sábado, 19 de noviembre de 2016

EL CONOCIMIENTO

El conocimiento no es posible aquí donde estoy. Solamente queda el conocedor; lo conocido ha desaparecido. Solamente queda el continente, el contenido ha desaparecido. Para que exista el conocimiento se necesita realmente una gran división: el conocedor y lo conocido. Entre los dos, surge el conocimiento. Lo conocido es un requisito para que el conocimiento se dé.

El espacio en el que yo estoy, es absolutamente indiviso e indivisible. No es posible el conocimiento. Así que, para ser exactos, yo no sé nada.

Y me gustaría que tú también llegaras a esta inocente ignorancia, a este estado en que no sabes nada. Porque este estado de ausencia de conocimiento es el más alto estado de sabiduría; no de erudición, ¿oyes?, de sabiduría. Y esta sabiduría no posee contenidos. No es que sepas sobre algo; no hay nada que saber. Simplemente eres. Yo soy, pero no sé quién soy. Todas las identidades han desaparecido; solamente queda detrás un tremendo vacío.

Lo llamo vacío porque tú estás lleno de identidades, si no, sería una absoluta presencia, no una ausencia. Es la presencia de algo, que por su propia naturaleza es un misterio y no puede ser reducido a conocimiento.

Por eso no sé quién soy, pero estoy tremendamente satisfecho de no saberlo. Y todo aquél que ha llegado a la puerta del no-saber, se ha reído de toda la erudición y de toda la estupidez que gira en torno al conocimiento. La erudición, el conocimiento, es algo mediocre. Estar en el estado de ausencia de conocimiento es inteligencia, es consciencia. Y no es acumulativo. A cada momento que aparece, desaparece. No deja ninguna pista tras de sí, ninguna pista existencial. Uno sale de él, puro de nuevo, de nuevo inocente, de nuevo como un niño.

Por esto soy un niño a la orilla del tiempo, coleccionando conchas, piedrecillas de colores. Pero estoy tremendamente satisfecho. No sé quién soy porque yo no soy. Cuando digo que «yo no soy», quiero decir que ese «yo» ha dejado de tener importancia. Empleo la palabra, y obviamente he de usarla y no existe ningún impedimento para ello, pero ha dejado de tener importancia para mi mundo interior. Contigo aún es de utilidad, pero cuando estoy solo, no soy. Cuando estoy contigo, entonces se ha de emplear esa palabra, «yo», como truco para comunicamos, pero cuando estoy solo, «yo» no existo. La soledad está presente, la cualidad de «ser» está presente, pero el «yo» no está ahí. Por eso, ¿quién debería saber? ¿Y qué?

Antes te dije que el contenido había desaparecido, ahora quisiera decirte pues cuanto más dispuesto y receptivo te encuentras, más cosas puedo decirte, que el continente también ha desaparecido. El continente solamente es signifi¬cativo en función del contenido; sin el contenido ¿qué significado tiene el continente? Ambos, el contenido y el continente, ya no están ahí. Hay algo, algo tremendo, verdaderamente hay algo, pero no es posible nombrarlo. Sumido en el amor, lo llamas «Bhagwan» y con un profundo respeto yo también lo llamo «Bhagwan».

«Bhagwan». La palabra «Bhagwan» es muy bella. La palabra inglesa «Dios», no es tan bella. «Bhagwan» simplemente significa, «aquél que ha sido bendecido». Eso es todo. El bendecido. Y yo me declaro a mí mismo como «el que ha sido bendecido». Y lo declaro así solamente para que te llegue al corazón y te esfuerces por ello, de modo que mi presencia pueda crear un sueño en ti, de modo que mi presencia sea capaz de incitarte a viajar, de modo que mi presencia pueda crear un fuego en ti, un fuego que te abrasará y a través del cual vas realmente a renacer. Un fuego que va a destruirte, a aniquilarte totalmente, y aun así, a través de él surgirás absolutamente nuevo, sin identidad, sin nombre, sin forma.

Me he declarado a mí mismo «Bhagwan» porque me gustaría que también tú llegarás a este reconocimiento. Has olvidado el lenguaje. Ha de haber algo delante de ti que sea una realidad, que exista no como concepto, no como alguien de las escrituras. Krishna existe en el Gita, Cristo existe en la Biblia. Puede que hayan existido o puede que no hayan existido, nadie puede tener una certeza absoluta.

Yo estoy simplemente aquí, retándote. Si eres suficientemente valeroso como para abrirte a mí, de repente un brote empezará a salir de tu semilla, empezarás a crecer hacia una dimensión desconocida. Para hacer esta dimensión asequible a ti.

Pero solamente me puedo declarar «Bhagwan», porque «no soy». Solamente uno que «no es» puede llamarse a sí mismo «el que ha sido bendecido».

Si tú «eres», sigues sufriendo, tu mismo ser es tu aflicción. El infierno no está en ninguna otra parte; el infierno es el estado de confinamiento, el infierno es el estado de aflicción que se da cuando vives en el «yo». Vivir con el ego es vivir en el infierno.

¡Alégrate de que yo esté aquí! Si decides ser un discípulo, entonces solamente tú podrás comprender lo que estoy haciendo aquí, entonces solamente tú podrás comprender este loco juego, este juego locamente loco. Es un juego, de hecho es el juego supremo en la vida. Has jugado otros muchos juegos. Este es el último. Has jugado a ser amante, a ser amigo, a ser padre, a ser marido, a ser una esposa, una madre, un hermano, a ser rico, a ser pobre, a ser el líder, a ser un seguidor; has jugado todos los juegos. Y solamente aquellos que han jugado todos los juegos son capaces de jugar este juego, porque son lo suficientemente maduros cómo para jugarlo.

Este es el último juego. Después de este juego, no hay más juegos, se deja de jugar a juegos. Una vez has jugado correctamente el juego, el juego del Maestro-discípulo, poco a poco llegas a un punto donde desaparece todo jugar. Solamente quedas tú. Ahí no existe ni el Maestro ni el discípulo. Es solamente una estratagema.

Entre el Maestro y el discípulo, si se siguen adecuadamente las reglas del juego, surge la devoción. Esa es la fragancia, el río que fluye entre las dos orillas que son el Maestro y el discípulo. Por eso es que le es tan difícil a uno del exterior el comprenderlo. Pero a mí no me interesa en absoluto que uno ajeno lo comprenda; es un juego muy esotérico. Solamente es para los que están dentro, solamente es para los locos. Por eso es que no estoy interesado en contestar a la gente que no son del círculo, porque no entenderían. No tienen esa actitud del «ser» en la cual la comprensión se hace posible.

Simplemente observa. Si dos jugadores de ajedrez están jugando y tú desconoces lo que es jugar al ajedrez y empiezas a plantear preguntas, simplemente te dirán, «¡Cállate! Primero aprende a jugar, Es un juego complicado».

iY el ajedrez no es nada comparado con esta locura de juego! Tu vida al completo, tus emociones, tus sentimientos, tu intelecto, tu cuerpo, tu mente, tu alma, todo se halla implicado, todo está en juego. Es la última aventura.

Por eso, solamente aquellos que están dentro pueden entenderlo; los del exterior siempre se sentirán incómodos con ello. Desconocen el lenguaje.

No estoy aquí para jugar al juego del sacerdote, no estoy aquí para jugar al juego del profeta. De hecho, el profeta no es más que el político disfrazado. El lenguaje del profeta es el lenguaje del político, aunque sea, desde luego, en nombre de la religión. El profeta es revolucionario, desea cambiar al mundo, al mundo entero, según el deseo de su corazón. Yo no tengo planes para cambiar al mundo. Está perfectamente bien tal y como ésta. Y va a seguir tal y como es. Todos los profetas han fallado. Ese juego, está condenado a ser un fracaso.

No soy un sacerdote porque no pertenezco a religión alguna; simplemente pertenezco a la religión tal cual es. No soy un judío, no soy un hindú, no soy un cristiano, no soy un musulmán, no soy un jaino, no pertenezco a ninguna religión. Por eso no soy un sacerdote, no soy un predicador. Sencillamente amo la pura religión.

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