sábado, 19 de diciembre de 2015

ESCAPANDO DE LA REALIDAD

Normalmente, sigues a la multitud. Resulta conveniente, cómodo; es como un sedante. Con la multitud no necesitas preocuparte; la responsabilidad recae en la multitud. Puedes dejar todas las preguntas a los expertos. Y puedes fiarte de una larga tradición, la sabiduría de los siglos. Cuando tanta gente está haciendo lo mismo, es más fácil imitarles que hacer lo que tú quieres, porque una vez que empiezas a hacer lo que tú quieres, surgen a dudas: quizá... ¿vas bien o mal? Con una gran multitud que hace lo mismo, te haces parte de ella. Nunca surge la pregunta si vas bien o mal. “Tanta gente no puede estar equivocada –sigue diciendo la mente-, deben de tener razón. Y han estado haciendo lo mismo durante tantos siglos; debe haber algo de verdad en ello”. Si surge en ti la duda, entonces esa duda es culpa tuya. Durante siglos y siglos una multitud ha estado haciendo cierta cosa. Uno puede seguir fácilmente, imitar. Pero en cuanto imites a otros, nunca podrás saber quién eres.

En lengua malaya hay una palabra, lattah. Es muy bella. La palabra significa: la gente imita a los demás porque tiene miedo; por miedo, la gente imita a los demás ¿Lo has observado? Si estás sentado en el teatro y de pronto hay fuego en el teatro y la gente echa a correr, seguirás a la multitud, donde quiera que vaya. Sucede cuando un barco se está hundiendo; el mayor problema es éste: que toda la multitud corre en una dirección, se juntan en un lado, lo que hace que el barco se hunda antes.

Cuando te asustas, pierdes individualidad. Entonces no hay tiempo para pensar y meditar, entonces no hay tiempo para decidir por ti mismo; hay poco tiempo y se necesita una decisión. En momentos de miedo, la gente imita a los demás. Pero, normalmente, también vives en lattah, vives en un estado de miedo continuo. Y a la multitud no le gusta que seas diferente, porque eso crea sospechas también en la mente de otros.

Si una persona va contra la multitud –un Jesús o un Buda-, la multitud no se siente bien con ese hombre, la multitud lo destruirá; o, si la multitud es muy culta, lo adorará. Pero ambas cosas son lo mismo. Si la multitud es un poco salvaje, inculta, Jesús será crucificado. Si la multitud es como los indios, muy culta, con siglos de cultura, de no violencia, de amor, de espiritualidad, adorarán a Buda. Pero al adorarlo están diciendo: Somos diferentes; tú eres diferente. No podemos seguirte, no podemos ir contigo. Eres bueno, muy bueno, pero demasiado bueno para ser verdad. No eres uno de nosotros. Eres un dios, te adoraremos. Pero no nos perturbes; no digas cosas que puedan trastornarnos, que puedan alterar nuestro placentero sueño.

Matar a un Jesús o adorar a un Buda, ambas cosas son lo mismo. Se mata a Jesús para que la multitud pueda olvidar que existió un hombre así, porque si ese hombre es de verdad... Y este hombre es de verdad. Todo su ser está tan lleno de gozo y bendición que es de verdad; porque la verdad no se puede ver, sólo se puede sentir la fragancia que surge de un hombre verdadero. Ese gozo lo pueden sentir los demás, y esa es la prueba de que ese hombre es de verdad. Pero si este hombre es de verdad, entonces toda la multitud está equivocada, y eso es demasiado. La multitud no puede tolerar una persona semejante; es una espina, dolorosa. Hay que destruir a ese hombre, o adorarlo, para así poder decir: Tú vienes de otro mundo, no eres uno de nosotros. Eres un bicho raro, no eres normal. Puede que seas la excepción, pero la excepción tan sólo confirma la regla. Tú eres tú, nosotros somos nosotros: seguiremos nuestro camino. Está bien que hayas venido –te respetamos muchísimo-, pero no nos molestes. Pones al Buda en el templo para que no tenga que venir al mercado; si no, creará problemas.

Vas siguiendo a los demás por miedo. No te puedes hacer un individuo por miedo. Abandona el miedo, porque es una búsqueda tal que entrará en peligro, tendrás que tomar riesgos. Y la sociedad y la multitud no se van a sentir bien. Y la sociedad te creará todo tipo de dificultades, para que puedas volver en ti y volverte normal de nuevo.

Lo primero que os digo acerca del hombre es que está más interesado en imágenes que en la realidad, más interesado en su imagen que en sí mismo. Y la segunda cosa básica sobre el hombre que hay que recordar es: el hombre es el único animal que está erguido, el único animal que camina con sus dos piernas traseras. Esto ha creado una situación muy única para el hombre.

Los animales caminan con sus cuatro patas. Sólo pueden mirar en una dirección. El hombre se alza sobre sus dos pies, puede mirar en todas las direcciones simultáneamente. No necesita girar todo su cuerpo; simplemente girando la cabeza puede mirar en todas las direcciones. A causa de esta posibilidad, el hombre se vuelve un escapista. En cuanto hay un peligro, en vez de luchar y confrontar el peligro, se escapa. En la misma situación en la que el animal tendría que enfrentarse al enemigo, el hombre trata de escapar. Todas las direcciones están disponibles. El enemigo viene del norte –hay un león ahí-; ahora bien, todas las direcciones están disponibles para el hombre; puede huir, puede escapar.

El hombre es el único animal escapista. No hay nada de malo en ello en lo que respecta a luchar con los animales, el hombre ya ha estado en la naturaleza salvaje durante mucho tiempo. Y aún sigue escapándose de los leones y de los tigres; debe de haber tenido grandes experiencias en el pasado. Pero ese escapismo se ha convertido en un mecanismo profundamente enraizado en el hombre. Y sigue haciendo lo mismo con las cosas psicológicas.

Si hay miedo, en vez de confrontarlo va en otra dirección, reza a Dios, pide ayuda. Al sentir la pobreza, en la pobreza, en vez de enfrentarse a ella, va acumulando riquezas, para así poder olvidar que se siente pobre por dentro. Al ver que no se conoce a sí mismo, en vez de enfrentarse a esta ignorancia, va recogiendo conocimientos, como un loro, y va repitiendo cosas prestadas.

Todo esto son escapes. Si realmente quieres enfrentarte a ti mismo, tendrás que aprender a no escaparte. Llega la ira; no te escapes de ella. Cuando te sientes enfadado, comienza a hacer algo para estar ocupado. Por supuesto, si tu energía se mueve en otra dirección, la ira se reprime. No le das ninguna energía; vuelve a caer en el inconsciente. Pero se vengará; tarde o temprano encontrará una oportunidad de nuevo y saldrá de manera desproporcionada con respecto a la situación.

Si surge en ti el sexo, empiezas a hacer otra cosa, empiezas a repetir un mantra. Pero todo eso son escapes. Y recuerda: la religión no es un escape. Las religiones que conoces son todas ellas escapes; pero la religión de la que yo hablo no es un escape, es un encuentro. Hay que enfrentarse a la vida. Todo lo que se presente ante ti, tienes que examinarlo en profundidad, porque esa profundidad misma se convertirá en tu autoconocimiento.

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