sábado, 6 de agosto de 2016

CUANDO COMIENZAS A COMPRENDER

La mente humana tiende a convertir toda experiencia en una pregunta. Ese es un paso muy destructivo. Por favor, evítalo. Aquí, junto a mí, todo el empeño radica en conocer lo que no es cognoscible, aquello que no es expresable, conocer eso que no puede ser expresado con palabras.

Cuando empieza a suceder, no lo conviertas en un problema, no lo conviertas en una pregunta, porque al preguntar lo detendrás. Entonces tu mente estará con alguna otra cosa y tú estarás distraído.

Cuando empieza a suceder, disfrútalo, ámalo, siéntete nutrido por ello, saboréalo, baila, canta, pero no lo conviertas en una pregunta. Permítelo, simplemente, y déjale un espacio vital. Crecerá. Necesita espacio en ti para crecer.

No te apresures a convertirlo en una teoría. Las teorías son muy peligrosas. Pueden matar al niño en el vientre. En el momento en que empiezas a pensar en términos de análisis, de saber lo que es y lo que no es, de comparaciones, de etiquetados, vas en dirección al aborto. Te perderás algo que comenzaba a crecer. ¡Lo habrás matado! No seas suicida, no seas analítico, simplemente permítelo. Siente SU presencia, pero no con la mente. Siente su presencia con la totalidad. Deja que tu corazón se abra y crecerá.

Y en ese mismo crecimiento, poco a poco, surgirá la comprensión. La comprensión: no es algo que surja del análisis, que surja a través del pensar, con el cavilar, a través de la lógica. La comprensión llega a través de experiencias más y más profundas.

Cuando comiences a comprender deja que sea así. Sé feliz. Has sido bendecido. Cuando algo inexpresable empieza a suceder entonces es que estás en el camino correcto; te estás moviendo hacia Dios, el misterio supremo. Siempre que tengas en tu interior algo que no puedas comprender, eso simplemente demuestra que algo mayor que tú te ha penetrado; de otro modo, lo habrías entendido, podrías haberte imaginado qué era. Algo mayor que la mente ha penetrado en ti; un rayo de luz en el alma oscura, un rayo de luz en la oscura noche de la mente. La mente no puede abarcarlo, está más allá de su comprensión, pero no más allá de toda comprensión. Recuérdalo. Más allá de la comprensión que es posible con la mente, pero no más allá de toda comprensión, porque existe una comprensión que no es de la mente: la comprensión del órgano en su conjunto, de todo tu ser, de tu totalidad.

Pero eso no llega mediante el análisis, mediante la disección. Llega absorbiendo la experiencia. ¡Cómelo! Has de comerte eso que es inexpresable. Jesús les dice a sus discípulos, «Comedme». Eso es lo que quiere decir: come lo inexpresable, cómete lo desconocido, digiérelo, déjalo que circule en tu sangre, déjalo que forme parte de ti. Y entonces sabrás. Y el saber surgirá tan repentinamente como ha surgido la experiencia.

Ahora un rayo ha penetrado en ti. Permítele que forme parte de ti. Solamente entonces lo comprenderás.

Esta comprensión no es la compresión con la que estás familiarizado hasta ahora. Has conocido solamente a través de la mente y de sus modos. Lo etiquetas todo rápidamente. Siempre que preguntas, « ¿Qué es esto?», ¿qué es lo que realmente estás preguntando? Contemplas un arbusto y una flor y dices, «¿Qué es esto?» Unos dicen que un rosal y tú crees que has entendido lo que es. Alguien ha pronunciado tan solo la palabra «rosa» y tú crees que has comprendido.

Si no sabes el nombre te encuentras un poco nervioso. Esa flor desconocida te reta, te hace frente. Sientes que tu prestigio está en entredicho porque esa flor desconocida dice continuamente, «No sabes quién soy, así que ¿qué clase de saber es el tuyo? No sabes ni siquiera quién soy». La flor te da duro y tú empiezas a sentirte molesto. Deseas saber para poder acabar con este reto. Acudes a la biblioteca, acudes a los libros, acudes a las enciclopedias. Descubres cuál es el nombre de esta rosa. Es «rosa». De acuerdo, la has etiquetado. Ahora puedes estar tranquilo.

Pero, ¿qué es lo que has hecho? ¿Con tan sólo ponerle una palabra al rosal crees que has comprendido lo que es? Te has perdido la oportunidad de comprender qué es. Has perdido una gran oportunidad, porque, recuérdalo bien, el nombre «rosa» lo da el hombre al rosal. El rosal desconoce por completo el nombre. Si hablas del rosal, al rosal, el rosal no lo entenderá. ¿De qué estás hablando? ¿De qué tonterías estás hablando? El rosal no tiene nombre alguno en referencia al rosal mismo. El nombre se lo dan los demás, se lo da la gente como tú, que no puede tolerar lo incognoscible.

Lo incognoscible es inquietante, crea mucha incomodidad. Ves a alguien y dices, « ¿Quién es éste?» Y entonces alguien te dice que es un chino, o un africano, o un japonés y tú te quedas tranquilo. ¿Qué es lo que has averiguado? Con tan sólo decirte que es un chino... Hay millones de chinos, y no hay otro chino igual que él. En realidad, no exista nada así como un chino. Hay millones y millones de chinos; cada individuo es único, diferente, cada uno tiene su propia firma, su propio ser. ¿Qué es lo que has comprendido al ponerle la etiqueta de chino? Pero te sientes en paz.

¿A qué religión pertenece? El es budista. Otra etiqueta que tienes a mano.

¿Es la sabiduría tan fácil cómo cree la mente? El etiquetar no es saber. El etiquetar es una forma de soslayar la oportunidad que se te presentaba. Podrías haber conocido al hombre si te hubieras relacionado con él. Podrías haber conocido el rosal si hubieras meditado en soledad con él, si hubieras permitido que su fragancia penetrara tu olfato y tu corazón, si lo hubieras acariciado con amor. Si hubieras estado en comunión con ese arbusto podías haber descubierto algo.

No digo que hubieras conocido por completo lo que el rosal es. Si pudieras conocer completamente a un rosal conocerías al universo entero, porque en un solo rosal, el universo entero se refleja. El sol y la luna y las estrellas y el pasado y el presente y el futuro. Todo tiempo y todo espacio convergen en esa pequeña flor. Si puedes conocer a en su totalidad habrás conocido al universo entero. Entonces no restará nada más. Todo lo pequeño es enormemente vasto.

Y cuando algo, como una flor desconocida, empieza a florecer en ti, no te apresures a diseccionarla, no la pongas en la mesa y la cortes y empieces a buscar sus componentes. Disfrútala. Amala. Ayúdala a crecer. Cierta gracia ha descendido sobre ti.

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