sábado, 21 de marzo de 2015

LA CLARIDAD MENTAL

Jesús dice: «El camino es derecho pero estrecho». Es muy estrecho. No hay mucha posibilidad de elección, realmente no hay ninguna posibilidad de elección.

El problema es: ¿Cómo hacerlo? Porque la pregunta vuelve a surgir de nuevo: ¿De dónde sacar la motivación?

¿Alguna vez has visto surgir alguna acción en ti sin ninguna motivación? Quizás te des cuenta más adelante, recapitules, reconsideres toda la situación, y pienses que quizás hubo un motivo, pero en el momento del acto no hubo ninguno.

Por ejemplo, vas por un camino y ves una serpiente. No hay tiempo suficiente para pensar. La motivación necesitará tiempo, tendrás que ir a través de un silogismo: tendrás que fijarte en la serpiente, ver si es venenosa o no, peligrosa o no, tendrás que pensar acerca de otras experiencias con una serpiente, y la opinión de otras personas acerca de las serpientes. Tendrás que considerarlo. Y entonces te asustarás y tendrás una motivación: ¿cómo protegerte, cómo saltar, qué hacer?; pero todas esas cosas son sólo imaginarias. Cuando te enfrentas a la serpiente simplemente te quitas de en medio. El salto llega primero; no hay motivación, la acción es total.¡Tú eres la acción! No es que haya un actor y una acción, y que haya una mente entre los dos, un pensar y considerar qué hay que hacer. Simplemente actúas.

Tu casa está ardiendo: corres fuera, no te pones a pensártelo. No hay pensamiento. En un momento de no pensamiento surge la acción: esa acción carece de motivación, a pesar de que si miras hacia atrás, si recapitulas, puedes encontrar un motivo. Ese motivo es creado por la mente. La mente no puede entender nada sin un motivo; la mente es el motivo. Incluso cuando éste no existe, la mente impone un motivo. Más tarde, sentado debajo de un árbol, relajado, pensarás: «He actuado motivado por el miedo. Tenía miedo a la muerte, por eso he saltado». Pero eso es incorrecto, totalmente incorrecto. No había muerte, no había miedo. Simplemente actuaste. El acto surgió de la intuición, no a través del intelecto. La casa estaba quemándose y tú corriste afuera. Fue un fenómeno natural, fue un suceder.

La gente solía ir al Buda una y otra vez y le decían: «Sí, todo lo que dices es correcto, parece correcto, parece racional, lógico. También a nosotros nos gustaría salir de esta rueda de la vida y la muerte, pero tú haces las cosas imposibles. Nos dices: "Simplemente salta sin ningún motivo, porque si tienes algún motivo entonces seguirás en el círculo vicioso de la vida y la muerte. Porque todos los motivos son como los radios de la rueda, de modo que te estarás aferrando. Si tienes cualquier motivo, cualquier deseo, cualquier objetivo, cualquier futuro, estarás recreando una y otra vez el mismo patrón. Sal fuera sin ninguna idea"».

La gente decía: «Lo entendemos. Parece lógico: el mundo no es otra cosa que una proyección de nuestros deseos, por eso si tenemos un deseo -incluso salir de este mundo- eso creará otro mundo, así hasta el infinito, uno detrás de otro. Puedes seguir. ¿Entonces cómo salirte?». Y el Buda dijo: «Basta con que te des cuenta de que la vida no tiene significado. Ten claro que esta vida es ilusoria, que sólo hay miseria y dolor y nada más, agonía y nada más».

Date cuenta de que la casa se está quemando, y entonces no surge el cómo. La persona a la que se le quema la casa no consulta una guía sobre cómo salir de su casa cuando se está quemando. Simplemente encuentra la forma. Salta por la ventana, por la puerta de atrás. No se preocupa de las puertas o de las ventanas, ni de la etiqueta y de la buena educación; en ese momento no son posibles esos lujos. Puedes permitirte esos lujos sólo cuando la casa no está ardiendo y estás descansando en ella, pensando y planeando: «Si la casa estuviera quemándose, ¿por dónde saldría?». Pero ese "si" tiene que estar ahí, entonces puedes considerarlo, meditarlo lánguidamente.

Cuando digo "claridad mental", simplemente quiero decir ver el hecho como es. Si es falso se cae de tu ser por su propio peso; no necesitas tener ningún motivo para dejarlo caer. Nadie ha dejado caer nada, nadie puede dejar caer nada, porque en ese dejar caer está el apego. Tú no puedes renunciar a nada. En la misma renunciación está la atadura.

Piensas: «Vivir con mi familia, estar con mi mujer y mis hijos es una atadura. Obstruye mi meditación. No me deja tiempo ni espacio para buscar a Dios. Debería irme a los Himalayas, debería dejar a mi familia». Puedes arreglártelas para irte, puedes renunciar a tu familia y escaparte a los Himalayas, pero sentado en una cueva en los Himalayas seguirás pensando en tu mujer y en tus hijos, y Dios estará tan alejado como siempre; de hecho mucho más. Cuando estás con tu mujer y tus hijos no necesitas pensar demasiado en ellos. Están ahí, ¿qué necesidad tienes de pensar? Cuando no estén pensarás en ellos continuamente. Entonces todas las alegrías que disfrutaste con tu mujer y con los niños..., tu hijo sonriendo y corriendo en el jardín..., tú sentado junto a tu mujer...; y toda esa nostalgia se te aparecerá de mil maneras, mucho más bellas, más luminosas, mucho más psicodélicas.

¿Qué vas a hacer sentado en la cueva? Pensarás en tu casa, en el calor y en el confort del hogar. La cueva sólo te lanzará de vuelta a tu casa, una y otra vez. La frialdad de la cueva te recordará el calor de tu esposa, el calor de su cuerpo. Sin nadie que se ocupe de ti, sin nadie que te cuide..., te estarás acordando de tu familia continuamente: «¿Qué has hecho de ti?». Y «¿Cómo te vas a perdonar el haber dejado a tus hijos huérfanos?». Eso te torturará, eso te dolerá. Se convertirá en una herida. No serás capaz de olvidar, tampoco de perdonar.

Ésta es una manera estúpida. Nadie renuncia, nadie deja nada, nadie abandona nada. El que comprende se da cuenta de que algunas cosas han desaparecido. En la misma comprensión está la desaparición. Lo sé, viviendo en tu casa, viviendo con tu esposa y tus hijos, llega un momento en que tú dejas de ser un marido y ella deja de ser una esposa. De hecho, cuando dejas de ser esposo y ella deja de ser tu esposa, el amor surge con su mayor esplendor.

Ser un esposo es feo, ser una esposa es feo; es institucional, es legal. Es una especie de contrato. El matrimonio es feo. Llega un momento de comprensión en que el matrimonio simplemente desaparece. Y tú sabes, ¿cómo vas a convertirte en el dueño de una mujer? La idea misma es violenta, egoísta. ¿Cómo puedes poseer a una mujer? ¿Cómo puedes reducir a una hermosa mujer a una fea esposa? Ella recupera su libertad nuevamente, deja de estar en una jaula llamada matrimonio; tú vuelves a ser libre, dejas de ser un marido, ambos comenzáis a volar en el cielo, libres. Dejáis de estar enjaulados. El matrimonio ha desaparecido, el cielo del amor se abre.

Esa es la forma de librarse de la atadura: no es renunciando a las personas que amas, es renunciando a las cosas feas que has reunido alrededor de las personas que amas. Y esa renuncia surge de la claridad transparente.

¿Cómo puedes decir: «Éste es mi hijo»? Todos los hijos son hijos de Dios. Si estás en tus cabales, ¿cómo puedes declarar: «Éste niño es mío»? Él viene a través de ti, eso es verdad, tú has sido un pasaje para él, pero no te pertenece, no puedes poseerlo. Puedes amarlo, celebrar que vino a ti, pero no puedes convertir esa circunstancia en una forma de poder sobre el niño. La comprensión transforma las situaciones.

Sólo trata de entender qué es lo que estás viviendo, qué es tu vida. Mírala en profundidad, obsérvala en profundidad. No hay prisa en cambiar nada. Nunca tengas prisa en cambiar, deja sólo que tu percepción profundice. Viendo que algo es falso, te liberas. Y saber que lo falso es falso es saber que la verdad es verdad. Viendo lo falso como falso, tus ojos empiezan a ir hacia la verdad.

Eso es lo que pretendo decir cuando digo que la iluminación surge de la no elección. Carece de motivación. Viendo la futilidad de todos los tipos de motivaciones, se produce.

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