a la mujer ni por equivocación. Porque, quién sabe, quizá se despierte algo... y en las manos del amor, uno es casi impotente.

No se quedan en casa de la gente, y no se quedan mucho tiempo en el mismo lugar porque es posible que surja el apego, el amor. De modo que se van moviendo, vagando y evitando todo tipo de relaciones. Han alcanzado una cierta cualidad de quietud. Son personas que no se alteran, no les atrae el mundo, pero no son felices, no celebran.

En Occidente ha pasado exactamente lo contrario. La gente ha intentado encontrar la felicidad por medio del amor, y esto ha sido la causa de muchos problemas. Han perdido el contacto consigo mismos. Se han alejado tanto de sí mismos que no saben cómo volver. No saben dónde está el camino, dónde está su casa. Se sienten insignificantes, desamparados, y siguen haciendo esfuerzos de amor con aquella mujer, con aquel hombre: heterosexual, homosexual, autosexual. Lo intentan de todas las maneras pero se sienten vacíos, porque sólo el amor te puede hacer feliz, pero no hay silencio en él. Y cuando hay felicidad no hay silencio; sigue faltando algo.

Cuando eres feliz sin silencio, tu felicidad será como una fiebre, una excitación... mucho ruido y pocas nueces. Ese estado febril creará mucha tensión dentro de ti y no conseguirás nada, sólo correr, perseguir. Y un día te das cuenta de que todo ese esfuerzo no tiene sentido porque estás intentando encontrar al otro, pero todavía no te has encontrado a ti mismo.

Los dos caminos han fracasado. Oriente ha fallado porque intentó la meditación sin amor. Occidente ha fallado porque intentó el amor sin meditación. Mi labor consiste en daros una síntesis, un conjunto, que significa amor más meditación. Uno debería ser capaz de ser feliz solo, y también debería ser capaz de ser feliz con alguien. Uno debería ser feliz dentro de sí mismo, y también debería ser feliz en las relaciones. Uno debería tener una casa bonita por dentro y por fuera. Deberías tener un hermoso jardín rodeando tu casa, y también un bello dormitorio. El jardín no se opone al dormitorio; el dormitorio no se opone al jardín.

La meditación debería ser un refugio interno, un altar interno. Siempre que sientas que el mundo es demasiado para ti, puedes ir a tu altar interno. Puedes darte un baño en tu ser interno. Puedes rejuvenecer. Puedes salir resucitado: de nuevo vivo, joven, renovado... para vivir, para ser. Pero también deberías ser capaz de amar a la gente y hacer frente a los problemas, porque un silencio impotente que no puede hacer frente a los problemas no es un gran silencio, no vale mucho.

Sólo debes anhelar y desear un silencio que pueda hacer frente a los problemas pero siguiendo en silencio.

1 comentario:

Tiachelygaia dijo...

Interesante publicación . Muchas gracias.

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