sábado, 14 de marzo de 2020

LA PARADOJA DEL ZEN


El zen es paradòjico porque la vida es paradójica, y el zen es un simple reflejo de la vida.

El zen no es una filosofía. Las filosofías nunca son paradójicas, sino muy lógicas, porque son construcciones mentales. El ser humano las fabrica. Son artificiales, hechas a medida, con una disposición lógica, cómoda, de manera que puedas creer en ellas. Todo lo que va en contra de la construcción se ha abandonado, cercenado, descartado.

Las filosofías no reflejan la vida tal cual; seleccionan entre la vida. No están crudas, sino que son construcciones culturales.

El zen es paradójico porque no es una filosofía. El zen no se ocupa de qué es la vida, sino que sea lo que sea debe reflejarse tal cual es. No hay que elegir, porque desde el momento en que eliges todo se torna falso. La elección causa la falsedad. No elijas. Permanece impasible serás libre.

Pero lo que haces es lo siguiente: te enamoras de una mujer y empiezas a elegir… y al poco tiempo estás metido en grandes problemas. No ves a esa mujer tal cual es, sino que sólo ves lo bueno, pasando por alto lo que no lo es. En ella hay mil y una cosas: unas cuantas buenas y unas cuantas malas, así es como está hecha la gente. Dios nunca hace buenos o buenísimos; serían muy aburridos y espesos, no tendrían fibra, ni sangre en las venas. Dios hace gente viva, y cada persona cuenta con algo que te gusta y con algo que no. ¡Porque no la hacen especialmente para ti! No la han hecho para ti, no ha salido de una cadena de montaje. Es única. Él es él mismo y ella es ella misma.

Cuando te enamoras de una mujer, empiezas a elegir. Pasas por alto muchas cosas. Sí, a veces te das cuenta de que se enfada, pero lo pasas por alto, haces como si ni lo vieses. Sólo ves a la diosa, pero no ves a la bruja. ¡Pero la bruja está ahí! Ninguna diosa puede existir sin la bruja; sino la diosa no tendría ningún valor. Sería demasiado buena para ser disfrutada, para ser amada. Y tú no quieres venerar a una mujer, sino amarla. Quieres que una mujer sea humana, no una diosa.
Pero eso es precisamente lo que haces. Pretendes. No quieres ver los factores negativos; empiezas a elegir. Creas una imagen de la mujer que es falsa, que no es verdadera. Tarde o temprano empezarás a sentirte frustrado porque tarde o temprano a realidad de la mujer entrará en colisión con la imagen que te has creado. Y empezarás a sentir que te han engañado o timado, como si esa mujer te hubiese engañado a propósito.

Pero nadie te ha engañado. Tú has sido el autor de todo tu drama. Tú te las has apañado para auto engañarte porque empezaste a elegir. No viste a la mujer tal cual era, como la reflejaría un espejo. Sí, en ella hay cosas hermosas, pero también horribles, porque la belleza nunca existe sin la fealdad, ni la fealdad sin la belleza. Coexisten. Son dos aspectos de la misma moneda.

A veces la mujer era realmente dulce y otras muy amarga. Si te has fijado en ambas cosas te habrá resultado difícil, porque te resultó paradójico. Todo eso no encaja en tu lógica aristotélica. Parecía ilógico: ¿cómo es posible que una mujer sea ambas cosas? A veces te amaba y a veces te odiaba; de hecho, cuando más profundo era su amor, más profundo era también su odio. A veces estaba dispuesta a morir por ti, y en ocasiones lo que quería era matarte. Una mujer es una energía feroz, igual que un hombre.

Pero te has fabricado un cuento de hadas. Has elegido unas partes y has desechado otras, y te has creado una imagen, que no durará. Una vez finalice la luna de miel, la realidad se impondrá por sí misma. La realidad no puede ser derrotada por tu imaginación y tus ensoñaciones. Tarde o temprano hay que acabar ocupándose de la realidad. Sí, puede posponerse durante un tiempo, pero no para siempre. Y cuando la realidad se impone…

Se irá imponiendo día a día. Cuando un día conoces a una mujer en la playa, es alguien totalmente distinto. Tú también lo eres. Un encuentro de una hora. Ella está preparada para ello, está lista. Lo ha ensayado, se ha pasado horas frente al espejo. Pero no hallarás a la misma mujer si empiezas a vivir con ella veinticuatro horas al día; le resultará imposible estar lista y acicalada. Poco a poco empezará a olvidarse de ti. Sólo se preparará cuando vayáis al cine, sino ni se molestará.

Entonces empezarás a ver otras cosas, que nunca estuvieron ahí. las pequeñas cosas de la vida, las trivialidades, se irán imponiendo. Ella empezará a discutir por nimiedades, y tú también. Las nimiedades desencadenan rabia, molestias y peleas. Pero en la playa no viste nada de todo eso. En la playa sólo viste la luna llena y las olas. En la playa esa mujer no se puso a discutir contigo; decía amén a todo lo que tú decías, y tú asentías a todo lo que ella decía. Estabas tan dispuesto a decir sí que el “no” no era posible.

Pero el “no” no puede esperar para siempre. Acabará manifestándose, asomando a la superficie. En el momento en que aparece el “no”, tu imagen salta hecha pedazos. Y entonces crees que esa mujer es injusta contigo.

Este ejemplo no sólo puede aplicarse a hombres y mujeres, sino que es toda la historia de la filosofía. Toda filosofía hace lo mismo. Toda filosofía elige unas pocas cosas de la realidad e intenta permanecer ajena al resto. Y por ello, toda filosofía tiene lagunas.

Toda filosofía tiene escapes, toda filosofía puede criticarse, ha de criticarse. Quienes creen en las filosofías pretenden no ver las lagunas, pero quienes no creen sólo ven lagunas, pues eligen desde el otro extremo. Se han criticado todas las filosofías; y la crítica no ha sido errónea; ha sido tan verdadera como la idea del proponente.

Y no sólo ocurre en filosofía, sino también en ciencia. Creamos una cierta teoría y luego nos vamos de luna de miel con ella. Durante unos cuantos años todo marcha estupendamente. Y luego la realidad se impone. La realidad manifiesta unas cuantas cosas y se lo pone difícil a la teoría porque habíamos excluido unos cuantos hechos. Y esos hechos serán los que protesten. Sabotearán la teoría, se impondrán por sí mismos. En el siglo XVIII, la ciencia estaba absolutamente segura, ahora ya no. Ahora ha surgido una nueva teoría, la de la incertidumbre.

Hace unos cientos cincuenta años, Emmanuel Kant dio con ello en Alemania. Dijo que la razón es muy limitada; sólo percibe una cierta parte de la realidad y empieza a tomarla por el todo. Ese ha sido el problema. Tarde o temprano acabamos descubriendo realidades ulteriores, y el viejo todo entra en conflicto con la nueva visión. Emmanuel Kant intentó demostrar que existían límites inevitables para la razón, que la razón es muy limitada. Pero parece que nadie estaba interesado en escuchar, que a nadie le importaba Emmanuel Kant. Nadie tiene muy en cuenta a los filósofos.

Pero la ciencia de este siglo ha alcanzado finalmente a Kant. Ahora Heisenberg, en física, y Gadel, en matemáticas, han demostrado los inevitables límites de la razón humana. Nos han mostrado un vislumbre de una naturaleza que es irracional y paradójica en lo más profundo.

Todo lo que hemos estado diciendo hasta el momento sobre la naturaleza es falso. Todos los principios son erróneos porque naturaleza no es sinónimo de razón; la naturaleza es más grande que la razón.

Y el zen no es una filosofía. El zen es un espejo, un reflejo de lo que es. Tal cual es. No añade una filosofía artificial. No tiene elección. No añade ni borra nada. Por eso dicen que el zen es paradójico, porque la vida misma lo es. Obsérvalo y lo comprenderás.

Amas a un hombre y también odias al mismo hombre. Ahora bien, nuestra mente nos dice que eso no está bien, que no debería ser así. Así que pretendemos no hacerlo. Pero es imposible. Si realmente queremos deshacernos de la parte del odio, también deberemos abandonar la del amor. Pero cuando ambas desaparecen, surge la indiferencia.

Esta paradoja está en la propia naturaleza: noche y día, verano e invierno, Dios y diablo, van juntos. El zen dice que si afirmas que Dios es bueno entonces surge un problema: ¿de dónde viene lo malo, de dónde proviene el mal? Eso es lo que han hecho las religiones –cristianismo, islam, judaísmo-: han separado a Dios del demonio. El mal proviene del demonio y el bien de Dios. Dios significa el bien. Pero ¿de dónde sale este demonio? Entonces empiezan a tener problemas y deben conceder finalmente que Dios también creó al demonio. Pero ¿qué sentido tiene dar tanta vuelta? Si el demonio también es una creación de Dios, entonces Dios es la única referencia existente. Entonces Dios es el único autor, pase lo que pase está sucediendo a través de él y por tanto es paradójico. Eso es lo que dice el zen: que Dios es paradójico y que la existencia misma también lo es. Dios no es más que otro nombre para la existencia, para la totalidad de la existencia.
Una vez se comprende esta paradoja, surge en uno un gran silencio. Entonces no hay elección, no tiene sentido. Las cosas son juntas. No puedes convertirte en santo, porque si quieres ser santo deberás negar tu demonio; deberás partirte en dos. Deberás obligar a tu demonio a que more en el vientre, y el demonio permanecerá allí y no hará más que sabotear tu santidad. El zen aporta salud a la humanidad. Afirma que eres ambos. Acepta ambos. No niegues, no elijas, acepta ambos. Y en esa aceptación reside la trascendencia, y en esa aceptación no eres ni santo ni demonio.

Eso es lo que es un hombre santo, ni bueno ni malo, o ambos. Y cuando una persona es ambos, cuando es ambos conscientemente, entonces los opuestos se anulan entre sí. Intenta comprenderlo, pues es fundamental. Cuando aceptas tanto el bien como el mal y no eliges, ambos se anulan entre sí. Lo negativo y lo positivo se anulan. De repente surge el silencio. No hay ni bien ni mal; sólo existencia, sin discernimiento.

El zen es acrítico, imparcial, neutro. Te proporciona la libertad esencial del ser.

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