sábado, 28 de enero de 2012

LA DIVERSIDAD DE DIOSES


Todos los padres se preocupan de enseñar su religión a sus hijos desde la infancia, pues cuando el niño se haga mayor empezará a pensar y a causar problemas. Formulará preguntas de todo tipo; y, como no encontrará respuestas satisfactorias, planteará situaciones difíciles a sus padres. Por eso, los padres procuran enseñar su religión a sus hijos desde la primera infancia de éstos: cuando el niño no es consciente de muchas cosas, cuando está dispuesto a aprender cualquier insensatez. Así es como las personas se vuelven musulmanas, hinduistas, jainistas, budistas, cristianas: cualquier cosa que se les enseñe.

Por eso, las personas a las que llamamos religiosas resultan ser muchas veces poco inteligentes. Les falta inteligencia, porque lo que llamamos religión es algo que nos ha envenenado antes de que haya surgido en nosotros la inteligencia; e incluso después de surgir ésta mantiene su presa interior. No es de extrañar que los hinduistas y los musulmanes luchen entre sí en nombre de Dios, en nombre de sus templos y de sus mezquitas.

¿Acaso hay muchas variedades de Dios? ¿Es una variedad el Dios que adoran los hinduistas y de otra el Dios que adoran los musulmanes o los cristianos? ¿Por eso les parece a los hinduistas que su Dios ha sido profanado cuando se descubre un ídolo, o a los musulmanes les parece que su Dios ha sido deshonrado cuando se destruye o se incendia una mezquita?

En realidad, Dios es “lo que es”. Existe tanto en una mezquita como en un templo. Existe tanto en un matadero como en un lugar de culto. Existe tanto en una taberna como en una mezquita. Está tan presente en un ladrón como en un religioso: no es posible que esté presente un ápice menos. ¿Quién va a residir en un ladrón sino lo divino? Existe tanto dentro de un hinduista como de un musulmán, un cristiano o un budista.

Pero el problema es que si llegásemos a creer que la misma divinidad existe en todos, nuestra industria de fabricación de dioses se resentiría mucho. Para evitar que suceda esto, seguimos imponiendo a nuestros dioses respectivos. Si un hinduista mira una flor, proyectará sobre ella su propio Dios, verá a su Dios en ella, mientras que un musulmán o un cristiano proyectará y visualizará al suyo. Son capaces, incluso, de reñir por ello. Sus establecimientos están a cierta distancia unos de otros, pero existen, incluso, disputas, disputas entre las “tiendas de divinidad” que son parientes próximas.

Es muy raro: somos nosotros los que determinamos las cosas siempre. Lo que hemos identificado hasta ahora como “Dios” es un producto basado en nuestras propias especificaciones. Mientras este Dios artificial se interponga en nuestro camino no seremos capaces de conocer a ese Dios que no ha sido determinado por nosotros. No seremos capaces de conocer al que nos determina a nosotros. Así pues, necesitamos librarnos del Dios artificial si queremos conocer al Dios que es. Pero eso es duro; incluso a la persona de corazón más benévolo le resulta difícil. Hasta al hombre al que tenemos por comprensivo le resulta duro librarse de este Dios artificial, tanto como al hombre estúpido. Podemos comprender al hombre estúpido, pero es difícil comprender al hombre inteligente.

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