sábado, 20 de febrero de 2016

CUANDO YA HAS TRASCENDIDO

Una vez que eres el maestro, el amo de tu mente, la mente ha sido trascendida. En cuanto te vuelves maestro de tu mente, la mente ya no está ahí. Sólo permanece si eres su esclavo. Esto hay que entenderlo.

Si no eres el maestro, sigues siendo esquizofrénico, fragmentado. Cuando esa maestría surge en ti, cuando tienes consciencia y disciplina –el látigo y la cuerda-, las divisiones se disuelven, te vuelves una unidad entera. En esa unidad, has trascendido. Entonces ya no te ves como algo separado de tu mente. Entonces ya no te ves como algo separado del cuerpo. Entonces ya no te ves como algo separado de la totalidad. Eres uno.

Todos los que son maestros de su ser, son uno con la existencia; sólo los esclavos están separados. La separación es una enfermedad. Con salud, no estás separado de la totalidad, te haces uno con ella.

Trata de entenderlo. Cuando tienes dolor de cabeza, tu cabeza está separada de ti. ¿Lo has observado? Cuando el dolor de cabeza te martillea por dentro, te golpea por dentro, tu cabeza está separada de ti. Pero cuando el dolor desaparece, la cabeza también desaparece; ya no la sientes, ya no está separada, se ha hecho parte de tu ser.

Si tu cuerpo está perfectamente sano, no tienes ninguna sensación corporal, es como si no tuvieras cuerpo. Ese estado de no sentir el cuerpo es la definición de la salud perfecta. Si algo te duele, inmediatamente tomas consciencia de ello, y en esa consciencia hay separación. Si tienes una espina en el pie, o el zapato te aprieta, hay una división. Cuando el zapato se ajusta perfectamente, la división ha sido trascendida.

Te das cuenta de la mente porque, de alguna forma, tu vida no es armoniosa; hay alguna disonancia, algo desafinado, en desacuerdo. Hay algo disonante dentro de ti, por eso te sientes dividido. Cuando todo concuerda y se armoniza, todas las divisiones se trascienden.

La energía no se va en una dirección, y tú en otra. Ahora ambos vais en la misma dirección. Ya no hay lucha, la división ha desaparecido. Ya no estás luchando contra el río; ahora fluyes con el río, vas montado en él. De pronto, ya no estás separado del río.

Entra en un río. Primero, trata de ir a contracorriente, lucha, conflicto, y verás que el río está luchando contigo, dirás que el río está intentando derrotarte. Y ya verás: el río te derrotará con el tiempo... porque llegará un momento en que te sentirás cansado, y verás que el río está venciendo y que tú estás siendo derrotado.

Luego prueba la otra manera: flota con el río, déjate llevar, y poco a poco verás que ahora el río no lucha contigo en absoluto; incluso cuando ibas a contracorriente, el río no luchaba contigo. Tú eras el único que luchaba, el único en un estado egoísta; el que trataba de ganar, de salir victorioso; el que intentaba probar algo, que “soy alguien”. Esa idea de ser alguien estaba creando todo el problema.

Ahora no eres nadie, flotas con el río, en un estado de profunda entrega. El río ya no va contra ti, ¡nunca había ido! Sólo cambia tu actitud, y entonces sientes que el río ha cambiado completamente. Pero el río siempre ha sido el mismo; pero ahora tú vas montado en el río. Y si puedes dejarte flotar totalmente, sin hacer ni un mínimo esfuerzo por nadar, simplemente flotando, entonces tu cuerpo y el cuerpo del río se funden. Entonces ya no sabes dónde acaba tu cuerpo y dónde comienza el cuerpo del río. Entonces formas una unidad orgánica con el río. Entonces sentirás una experiencia orgásmica. Al ser uno con el río, de pronto todas las limitaciones han sido trascendidas. Ya no eres pequeño, ya no eres grande, eres la totalidad.

Y esa es la manera de llegar a casa, porque la “casa” es el origen, la fuente misma de la que procedes; la “casa” o está en otra parte. La “casa” es de donde vienes, de donde has surgido. La “casa” es la fuente. Si uno se permite a sí mismo entrar en un estado de profunda entrega, uno llega a casa. “Casa” significa que uno llega a la fuente misma de la vida y del ser, uno toca el comienzo mismo.

Y no sólo puedes descansar tú; el río también. Mientras el conflicto continúa, ni tú ni Dios podéis descansar. Recuerda esto. Esto es algo muy valioso que hay que recordar siempre. Si no estás sereno, Dios no puede estar sereno; si no eres feliz, Dios no puede ser feliz; si no eres dichoso, Dios no puede ser dichoso, porque eres parte de él, parte de la totalidad. Tú le afectas a él tanto como él te afecta a ti.

La vida está en íntima relación. Todo está relacionado con todo lo demás. Es una ecología, una relación profunda de todo con todo. Existe una coherencia. Si no eres feliz, Dios no puede ser feliz, porque tú eres una parte. Es como si mi pierna no estuviera feliz; ¿cómo voy a estarlo yo? Esa infelicidad me afecta. No sólo estás tú en un gran apuro, tu energía vital también está en un gran apuro contigo. No es sólo que tú seas complicado y estés enfermo; tu energía vital se ha vuelto complicada y enferma.

Cuando has alcanzado un punto en que te sientes uno con el río de la vida, ya no hay necesidad de consciencia y disciplina. Entonces ya no hay necesidad de meditar. Entonces no hay necesidad de hacer nada. Entonces la vida lo hace por ti. Entonces te puedes relajar, porque puedes confiar totalmente. Entonces ya no hay necesidad ni siquiera de consciencia, recuerda.

Al principio, la conciencia es necesaria. Al principio, incluso la disciplina, es necesaria. Pero según vas creciendo espiritualmente, la escalera se trasciende y puedes tirarla.

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