Es arriesgado. No sabes hasta dónde puedes llegar con lo nuevo. Lo viejo es conocido, familiar; has vivido con ello desde hace mucho tiempo, estás familiarizado con ello. Lo nuevo no te resulta familiar. Puede ser un amigo o un enemigo, ¿quién sabe? ¡Y no hay forma de saberlo! La única forma de saberlo es permitirlo, por eso surge el temor, el miedo.
Tampoco puedes seguir rechazándolo, porque lo viejo sigue sin darte lo que buscas. Lo viejo te promete, pero no cumple su promesa. Lo viejo es conocido pero miserable. Lo nuevo puede ser incómodo pero al menos hay una posibilidad, te puede proporcionar felicidad. De modo que no puedes rechazarlo pero tampoco puedes aceptarlo; por eso vacilas, tienes miedo y surge una gran ansiedad en tu ser. Es natural no pasa nada raro. Siempre ha sido así y siempre será así.
Intenta comprender la llegada de lo nuevo. Todo el mundo quiere volver a ser nuevo, porque nadie está satisfecho con lo viejo. Nadie puede estarlo, porque sea lo que sea, ya lo conoces. En cuanto lo conoces se vuelve repetitivo; en cuanto lo conoces se vuelve aburrido, monótono. Quieres librarte de ello. Quieres explorar, quieres tener aventuras. Quieres volver a ser nuevo, pero, sin embargo, cuando lo nuevo llama a tu puerta te acobardas, te encoges, te escondes en lo viejo. Éste es el dilema.
¿Cómo vuelves a ser nuevo? Todo el mundo quiere ser nuevo. Necesitas tener coraje, y no un coraje ordinario; necesitas tener un coraje extraordinario. El mundo está lleno de cobardes, por eso ha dejado de crecer la gente. ¿Cómo vas a crecer si eres un cobarde? Cuando tienes una oportunidad te acobardas, cierras los ojos. ¿Cómo vas a crecer? ¿Cómo vas a ser? Sólo finges ser.
Ya que no puedes crecer tienes que encontrar crecimientos sustitutos. No puedes crecer pero tu cuenta en el banco sí, es un sustituto. No hace falta tener coraje, se ajusta perfectamente a tu cobardía. Tu cuenta de banco sigue creciendo y crees que estás creciendo tú. Te vuelves más respetable. Tu nombre y tu fama siguen creciendo ¿y piensas que estás creciendo? Sólo te estás engañando. Tú no eres tu nombre, tú no eres tu fama. Tu cuenta de banco no es tu ser. Pero si piensas en el ser empiezas a temblar, porque para crecer tienes que renunciar a la cobardía.
¿Cómo volvemos a ser nuevos? No nos renovamos espontáneamente. La novedad viene del más allá, es decir, de Dios. La novedad viene de la existencia. La mente siempre es vieja. La mente nunca es nueva, es una acumulación del pasado. La novedad viene del más allá, es un regalo de Dios. Viene del más allá y es del más allá.
Lo desconocido y lo incognoscible, el más allá, tienen acceso a ti. Tienen acceso a ti porque no estás sellado ni separado; no eres una isla. Puede que te hayas olvidado del más allá, pero el más allá no se ha olvidado de ti. El niño puede olvidarse de la madre, pero la madre no se olvida del niño. La parte puede empezar a pensar: «Estoy separada», pero la totalidad sabe que no estás separado. La totalidad tiene acceso a ti. Todavía está en contacto contigo. Por eso, aunque tú no le des la bienvenida, lo nuevo sigue llegando. Llega de miles de maneras. Si tienes ojos para ver, te darás cuenta que está llegando constantemente.
La existencia te está colmando de regalos, pero estás anclado a tu pasado. Estás en una especie de tumba. Te has vuelto insensible. Por culpa de tu cobardía has perdido la sensibilidad. Ser sensible quiere decir que sientes lo nuevo, la emoción de lo nuevo; nacerá en ti una pasión por lo nuevo y por la aventura, empezarás a adentrarte en lo desconocido, sin saber adónde vas.
La mente cree que esto es una locura. La mente cree que no es racional abandonar lo viejo. Pero Dios siempre es lo nuevo. Por eso, cuando hablas de Dios, no se puede usar el pasado o el presente. No se puede decir: «Dios era», ni se puede decir: «Dios será. » Sólo se puede usar el presente: «Dios es». Siempre es nuevo, siempre es virgen. Y tiene acceso a ti.
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