sábado, 5 de octubre de 2013

VIVIR SIMPLE Y NATURAL

Mi mensaje de amor es absolutamente simple; no puede haber nada más simple que él. Pero tu mente es muy compleja, muy truculenta. Hace que las cosas simples parezcan complicadas: ese es su trabajo. Y durante siglos ha sido adiestrada para hacer una sola cosa: complicar tanto las cosas que la vida se haga imposible.

Tu mente se ha convertido en una experta en destruirte, porque tu vida está hecha de cosas simples. Toda la existencia es simple, pero la mente humana ha sido cultivada, condicionada, educada, programada para que las cosas más simples se tuerzan. En el momento en que el mensaje llega a tu mente, deja de ser simple. La mente empieza a interpretarlo, encuentra cosas que no están en él e ignora otras que sí están.

Yo he estado diciendo una cosa y tú has estado oyendo otra, porque no oyes directamente. Existe un mediador, tu mente. En algún sentido es como un censor, impide que muchas cosas entren en ti.

Te sorprendería saber todo lo que impide pasar: un noventa y ocho por ciento. Sólo permite que entre el dos por ciento de lo que se te dice y ni siquiera ese dos por ciento entra en toda su pureza. En primer lugar lo ensucia con sus interpretaciones, con sus experiencias pasadas, con sus condicionamientos, y cuando la mente tiene la sensación de haber comprendido, lo que se ha dicho y lo que se ha oído están en polos opuestos.

Gautama Buda solía contar una historia...; es curioso que todos los grandes maestros hayan utilizado historias. Pero obedece a una causa: cuando se cuenta una historia la mente se relaja, cuando sólo se trata de un chiste la mente se relaja. No hace falta estar tenso o nervioso, sólo se está contando una historia, puedes relajarte.

Cuando se explica algo como el amor, la libertad o el silencio, te pones tenso. Por eso los maestros tienen que utilizar historias sencillas. Quizá al final de la historia se las puedan arreglar para que entre en ti un pequeño mensaje por la puerta de atrás mientras permaneces relajado.

Gautama Buda acostumbraba a decir a sus discípulos después de la charla de la noche: «Ahora id y haced esa última cosa antes de dormir.» Esa última cosa era meditar.

Un día ocurrió que le estaba escuchando una prostituta y también había un ladrón entre el público. Cuando Buda dijo: «Es el momento de que vayáis a hacer la última cosa antes de dormir», todos los sannyasins se fueron a meditar. El ladrón simplemente se despertó. «Pero, ¿qué estoy haciendo aquí?». Era el momento de ir a lo suyo.

La prostituta miró alrededor y sintió que Buda era muy perceptivo, porque mientras pronunciaba aquella frase, le había estaba mirando a ella. Ella se inclinó agradecida porque se le había recordado: «Vete a hacer tus asuntos antes de dormir.»

Un simple frase y tres personas diferentes oyeron cosas distintas. De hecho, debe haber habido más significados porque para algunos la meditación debe haber sido una alegría, y para otros simplemente algo que había que hacer; entonces el significado difiere. Para todos aquellos meditadores el mensaje era el mismo, pero lo que se oyó no podía ser lo mismo.

En toda mi vida no he enseñado nada complicado a nadie. La vida ya es suficientemente compleja, yo no quiero cargaros más. Pero quizá yo haya sido la persona más malinterpretada de este siglo, por el simple hecho de que digo cosas simples que nadie más dice. Yo hablo de lo obvio que todo el mundo ha olvidado, de lo que se da por hecho. Nadie habla de ello.

La mente humana está repleta de equipaje innecesario. En la mente no queda espacio para las realidades que tienes que vivir. Por eso incluso el teólogo más grande es tan confuso en el amor como tú, no entiende la libertad, nunca ha entrado en la distinción entre personalidad e individualidad.

Yo hablo desde el corazón.

No soy un teórico, no hablo desde la mente. Derramo mi corazón en ti, pero si estás escuchándome desde la mente te lo vas a perder.

Si estás dispuesto a abrir otra puerta a tu ser, si estás preparado a escuchar desde el corazón, entonces las cosas que digo son tan simples que no hace falta creer en ellas, porque no hay forma de no creérselas. Son tan simples que no hay forma de dudar de ellas.

Yo estoy en contra de las creencias por la simple razón de que no hace falta creer nada de mi enseñanza. Estoy a favor de la duda, porque mis enseñanzas son tan simples que no puedes dudar de ellas. Todas las religiones del mundo insisten en la importancia de la fe, porque se puede dudar de lo que enseñan. Y todas están en contra de la duda porque la duda destruye todo su edificio.

Yo soy simple y real. No soy metafísico; por eso no hace falta creer en mí. Si me has oído, nacerá en ti una confianza que no es fe, es más parecida al amor; aunque intentes dudar, no podrás. Y cuando no puedes dudar de algo hay una confianza real, sin sombra de duda. Es algo que te transforma simplemente por estar dentro de ti.

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