sábado, 6 de febrero de 2016

LA MENTE ILUSORIA

“Mediante la ilusión, uno lo vuelve todo falso. La ilusión no la causa la objetividad; es el resultado de la subjetividad.”

El mundo no la está causando: tú la estás causando. Así que nunca eches la culpa al mundo. No digas, como la gente suele decir, que el mundo es ilusorio, que el mundo es maya. El mundo no es maya, el mundo no es ilusorio, es tu mente, es tu propia subjetividad, la que sigue creando maya, ilusión, por todas partes.

Por ejemplo: vas caminando, has salido de paseo por la mañana y al lado de la carretera ves un diamante, un diamante muy hermoso, brillante. Es muy valioso para ti; el valor se lo ha dado tu mente, de otra forma es una piedra como cualquier otra. Si preguntas a otras piedras al lado de la carretera, simplemente se reirán de ti: “Es quizá una piedra brillante, pero ¿qué más da?, una piedra es una piedra”. Si no pasa nadie por esa carretera, entonces no hay ningún diamante. En cuanto alguien pasa por esa carretera, inmediatamente una cierta piedra se transforma en su mente y se vuelve un diamante.

Esa cualidad de diamante se la da la mente a la piedra, nunca ha existido. Cuando la humanidad desaparezca de este planeta, las cosas seguirán ahí pero de manera totalmente diferente. Una rosa será una flor tan corriente como cualquier otra; no habrá diferencia. El Ganges no será un río sagrado; será un río corriente como los demás. Y no habrá diferencia entre una iglesia y un templo; ambos serán lo mismo.

La diferencia la pone la mente. Las categorías son creadas por la mente. La aprobación y la condena son de la mente. Cuando la mente ya no está ahí, todo es como realmente es. No surge ninguna evaluación.

Uno lo vuelve todo falso si uno es falso. Vas proyectándote a ti mismo, todo lo demás funciona como pantalla.

La noche en que Buda alcanzó la iluminación, se sentó bajo el árbol y dijo: “No volveré a levantarme de aquí en mi vida si no alcanzo la iluminación. ¡Se acabó! No volveré a hacer algo para lograrlo. Me voy a sentar aquí, este árbol será mi muerte”. Una decisión total. En ese momento abandonó la “decidofobia” completamente, una decisión total. ¡Medita sobre ello! Y esa misma noche, al llegar la mañana se iluminó.

He oído una historia sobre un místico sufí. Baba Shaij Farid:

Una vez, un joven se acercó a Farid cuando éste estaba bañándose en el Ganges, y le preguntó cómo podía encontrar a Dios. Baba Farid lo agarró, avanzó con él por el agua, y cuando estaban bastante lejos, lo empujó con fuerza bajo el agua. El joven casi se había ahogado cuando el santo lo soltó.

-¿Por qué has hecho eso? –preguntó totalmente sorprendido y aún con agua en la garganta.

-Cuando anheles a Dios con tanta fuerza como anhelabas aire cuando estabas bajo el agua –replicó Baba Shaij Farid-, lo encontrarás.

El deseo debería volverse tan intenso que lo pones todo en juego. La pasión por buscar debería ser tan total que no permites que una sola duda te haga flaquear. La intensidad misma traerá la verdad. ¡Puede suceder en un solo momento!, sólo necesitas que tu fuego interno adquiera una intensidad total.

La decisión debería ser total. Es arduo, por supuesto, pero todo el mundo tiene que pasar por esa dificultad una vez. Hay que pagar por la verdad, y no hay otra forma de pagar por ella, tienes que poner todo tu ser en el altar. Ese es el único sacrificio que se necesita.

Si la intensidad es total, la lucha ha terminado. Si quieres buscar, ponte en ello totalmente. Si no quieres buscar, olvídate completamente de ello. Entra totalmente en el mundo. Algún día llegará el momento adecuado para comenzar la búsqueda.

Si no estás dispuesto a poner todo tu ser en la búsqueda, a involucrarte con todo tu corazón, eso sencillamente muestra que aún no has acabado con el mundo. El mundo todavía te atrae, los deseos aún te persiguen. Todavía te gustaría hacerte rico, poderoso, el presidente, o algo por el estilo. La avaricia aún se esconde en tu interior. Todavía no has llegado a ese momento de consciencia en que uno se da cuenta que el tesoro auténtico está dentro y no fuera. Entonces, entra en el mundo externo.

No actúes a medidas; esa es la situación más peligrosa.

Si eres medio religioso, medio mundano, te perderás ambos. No serás capaz de hacer frente al mundo; tu religión se volverá una interferencia. Y tampoco serás capaz de hacer frente a la búsqueda interna; tus deseos mundanos te distraerán continuamente. ¡No hace falta! Si el mundo todavía te atrae, si aún sientes que hay algo que tienes que conseguir, entonces vete por ello, y frústrate completamente. Te frustrarás. Eso significa que necesitas vagar, errar, un poco más. Nada de malo en ello, ¡hazlo pronto! Ponte a ello también, para acabar cuanto antes. Entonces estarás listo, maduro. Entonces toda tu energía se vuelve hacia adentro. Frustrada por lo externo, la energía va hacia dentro espontáneamente.

Pero la gente es astuta. Quieren tener ambos mundos, quieren nadar y guardar la ropa. Intentan ser listos, pero esa listeza va a probar su estupidez. Esa listeza no es inteligencia, porque a medias no se consigue nada. Todo logro necesita intensidad, total intensidad.

En un solo momento se puede acabar la lucha.

Y cuando la lucha ha terminado, uno comprende que todo estaba bien. La ganancia y la pérdida, ambas se asimilan. Errar también es parte del crecimiento, y entrar en el mundo también era parte de la búsqueda de Dios. ¡Era necesario! Por eso, cuando digo que vayas al mundo, no lo digo en ningún sentido condenatorio. Simplemente digo que es necesario. ¡Acaba de una vez con ello! Aún no estás listo, y si intentas llegar a tu fuente interna a medias, va a ser una represión. Y la represión divide, te pone enfermo.

He oído una anécdota:

Un muchacho, su madre y su padre habían sido invitados a cenar en casa de una tía. Ella era una de esas mujeres quisquillosas, y los padres advirtieron al chico para que se portara mejor que nunca.

-No empieces a pedir cosas cuando estemos comiendo, ni vayas a cogerlas –le dijeron-. Espera que te pregunten.

Durante la cena, de alguna forma estaban pasando por alto al chico cuando servían las cosas buenas. Él no dijo nada. Luego, tosió un poco. Nadie le prestó la menor atención.

Por fin, durante una breve pausa en la charla, dijo con voz clara y alta:

-¿Alguien quiere un plato limpio?

Esa es la mente del hombre reprimido, siempre observando, esperando; siempre anhelando, deseando. Y la mente encontrará una u otra manera para toser, o para decir: ¿Alguien necesita un plato limpio?

Cualquier deseo reprimido se reafirmará; encontrará una forma de reafirmarse. No reprimas nunca un deseo. Comprende, pero no reprimas nunca. Sé consciente, pero no reprimas nunca. Los deseos son grandes lecciones; si los reprimes, te perderás la lección. Vive en ellos. Vive conscientemente. Compréndelos, por qué están ahí, qué son. Y cuando digo que los comprendas, la comprensión sólo es posible si no los condenas. Si los has condenado de antemano, no puedes comprenderlos. Se natural: no decidas lo que está bien y lo que está mal. Simplemente, observa.

Cuando surja la ira, no digas que está mal. De hecho, ni siquiera digas que es ira, porque en la misma palabra “ira” ya ha entrado una condena. Simplemente, cierra los ojos, llámalo X, Y, Z, lo que quieras, que X está surgiendo. Siente la diferencia cuando dices que surge la ira y cuando dices que surge X. Hay una diferencia inmediatamente. Con X no tienes ni pro ni contra; con X no estás ni a favor ni en contra; con X no tienes prejuicios. Con “ira” tienes prejuicios, siglos de condicionamiento, que la ira es mala.

Simplemente mira, observa, fíjate. La ira también es energía, parte del toro. Mírala. Obsérvala. Y con sólo mirar y observar, verás que la energía se transforma. La observación es alquímica: cambia la energía, su cualidad. Y pronto verás: la misma energía que iba a ser ira se ha transformado en compasión. La compasión está oculta en la ira igual que el árbol está oculto en la semilla, sólo se necesita la comprensión profunda.

Así que entra en el mundo; acaba de una vez con el mundo. No le tengas miedo al mundo, porque si tienes miedo tratarás de escapar estando aún a medio madurar, y estar a medio madurar es lo peor. Deja que la presión del mundo te madure perfectamente. Que estés tan frustrado, tan desilusionado, que estés disponible para empezar otro viaje, hacia otro espacio.

Y entonces sucede algo hermoso...

Si te vuelves represivo, empiezas a reprimir lo que ha sido condenado por la sociedad, empiezas a reprimir también todo lo que es natural y no debe ser reprimido.

Pero sucede algo hermoso. Por ejemplo, el sexo desaparece, pero eso no significa que desaparezca el amor. Un tipo de energía totalmente nuevo surge en ti. El amor se hará más fuerte, el amor se hará más vigoroso. Y si sucede el sexo, será parte del amor; tendrá un contexto totalmente diferente. Así que no es apropiado llamarlo sexo.

Ahora mismo, si el amor sucede como parte del sexo. El sexo sigue siendo lo básico. Cuando te interesas sexualmente en alguna otra persona, desaparece el amor por la persona con la que relacionabas sexualmente antes.

Cuando se transforma la energía sexual, va hacia esferas más elevadas, la energía no va hacia abajo, sino hacia arriba; o, lo que es lo mismo, no va hacia fuera, sino hacia dentro. Adentro y arriba son las mismas dimensiones. Abajo y afuera también son la misma dimensión. No son dos dimensiones. Cuando la energía va hacia arriba o adentro, el sexo se vuelve una parte, una sombra, del amor. Ya no es importante en sí mismo.

Pero si reprimes y no eres consciente, reprimirás el sexo y reprimirás también el amor, porque te asustarás: siempre que el amor entre en tu mente, le seguirá el sexo, inmediatamente. Así que te asustarás también del amor. Una persona represiva llega a tenerle miedo a la energía misma.

Recuerda: la represión no te ayudará.

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