sábado, 27 de marzo de 2010

EL NIÑO

¿Has observado que si alguien sufre, tú sueles mostrarle simpa­tía, sueles sentir mucho amor? Ésta no es la clase auténtica de amor, pero muestras simpatía. Si alguien es feliz, si alguien se siente dichoso, te sientes celoso, te sientes mal. Es muy difícil simpatizar con un hombre feliz. Es muy difícil sentirse bien con un hombre feliz; te sientes bien cuando alguien es infeliz. Al menos puedes pensar que tú no eres tan infeliz y que estás en una posición mejor; por eso le muestras tu simpatía.

Nace un niño y el niño empieza a aprender cosas. Antes o después descubre que siempre que es infeliz atrae la atención de toda la familia. Se convierte en el centro y todo el mundo siente simpatía por él, todos sienten amor hacia él. Siempre que es feliz y se encuentra bien y todo va bien, nadie se preocupa por él. Por el contrario, todo el mundo parece estar de mal humor. Un niño puede ponerse a saltar y a bailar y entonces toda la familia parece molesta; el niño puede estar yaciendo en la cama, enfermo, con fiebre y toda la familia le muestra afecto. El niño empieza aprender que, de alguna manera, estar enfermo, sufrir, es bueno y que ser feliz y bailar y saltar y estar vivo, es malo. Él aprende y eso es lo que tú has aprendido.Cuando un niño es feliz, cuando es juguetón, toda la familia debería sentirse feliz y jugar con él. Y cuando un niño está enfermo, se le debería cuidar, pero sin compadecerse. Cuidarlo está bien; la simpatía no. Esa falta de amor, esa indiferencia, aparentaría ser muy dura superficialmente: el niño está enfermo y tú te muestras indiferente. Cuídalo, medícalo, pero mantente indiferente porque está sucediendo un fenómeno muy sutil. Si sientes simpatía y compasión y amor hacia él y se lo demuestras, estarás destruyéndolo para siempre. Entonces se aferrará al sufrimiento; el sufrir se convertirá en algo valioso. Y siempre que se ponga a saltar y a bailar y a gritar exultante de felici­dad, corriendo por toda la casa, y todo el mundo se ponga malhumorado, en ese momento, celébralo, ve con él,... y todo será diferente.

Pero hasta ahora, la sociedad ha existido según pautas equivo­cadas y esas pautas siguen subsistiendo. Por eso te apegas al su­frimiento. Me preguntas, "¿Cómo es posible que seres corrientes como nosotros podamos celebrar ahora mismo, aquí y ahora?" No, no es posible. Nadie te ha autorizado a celebrar, tus padres están aún en tu mente. Hasta el instante mismo de tu muerte, tu padre y tu madre te perseguirán. Estarán tras de ti continuamente, incluso aunque estén muertos. Los padres pueden ser muy, muy destructivos; hasta ahora lo han sido. No estoy diciendo que tus padres sean los responsables, porque ésa no es la cuestión: sus padres hicieron lo mismo con ellos. Es toda la estructura la que está equivocada, psicológicamente equivocada. También ellos tie­nen sus razones. Por eso, algo tan perjudicial continúa y continúa y no puede ser detenido. Parece imposible detenerlo.

Desde luego que existen unas razones. Un padre tiene sus propias razones; puede estar leyendo el periódico y el niño estar saltando y gritando y riendo, pero un padre debería ser más comprensivo. Un periódico carece de valor. Aunque puedas leerlo en silencio, ¿qué puedes obtener de él? ¡Tira el periódico! Pero el padre está metido en política, en sus negocios, y ha de saber qué es lo que ocurre. Es ambicioso y el periódico forma parte de su ambición. Si uno ha de satisfacer sus ambiciones, si ha de perseguir algunas metas, ha de pertenecer al mundo. El niño le resulta una molestia.

La madre está cocinando y el niño insiste en preguntarle cosas y continúa saltando y ella se enfada. Sé que eso son problemas; la madre ha de hacer la comida. Pero el niño debería ir primero porque el niño se convertirá en el mundo; un niño es el mañana, un niño formará la Humanidad. Debería ser el primero; esto debería ser lo prioritario. Uno puede leer los periódicos después; y aunque no los lea, no se perderá mucho. Cada día es la misma estupidez; cambian los lugares, cambian los nombres, pero la estupidez es la misma. Tus periódicos están sencillamente locos. Se puede cocinar después, pero no se puede retrasar el satisfacer la curiosidad del niño; no puedes hacerlo. No has de posponerlo porque en ese mis­mo instante, ésa era su disposición y puede que esa disposición no se presente de nuevo. Ahora mismo está caliente y algo es posible. Pero, ¿ves a las madres bailar con sus hijos y saltar y revolcarse por el suelo con ellos? No. Las madres son seres serios; los padres son muy serios. Llevan al mundo entero sobre sus es­paldas. Y el niño vive en un mundo totalmente distinto. Le estás obligando a entrar en tu triste y miserable actitud hacia la vida. Podía haber crecido como niño, podía haber mantenido esa cualidad -­la capacidad de poder maravillarse, de sorprenderse- y podía ha­ber retenido la cualidad del estar aquí y ahora, en el momento.

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