sábado, 11 de diciembre de 2021

LA VERDADERA SOLEDAD

 


Venimos solos al mundo, nos vamos solos; entre estas dos soledades establecemos todo tipo de relaciones y luchas sólo para engañarnos a nosotros mismos, porque también permanecemos solos en la vida. Sin embargo, la soledad no es algo por lo que debamos estar tristes; es un motivo de alegría. Existen dos palabras; el diccionario dice que tienen el mismo significado, pero la existencia les da un significado completamente opuesto. Una de estas palabras es aislamiento, y la otra es soledad. No son sinónimos.

El aislamiento es un estado negativo, parecido a la oscuridad. El aislamiento implica que te falta alguien; estás vacío y tienes miedo en medio de este vasto universo. La soledad tiene un significado completamente distinto: no quiere decir que te falte alguien sino que te has encontrado a ti mismo. Es algo completamente positivo.

Al descubrirse a uno mismo, uno descubre el sentido de la vida, el significado de la vida, la alegría de la vida, el esplendor de la vida. Descubrirse a uno mismo es el mayor descubrimiento de la vida del hombre, y este descubrimiento es posible únicamente cuando estás solo, cuando tu conciencia no está repleta de nada, de nadie, cuando tu conciencia está completamente vacía; en ese vacío, en esa «nadedad» tiene lugar el milagro. Ese milagro es la base de toda religiosidad.

El milagro consiste en que cuando no hay nada más en la conciencia sobre lo que ser consciente, la conciencia se repliega hacia misma. Se convierte en un círculo. Al no encontrar ningún obstáculo, al no encontrar ningún objeto, vuelve al origen. Una vez que se ha cerrado el círculo, dejas de ser un hombre corriente; te vuelves parte de la divinidad que rodea la existencia. Dejas de ser mismo; te conviertes en parte del universo; tus latidos se convierten en el latido del universo.

Ésta es la experiencia que han estado buscando los místicos durante toda su vida, en todas las épocas. No existe otra experiencia más extática, más dichosa. Esta experiencia transforma por completo tu enfoque: donde solía haber oscuridad, ahora hay luz; donde solía haber infelicidad, ahora hay dicha; donde solía haber enfado, odio, deseo de posesión, celos, ahora no hay más que una maravillosa flor de amor. Toda la energía que antes se desperdiciaba en emociones negativas, ahora ya no se desperdicia; se convierte en algo positivo y creativo.

Por una parte, ya no eres tu viejo yo; por otra, eres por primera vez tu auténtico yo. Ha desaparecido el viejo, ha llegado el nuevo. El viejo estaba muerto, el nuevo pertenece a lo eterno, el nuevo pertenece a lo inmortal.

Como consecuencia de esta experiencia, los profetas de los Upanishad han declarado que estos hombres son «hijos e hijas de lo inmortal.

A menos que os reconozcáis como seres eternos, como partes de la totalidad, seguiréis temiendo a la muerte. El miedo a la muerte surge porque no sois conscientes de vuestra fuente eterna de vida. Una vez que os dais cuenta de la eternidad de vuestro ser, la muerte se convierte en la mayor mentira de la existencia. La muerte nunca ha tenido lugar, nunca tiene lugar, nunca tendrá lugar, porque aquello que es siempre permanece; con diferentes aspectos, en diferentes niveles, pero no hay discontinuidad: la eternidad en el pasado y la eternidad en el futuro te pertenecen. El momento presente se convierte en un punto de encuentro de las dos eternidades; una se dirige hacia el pasado, otra se dirige hacia el futuro.

El recuerdo de tu soledad no sólo se tiene que producir con la mente; cada fibra de tu ser, cada célula de tu cuerpo lo debería recordar; no como una palabra, sino como un sentimiento profundo. El único pecado que existe es olvidarte de ti mismo, y la única virtud, recordarte a ti mismo.

Gautama Buda puso el énfasis en una sola palabra, constantemente, durante cuarenta y dos años, día y noche; esta palabra es sammasati, que significa «recuerdo correcto». Recuerdas muchas cosas, puedes convertirte en una Enciclopedia Británica; tu mente puede recordar todas las bibliotecas del mundo, pero el recuerdo correcto no consiste en eso.

Sólo existe un recuerdo correcto: el momento en que te recuerdas a ti mismo.

Gautama Buda solía ilustrar este punto con la antigua historia de una leona que estaba saltando de una pequeña colina a otra, y entre las cuales estaba cruzando un gran rebaño de ovejas. La leona estaba embarazada, y dio a luz justo cuando estaba en pleno salto. Su cachorro cayó en medio del rebaño de ovejas; fue criado por las ovejas y, naturalmente, se consideraba una oveja. Era un poco raro, porque era demasiado grande, demasiado diferente, pero quizás fuese sólo un espécimen de la naturaleza. Fue criado como herbívoro.

El cachorro creció, y un día un viejo león que estaba buscando comida se acercó al rebaño de ovejas; no podía creer lo que veían sus ojos. En medio del rebaño había un joven león, hermoso y lozano, y las ovejas no tenían miedo. Se olvidó de la comida; corrió tras el rebaño de ovejas..., y cada vez estaba más asombrado, porque el joven león, al igual que las ovejas, también huían de él. Finalmente pudo atrapar al joven león. Éste gritaba y lloraba mientras le decía al viejo león:

¡Por favor, déjame marchar con mi gente!

Pero el viejo león lo arrastró a un lago cercano —un lago tranquilo, sin ninguna onda, como un perfecto espejo—y le obligó a contemplar su propio reflejo en el lago, y también el reflejo del viejo león. Sufrió una transformación instantánea. En cuanto el joven león vio quién era, se oyó un gran rugido, todo el valle retumbó con el rugido del joven león. Nunca había rugido antes porque nunca antes había pensado que fuera otra cosa distinta de una oveja.

El viejo león le dijo:

Yo ya he cumplido mi misión; el resto depende de ti. ¿Quieres volver a tu propio rebaño?
El joven león se rió. Le contestó:

Perdóname, me había olvidado completamente de quién era. Te agradezco muchísimo que me hayas ayudado a recordarlo.

Gautama Buda solía decir: «La función del maestro consiste en ayudarte a recordar quién eres». no formas parte de este mundo superficial; tu hogar es el hogar de lo divino. Estás perdido en el olvido; has olvidado que Dios se oculta dentro de ti. Nunca miras al interior; como todo el mundo mira al exterior; también te dedicas a mirar al exterior.

Estar solo supone una gran oportunidad, una bendición, porque, en tu soledad, estás abocado a chocar contigo mismo y recordar por primera vez quién eres. Conocer que eres parte de la existencia divina supone estar liberado de la muerte, liberado de la infelicidad, liberado de la ansiedad; liberado de todo aquello que ha supuesto una pesadilla para ti durante muchísimas vidas.

Céntrate más en tu profunda soledad. En eso consiste la meditación: en centrarse en la propia soledad. La soledad tiene que ser tan pura que no la interrumpa ni siquiera un pensamiento, ni siquiera un sentimiento. En el momento en que tu soledad sea total, tu experiencia de ella se convertirá en tu despertar. Tu despertar no es algo que venga del exterior; es algo que crece dentro de ti.

El único pecado consiste en olvidarte de tu ser. La única religión, la única virtud es recordar tu ser, en su extrema belleza. No hace falta que seas hindú, no hace falta que seas musulmán, no hace falta que seas cristiano; todo lo que necesitas para ser religioso es ser mismo.

De hecho, no estamos separados, ni siquiera ahora; no hay nadie que esté separado; toda la existencia es un conjunto orgánico. La idea de separación surge a consecuencia de tu olvido. Es casi lo mismo que si cada hoja del árbol empezara a pensar que está separada, separada de las otras hojas..., pero en lo más profundo, se alimentan a través de las mismas raíces. Las hojas pueden ser muchas; el árbol es uno. Las manifestaciones pueden ser muchas; la existencia es una.

Al conocerse a uno mismo, hay una cosa que queda muy clara: ningún hombre es una isla; somos un continente, un vasto continente, una existencia infinita sin fronteras. La misma vida corre a través de todos, el mismo amor llena todos los corazones, la misma alegría danza en cada ser. Sólo creemos que estamos separados a consecuencia de nuestra falta de comprensión.

La idea de separación es imaginación nuestra. La idea de unidad será nuestra experiencia de la verdad suprema. Sólo necesitas un poco más de inteligencia para poder salir de la oscuridad, de la miseria, del infierno en el que vive toda la humanidad.

El secreto para salir de ese infierno consiste en recordarte a ti mismo. Este recuerdo será posible si comprendes la idea de que estás sólo.

Puede que hayas vivido con tu mujer o con tus hijos durante cincuenta años; a pesar de ello seguís siendo dos. Tu mujer está sola, estás solo. Has intentado crear la imagen de que «no estamos solos», de que «somos una familia», de que «somos una sociedad», de que «somos una civilización», de que «somos una cultura», de que «somos una religión organizada», de que «somos un partido político organizado». Pero todas estas fantasías no te van a servir de ayuda.

Tienes que reconocer, por muy doloroso que sea al principio, lo siguiente: «estoy solo en una tierra extraña». Reconocer esto por primera vez es doloroso. Echa por tierra todas tus ilusiones, que eran tu gran consuelo. Pero una vez que te has atrevido a aceptar la realidad, desaparece el dolor. Oculta detrás del dolor está la mayor bendición del mundo: llegar a conocerte a ti mismo.

eres la inteligencia de la existencia; eres la conciencia de la existencia; eres el alma de la existencia. eres parte de la inmensa divinidad que se manifiesta de mil formas distintas: en los árboles, en los pájaros, en los animales, en los seres humanos... y, sin embargo, no es más que la misma conciencia en diferentes estadios de evolución. El hombre que se reconoce a mismo y siente que el dios que estaba buscando y rebuscando por todo el mundo mora en su propio corazón, llega al punto más elevado de la evolución. No hay nada más elevado que eso.

Esto hace que por primera vez la vida tenga sentido, que sea importante, religiosa. Sin embargo, no serás hindú, ni serás cristiano, ni serás judío; serás simplemente religioso. Al ser hindú o musulmán o cristiano o jainista o budista, estás destruyendo la pureza de la religión; ésta no necesita adjetivos.

El amor es amor. ¿Has oído hablar alguna vez de amor hindú, de amor musulmán? La conciencia es la conciencia. ¿Has pensado alguna vez en una conciencia india o una conciencia china? La iluminación es la iluminación: no importa si tiene lugar en un cuerpo blanco o en un cuerpo negro, si tiene lugar en un joven o en un anciano, si tiene lugar en un hombre o en una mujer. Es la misma experiencia, el mismo sabor, la misma dulzura, la misma fragancia.

La única persona que no es inteligente es aquella que corre por todo el mundo buscando algo, sin saber exactamente qué. Pensando algunas veces que quizás sea el dinero, pensando otras veces que quizás sea el poder, pensando otras veces que quizás sea el prestigio, pensando otras veces que quizás sea el respeto.

El hombre inteligente busca su propio ser antes de emprender un viaje en el exterior. Esto parece lógico y simple; por lo menos echa un vistazo a tu propia casa antes de buscar por todo el mundo. Aquellos que han buscado dentro de mismos lo han hallado, sin ninguna excepción.

Gautama Buda no es budista. La palabra buda sólo quiere decir «el que ha despertado, el que ha salido del sueño». Mahavira, el jainista, no es un jainista: La palabra jaina sólo quiere decir «aquel que ha conquistado, que se ha conquistado a mismo». El mundo necesita una gran revolución en la que cada individuo encuentre su religión en mismo. En el momento en que las religiones se organizan, se vuelven peligrosas; se convierten en política disfrazada de religión. Por eso todas las religiones del mundo siguen intentando convertir cada vez a más personas a su religión. Es la política de los números; aquel que tiene más adeptos es el más poderoso. Sin embargo, a nadie parece interesarle el atraer a millones de individuos a su propio ser.

Mi trabajo aquí consiste en liberaros de cualquier tipo de esfuerzo organizado; porque la verdad nunca se puede organizar. Tienes que ir solo en el peregrinaje, porque será un peregrinaje interior. No puedes llevar a nadie contigo: además tienes que abandonar todo aquello que has aprendido de los demás, porque todos esos prejuicios obstaculizarán tu visión, te impedirán ver la desnuda realidad de tu ser. La desnuda realidad de tu ser constituye la única esperanza de encontrar a Dios.

Dios es tu realidad desnuda, sin adornos, sin ningún adjetivo. No está condicionada por tu cuerpo, no está condicionada por tu nacimiento, no está condicionada por tu color, no está condicionada por tu sexo, no está condicionada por tu país. No está condicionada sencillamente por nada. Además, es algo asequible, muy cercano.

Sólo un paso hacia el interior y habrás llegado.

Durante miles de años te han dicho que el viaje hacia Dios es un viaje muy largo. El viaje no es largo; Dios no está lejos. Dios está en tu respiración, Dios está en tus latidos, Dios está en tu sangre, en tus huesos, en tu médula; únicamente hace falta dar un solo paso: cerrar los ojos y entrar en ti mismo.

Puede que lleve algún tiempo porque los viejos hábitos son difíciles de erradicar; aunque cierres los ojos, pensamientos te seguirán atosigando. Todos estos pensamientos provienen del exterior, y el sencillo método que han seguido todos los grandes profetas del mundo consiste en contemplar tus pensamientos, ser un mero testigo. No los condenes, no los justifiques, nos los racionalices. Mantente alejado, mantente indiferente, déjalos pasar; desaparecerán.

Y el día en que tu mente esté en completo silencio, sin ningún estorbo, habrás dado el primer paso que te conduce al templo de Dios.

El templo de Dios está hecho de tu propia conciencia. No puedes ir allí con tus amigos, contus hijos, con tu mujer, con tus padres.

Cada persona tiene que ir allí sola.

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