sábado, 11 de agosto de 2018

EL FLUJO DE LO NATURAL


Si un león mata por su comida, no existe el que mata, no hay violencia. Es un fenómeno simple: hambre en pos de comida. No hay nadie hambriento, sino simplemente hambre; un mecanismo para encontrar comida, sin violencia. Solamente el hombre es capaz de ser violento porque solamente con el hombre aparece el que actúa. Tú eres capaz de matar sin sentir hambre, pero un león nunca mata si no siente hambre, porque en el león el hambre es la que mata, no el león. Un león nunca matará por placer. No existe algo así como la caza para un león. Esta solamente existe para el hombre. Tú eres capaz de matar por placer, por diversión. Si un león se siente satisfecho, no existe la violencia, no existe la división, ni el juego, ni nada. Es un producto del hambre. El que obra no está presente.

La naturaleza existe como un auténtico fluir cósmico. En este fluir Adán se conciencia de sí mismo y se vuelve consciente porque come del fruto prohibido del conocimiento. El conocimiento estaba prohibido. El mandato rezaba, “No comerás del fruto del Árbol del Conocimiento”. Adán lo infringió y luego no pudo volver atrás. Y la Biblia dice que todo hombre deberá sufrir por causa de la rebeldía de Adán, porque en cierto modo, todo hombre es de nuevo un Adán.

Pero tú no has de sufrir por ello. ¿Cómo vas a tener que sufrir por algo que hizo otro? Pero ésta es una historia que se repite cada día. Cada niño ha de ir desde el Jardín del Edén hasta la expulsión. Todo niño nace como un Adán, y luego es expulsado. Por eso existe tanta nostalgia en los poetas, en los pintores, en los literatos. En todos aquellos que son capaces de expresarse, existe siempre una cierta nostalgia. Creen que la edad de oro fue la infancia.

Todo el mundo opina que esa infancia fue algo grande, utópico, y todos desean volver a ella. Incluso un anciano en su lecho de muerte se acuerda de su infancia con nostalgia: de su belleza, de su felicidad, de su dicha, de las flores, de las mariposas, de los sueños, de su magia. Todo el mundo está en el País de las Maravillas cuando es niño; no solamente Alicia, sino todo el mundo. Y este recuerdo persiste.

¿Por qué es la infancia algo tan hermoso, tan dichoso? Porque eras todavía una parte del flujo cósmico, sin responsabilidades, con absoluta libertad, sin consciencia, sin cargas. Existías, no como si tuvieras alguna misión que cumplir, sino que más bien, estabas simplemente ahí, y luego apareció el ego y llegó el conflicto y la lucha. Entonces todo se convirtió en una responsabilidad y cada instante fue una esclavitud sin libertad.

Los psicólogos dicen que la religión es solamente un reflejo de esta nostalgia, del deseo de volver a la infancia. E incluso van más allá. Afirman que en último término todos ansiamos estar en el vientre de la madre porque cuando estabas en su vientre eras verdaderamente una parte del Cosmos. El Cosmos te estaba alimentando. No necesitabas por tu parte ni siquiera respirar. La madre respiraba por ti. No eras consciente de la madre; no eras consciente de ti mismo. Estabas allí sin consciencia.

El vientre es el Jardín del Edén. Así, todo hombre nace como un Adán y todo hombre ha de comer del fruto prohibido del conocimiento, porque al crecer, creces en conocimiento. Eso es algo inevitable. Por eso no es que Adán se rebelase. El rebelarse es parte del proceso del crecimiento. No podía hacer otra cosa: tuvo que comer del fruto. Cada niño ha de rebelarse, ha de comer del fruto. Cada niño ha de rebelarse, ha de desobedecer; la vida lo exige. Ha de alejarse de la madre, del padre. Suspirará por ello; una y otra vez lo deseará y soñará, pero aún así se irá alejando. Es un proceso inevitable.

Se pregunta, “¿Cuál es el significado real que oculta este sentimiento?”. Este es el significado: el conocimiento te proporciona el ego; el ego te da el poder de comparar, de enjuiciar, te da la individualidad. No eres capaz de pensar en ti mismo como en un animal. El hombre ha hecho todo lo posible para esconder el hecho de que él es un animal. ¡Ha hecho todo lo posible! Cada día nos esforzamos por ocultar que somos animales, pero somos animales, y ocultando el hecho, la evidencia no es destruida; más bien se convierte en una realidad pervertida. Por eso siempre que esa oculta perversión emerge, el hombre demuestra ser más animal que los propios animales. si eres violento, no hay animal que pueda competir contigo. ¿Cómo va a poder competir? Ningún animal sabe nada de Hiroshimas, de Vietnams. Solamente el hombre es capaz de crear un Hiroshima. No hay comparación posible.

Todos los animales, en cualquier época, no han hecho más que nimiedades en comparación con Hiroshima. Su violencia es algo nimio. Esta es una violencia acumulada –escondida, acumulada-. Seguimos ocultando y luego acumulando violencia. Y cuanta más acumulamos, más avergonzados nos sentimos porque sabemos qué es lo que ocultamos dentro. No podemos escaparnos de ello.

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