sábado, 28 de marzo de 2015

DECIR SI A LA EXISTENCIA

Es difícil decir sí a la vida, porque te han enseñado a decir no. Y el condicionamiento es muy antiguo. Y no sólo está ahí el condicionamiento que no te permite decir sí, hay un mecanismo interno que tampoco te deja hacerlo.

Cuando un niño nace dice siempre sí. Poco a poco, a la vez que comienza a sentirse un individuo, surge el no. Cuando el niño empieza a decir no puedes estar seguro de que acaba de nacer su ego. El ego no puede existir sin decir no, por eso todo niño tiene que decir no. Es una necesidad interna para convertirse en un individuo. Si el niño sigue diciendo sí a todo, nunca se convertirá en un individuo, su ser nunca tendrá ninguna definición. ¿Cómo será capaz de definirlo? El "sí" no te da ninguna definición, el "no" te define. Cuando dices no, sabes que es el "yo" diciendo no. Cuando dices sí, no hay un "yo" en ello.

Cuando dices sí la vida y tú seguís siendo uno. Cuando dices no demarcas una línea, te impones. Ese es el significado de la historia bíblica de Adán desobedeciendo a Dios, decir no. Es una necesidad, de otra forma Adán nunca se hubiera separado de Dios. Nunca hubiera tenido individualidad; hubiera permanecido como algo vago, una especie de nube, algo nebuloso. Tuvo que decir no, desobedecer, rebelarse. Y recuerda, esto no es algo que sucedió en el pasado y sólo una vez; sucede con cada nuevo Adán, con cada nuevo hijo del hombre.

Todos los niños viven en el jardín del Edén durante unos meses, unos años, y luego, poco a poco, tienen que negarse, tienen que rebelarse, tienen que desobedecer. El padre dice: «¡No hagas esto!», y el niño tiene que hacerlo sólo para decir: «Soy yo mismo. No puedes continuar dándome órdenes de ese modo. No soy tu esclavo. Tengo mis propias preferencias, tengo mis propios gustos y mis propias aversiones». A veces el niño hace incluso algo que no le gusta demasiado, pero tiene que hacerlo porque el padre le está diciendo que no lo haga.

Los niños empiezan a fumar cigarrillos; a ningún niño le gusta fumarse un cigarrillo la primera vez, no puede gustarle a nadie. Se le saltan las lágrimas, el niño empieza a toser, le duele la garganta, al corazón no le gusta, pero lo tiene que hacer porque su padre está diciendo: «¡No fumes!». Tiene que ir en contra del padre; esa es la única manera de tener una existencia separada. Debe ir en contra de la madre y, también, del profesor. Hay un momento para cada niño de decir no, y está bien así. No estoy en contra de esto, de otra forma dejaría de haber individuos. Pero después te acostumbras a decir no.

Hay un momento, una estación para decir no, y hay un momento para aprender a dejar ir los noes innecesarios. De otra forma nunca alcanzarás la unidad con lo divino. Entiende sólo de qué se trata: el no te ayuda a separarte de tu padre, de tu madre, de tu familia, de tu sociedad. Es bueno -mientras dura está bien-, pero luego llega un día en que tienes que aprender a decir sí a Dios, sí a la existencia. Si no, permanecerás siempre separado, y la separación produce sufrimiento, crea una especie de conflicto con la vida, una lucha. La vida se convierte en una guerra. Y la vida no debería ser una guerra, debería ser una alegría relajada.

Por eso algún día uno tiene que decir sí.

Tienes miedo de perder tu ego. TÚ te interpones, tu ego se interpone. Y fue bueno que te ayudara a liberarte de tu herencia pasada, tu historia, tus padres, tu familia, tu Iglesia. Es bueno. Su misión ha concluido; ¡has dejado de ser un niño!

Ahora no sigas luchando. No sigas cargando el viejo hábito de decir no, si no, no dejarás de ser infantil.

Mira la paradoja: si un niño nunca dice no nunca crecerá, y si un hombre continúa diciendo no seguirá siendo infantil. Llega un día en que necesitas decir no con todo tu corazón, y otro en que además necesitas abandonar el no.

Te preguntarás: ¿Está bien decir siempre sí?

No, no siempre. El no tiene su propia utilidad. No debe ser una adicción, eso es todo. El no en sí mismo no es malo. Hay momentos en que tienes que decir no y otros en que tienes que decir no y otros en los que tienes que decir sí. Uno debe ser libre de decir sí o no. Uno no tiene que ser adicto ni a la afirmación ni a la negación. La persona libre analiza cada situación y dice sí o no –sea cual sea la respuesta-, según lo que siente en ese momento. Ese sí o ese no, no debe proceder del pasado, de la memoria. No debe ser una reacción, debe ser una respuesta.

Se necesita un equilibrio. No necesitas escoger. Tienes que inhalar y tienes que exhalar, y ambos son necesarios.

Un hombre debe ser libre para decir sí o no. Si estás obsesionado con el sí, no tendrás ninguna individualidad. Si estás obsesionado con el no, sólo tendrás un feo ego. Un hombre es saludable y total si tiene un gran equilibrio entre el sí y el no.

Y decir sí no es siempre correcto; no lo puede ser. Nada es siempre correcto, y nada es siempre malo. Pero te han enseñado ideas fijas una y otra vez: esto es bueno y esto es malo. Los conceptos de bueno y malo cambian, igual que cambian las circunstancias. Ningún acto en sí mismo es correcto o equivocado. Cada situación es nueva, y uno nunca sabe. No cargues con ideas fijas porque son obsesivas. Permanece libre para actuar.

Una persona religiosa es la que responde, la que está libre para actuar en cada situación, aquella cuyas reacciones no son fijas, la que no es mecánica.

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