La memoria es una cosa muerta. La memoria no es la verdad ni puede serlo, porque la verdad siempre está viva, la verdad es vida; la memoria es la persistencia de lo que ya no existe. Es vivir en un mundo de fantasmas, pero nos contiene, es nuestra prisión. De hecho, somos nosotros. La memoria origina el problema, ese conjunto que recibe el nombre de «Yo», el ego. Naturalmente, esa falsa entidad llamada «Yo» está constantemente atemorizada de la muerte. Por eso tienes miedo a lo nuevo.
Ese «yo» tiene miedo, pero tú no. El ser no tiene miedo, pero el ego tiene miedo porque tiene mucho miedo a morir. Es artificial, es arbitrario, ha sido construido. Puede desbaratarse en cualquier momento. Cuando entra lo nuevo, surge el miedo.
Hasta que no comprendas que no eres el eco, no serás capaz de recibir lo nuevo. Cuando te des cuenta de que el ego sólo es tu memoria del pasado y nada más, que tú no eres tu memoria, que la memoria es como un biocomputador, una máquina, un aparato, es funcional pero tú estás por encima... Tú eres conciencia y no memoria. La memoria está contenida en la conciencia, pero tú eres la conciencia misma.
Por ejemplo, ves a alguien andar por la carretera. Recuerdas la cara pero no recuerdas su nombre. Si fueses la memoria deberías acordarte también del nombre. Pero dices: «Reconozco esa cara pero no recuerdo el nombre. » Entonces, empiezas a buscar en tu memoria, entras en tu memoria, miras por este lado y por aquel otro y, de repente, aparece el nombre y dices: «Sí, ése es el nombre. » La memoria es tu registro. Tú eres el que mira en el registro, no eres la memoria misma.
Tú no eres tu memoria. Tú eres conciencia, la memoria es el contenido. Pero la memoria es la energía vital del ego. La memoria, por supuesto, es vieja y tiene miedo de lo nuevo. Lo nuevo podría desestabilizarla, podría no asimilarlo. Lo nuevo podría causar problemas. Tendrás que cambiar y volver a adaptarte. Tendrás que reajustarte. Eso es complicado.
Para ser nuevo necesitas desidentificarte del ego. Cuando te has desidentificado del ego ya no te importa si está vivo o muerto. De hecho, tanto si está vivo como si está muerto, sabes que ya está muerto. Sigue siendo un mecanismo. Utilízalo pero que no te utilice. El ego tiene miedo a la muerte porque es inconsistente, por eso surge el temor. No surge del ser; no puede surgir del ser, porque el ser es vida, ¿cómo puede la vida tener miedo a la muerte? La vida no sabe nada de la muerte. Surge de lo arbitrario, de lo artificial, surge de lo que se ha fabricado de algún modo, de lo falso, de lo fingido. Y, sin embargo, ese dejarse ir, esa muerte, es lo que hace estar vivo al hombre. Morir al ego es nacer al ser.
Lo nuevo es un mensajero de Dios, es un nuevo mensaje de Dios. ¡Es un Evangelio! Escucha lo nuevo, adáptate a lo nuevo. Sé que tienes miedo. A pesar de tu miedo, déjate llevar por lo nuevo, tu vida se enriquecerá y un día serás capaz de difundir tu esplendor aprisionado.
Nos perdemos muchas cosas en la vida porque no somos valientes. En realidad, no necesitas hacer ningún esfuerzo para alcanzarlas —sólo ser valiente— y las cosas te empiezan a llegar en lugar de tener que ir a buscarlas... por lo menos, en el mundo interior es así.
Para mí, lo más valiente es ser dichoso. Ser infeliz es muy cobarde. De hecho, no necesitas nada para ser infeliz. Hasta un cobarde puede hacerlo. Todo el mundo es capaz de ser infeliz, pero para ser dichoso se necesita tener mucho coraje, es una ardua tarea.
Normalmente, no pensamos así, sino que pensamos: «¿Qué hace falta para ser feliz? Todo el mundo quiere ser feliz. » Eso es mentira. Digan lo que digan, es muy raro que una persona quiera ser feliz. Es muy raro que una persona esté preparada para ser feliz—, la gente invierte mucho en su infelicidad. Les encanta ser infelices... de hecho, son felices siendo infelices.
Tenéis que entender muchas cosas, si no, es muy difícil salirse del surco de la miseria. Lo primero: nadie te está manteniendo ahí; eres tú el que ha decidido permanecer en esa prisión de miseria. Nadie está reteniendo a nadie. Quien esté preparado para salirse de ahí, lo podrá hacer en este momento. Nadie es responsable. Tú eres el responsable de ser infeliz, pero una persona infeliz nunca aceptará su responsabilidad, y ésa es la manera de seguir siendo infeliz. Dice: «Alguien me está haciendo infeliz. »
Si alguien te está haciendo infeliz, naturalmente, ¿qué puedes hacer? Si te haces infeliz a ti mismo, puedes hacer algo... puedes hacer algo inmediatamente. Está en tus manos el ser infeliz o no. Por eso, la gente sigue echándole la responsabilidad a otro, a veces a la mujer, a veces al marido, a veces a la familia, a veces al condicionamiento, a la infancia, a la madre, al padre... a veces a la sociedad, a la historia, al destino, a Dios, pero se la echan a alguien. Cambian los nombres pero el truco es el mismo.
Un hombre realmente se vuelve un hombre cuando acepta toda la responsabilidad, cuando se hace responsable de lo que es. Éste es el principal coraje, el mayor coraje.
No hay nadie, no hay ninguna otra fuerza que esté haciendo nada. Sólo eres tú y nada más que tú. Tú lo has hecho, y tú lo puedes deshacer. No tienes por qué esperar o retrasarlo. No necesitas tiempo... ¡da un salto y salte de ahí!
Pero nos hemos acostumbrado. Si dejásemos de ser infelices nos sentiríamos muy solos, perderíamos a nuestro compañero más cercano. Se ha convertido en nuestra sombra, nos sigue a todas partes. Cuando no estás con nadie, por lo menos estás con tu infelicidad, estás casado con ella. Y es un matrimonio muy largo; has estado casado con la infelicidad desde hace muchas vidas.
Ahora ha llegado el momento de divorciarte. Eso es lo que llamo la mayor valentía, divorciarte de la infelicidad, perder el hábito más viejo de la mente humana, el compañero más duradero.
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