sábado, 31 de enero de 2015

EL SUFISMO (PRIMERA PARTE)

Es un mundo, pero no una visión del mundo. Es una trascendencia, pero no una filosofía de la trascendencia. No predica ninguna teoría, sencillamente te da consejos prácticos.

El sufismo no es especulativo. Es absolutamente realista, pragmático, práctico. Es práctico, no es abstracto. Por eso no es una visión del mundo. Y tampoco sistematiza el conocimiento, porque no es una doctrina.

Una doctrina es una explicación completa de la existencia. El sufismo no es una doctrina; no tiene una explicación para la existencia, es un camino hacia los misterios de la existencia. No te explica nada, simplemente apunta a lo misterioso. Te guía hacia lo misterioso. El sufismo no desmitifica la existencia. Todas las doctrinas lo hacen: su trabajo consiste en hacer conocido lo desconocido, destruyendo el misterio, destruyendo el milagro. El sufismo te conduce de un milagro a otro, profundizando en la maravilla.

No es una doctrina, porque no da una explicación completa de nada, sólo te da pistas muy pequeñas, momentos de intuición. No hila y teje filosofías; hila y teje historias, anécdotas, metáforas, parábolas, poesías. No es una metafísica, son metáforas. Es un dedo apuntando a la luna. No puedes entender la luna analizando el dedo. Pero si sigues la dirección con interés, si estás en armonía, entonces llegarás a ver la luna. El dedo no es la luna, el dedo no puede ser la luna, sin embargo puede señalar el camino.

Las historias sufíes no son filosóficas. Son sólo suaves indicios, susurros. El sufismo no grita, sólo susurra. Naturalmente, sólo aquellos que están listos para escuchar con interés -no sólo con interés sino con empatía-, sólo aquellos que están dispuestos a abrir sus corazones confiando y rindiéndose pueden en¬tender lo que es el sufismo. Sólo aquellos que son capaces de amar pueden entender qué es el sufismo.

¿Cuál es su mensaje? No es un análisis lógico, ni es tan ilógico como el zen. El sufismo dice que ser lógico es un extremo, y ser ilógico, el otro. El sufismo está a medio camino, ni lógico ni ilógico. No se inclina ni a la izquierda ni a la derecha. No es absurdo. No es lógico como Sócrates y no es absurdo como Bodhidharma. Se dice que Bodhidharma y Sócrates sólo parecen diferentes, pero que sus perspectivas son iguales. De hecho Bodhidharma es más lógico que Sócrates; por eso tropieza con la ilógica. Si vas siguiendo la línea de la lógica, antes o después llegas a un punto en el que ves que la lógica se acaba, pero el viaje continúa. Bodhidharma es un Sócrates que ha hecho todo el camino y ha llegado a ese extremo donde termina la lógica pero la vida continúa. Bodhidharma parece diferente pero su perspectiva es socrática; es intelectual.

El zen está en contra del intelecto, pero estar en contra del intelecto es seguir siendo intelectual. El zen es una antifilosofía, pero ser antifilosófico es ser filosófico: esa es tu filosofía. El sufismo evita los extremos. Sigue el punto medio, el medio exacto, el término medio.

En el zen la palabra clave es, "atención". En el sufismo la palabra clave es "de corazón". Recuerda esto; te aclarará dónde difieren. El zen está en contra de la mente, pero va más allá de la mente a través de ella.

El sufismo no está en contra de la mente, al sufismo la mente le es completamente indiferente. El sufismo está enfocado en el corazón; simplemente no se preocupa de la mente. Es de corazón. Si, al sufí también le ocurre un cierto tipo de despertar. Si llamamos a un despertar en el zen satori, despertar de la mente, entonces tendremos que acuñar un término para el despertar sufí: "despertar del corazón".

El camino del sufí es el camino del amante. El ca¬mino del zen es el camino del guerrero, del samurai. Y por esta diferencia básica en la perspectiva...

Ambas usan cuentos. El zen utiliza los cuentos y el sufismo también, pero sus cuentos tienen un sabor diferente, un tono diferente. El cuento zen es absurdo, es un acertijo, y un acertijo que no puede ser resuelto.

Puedes intentarlo, pero nunca serás capaz de resolverlo. Esa insolubilidad es intrínseca al cuento zen. Tiene que ser absurdo porque es un truco para destruir tu mente, para hacer temblar tu mente. Es una espada... para matar tu mente. Casi te vuelve loco, porque parece que no tiene ninguna solución y tienes que seguir meditando sobre la historia. Es un truco para meditar. La mente da muchas soluciones, pero todas ellas son rechazadas por el maestro. El discípulo llega, día tras día, con nuevas soluciones, y el maestro sigue gritándole: «¡Esto es un disparate! ¡Continúa buscando!».

A veces pasan meses, a veces años, y entonces llega el momento en que el discípulo ve que no hay solución. Y ten en cuenta, si simplemente crees que no hay solución entonces no has entendido la cuestión. Te has dado cuenta de que no existe una solución. En ese estado de no solución, de no conclusión, se produce una trascendencia, un salto, un salto cuántico, has ido más allá de la mente a través de la mente. El cuento zen funciona como una espada que corta el nudo de la mente.

El cuento sufí no es un acertijo, es una parábola. No es una conmoción, no es una espada; es persuasión, es seducción. Es el camino del amante. Es suave, delicado y femenino. El zen es muy masculino, el sufismo es femenino. La historia zen te vuelve loco: a través de la creación de un estado enloquecido de la mente te ayuda a ir más allá. ¡Te vuelve loco! La historia sufí te intoxica poco a poco, pero inevitablemente.

En la historia sufí hay poesía, hay un ritmo. La historia sufí tiene que ser contemplada, no hay que meditar sobre ella como ocurre con la historia. La historia sufí tiene que ser embebida, saboreada como una taza de té, disfrutada en una actitud relajada. La historia zen tiene que ser penetrada con una mente muy concentrada, con una actitud muy tensa, con intensidad. Tienes que enfocar todas tus energías en la historia y olvidarte de todo el mundo; sólo existe ese cuento pequeño y absurdo. Y sabes que no tiene solución, y aun así tienes que poner toda tu energía en él. Y mientras tanto sabes que es absurdo, que no te va a conducir a ningún lado, pero el maestro te dice: «¡Reflexiona! ¡Concéntrate! ¡Presta atención!
¡Fíjate en el acertijo del cuento!».

El cuento sufí tiene que ser escuchado simplemente como un cuento. Los sufíes son grandes contadores de cuentos. Beben té o café, se sientan juntos en un lugar agradable, cálido. Comienza el cuento, el maestro es quien lo cuenta. Y el cuento sólo da vislumbres, pistas, pero muy potentes, muy penetrantes. Todo lo que se requiere por parte del discípulo es que escuche, no atentamente sino con interés, con un corazón abierto, sin ninguna tensión. Hay que disfrutar del cuento.

Cuando lo disfrutas te revela sus misterios. (CONTINUARÁ)

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