sábado, 13 de mayo de 2017

LA HUMILDAD, LA TIMIDEZ Y EL MIEDO

La diferencia entre ser humilde, ser tímido, y simplemente esconderse por miedo es inmensa. Pero la inconsciencia del hombre es tal, que ni siquiera es capaz de distinguir entre sus propios actos y sus respuestas a la realidad; por otra parte, la diferencia es tan clara que hasta hacer la pregunta carece de sentido.

Primero tienes que profundizar en la palabra “humilde”. Todas las religiones le han dado una connotación errónea: con humilde quieren decir justamente lo opuesto a egoísta; no es eso. Pero hasta lo opuesto exacto al ego sería todavía el ego, escondido detrás de diferentes máscaras. Se deja ver de vez en cuando en el que llaman hombre humilde: él se cree más humilde que nadie; y eso es ego. La humildad no conoce ese lenguaje.

Hay una historia de tres frailes cristianos. Sus monasterios estaban cerca, en las montañas, y ellos tenían que cruzarse en el camino todos los días. Un día hacía tanto calor que decidieron parar a descansar y hablar un poco entre ellos. Después de todo eran todos cristianos; puede que pertenecieran a diferentes sectas, pero sus bases eran cristianas.

Mientras se sentaban a la sombra de un árbol, el primero dijo: “Está claro que vuestros monasterios deben tener algo, pero no tienen la sabiduría ni la erudición que encontrarás en el nuestro”.

El segundo dijo: “Eres tú quien ha sacado el tema, por eso os tengo que decir que vuestros monasterios pueden tener erudición, pero esa no es la cuestión. Nadie es más austero y disciplinado que la gente de nuestro monasterio, su austeridad es incomparable, y en el momento del juicio final, recordad, la erudición no se tendrá en cuenta. Lo que contará será la austeridad”.

El tercero se rió y dijo: “Ambos tenéis razón acerca de vuestros monasterios, pero no conocéis la verdadera esencia del cristianismo, y esta es la humildad. Nosotros somos los más humildes”.

¿Humildes y los mejores?; esto es simplemente un ego reprimido. Por avaricia, por la tremenda avaricia de entrar en el paraíso y disfrutar todos sus placeres, un hombre es capaz de reprimir su ego y volverse humilde. Antes de que te pueda decir lo que es la verdadera humildad tienes que comprender la falsa humildad. A menos que comprendas la falsa, es imposible definir la verdadera. De hecho, al entender la falsa, la verdadera surge en tu visión por sí sola.

La falsa humildad es simplemente el ego reprimido, aparentando ser humilde pero deseando ser el mejor. La verdadera humildad no tiene nada que ver con el ego; es la ausencia del ego. No pretende ser superior a nadie. Es la pura y simple comprensión de que no hay nadie que sea superior, ni nadie que sea inferior; las personas son simplemente ellas mismas, incomparablemente únicas. No puedes compararlas como superior o inferior.

De ahí que el auténtico hombre humilde sea muy difícil de comprender, porque no será humilde de la manera que tú lo entiendes. Has conocido montones de personas humildes, pero todos eran egoístas y tú no eres lo suficientemente perspicaz para ver que eso es su ego reprimido.

Una vez vino a mi casa una misionera cristiana, una mujer joven y preciosa. Me regaló la Sagrada Biblia y algunos otros panfletos, ella parecía muy humilde. Le dije: “Saque toda esta basura de aquí. Esta sagrada Biblia es una de las más sacrílegas escrituras del mundo”; e inmediatamente ella explotó. Olvidó toda su humildad. Le dije: “Puede dejar la Biblia. Sólo ha sido una treta para mostrarle quién es usted. Usted no es humilde; de otra forma no se hubiera sentido herida”.

Sólo el ego se siente siempre herido.

No se puede herir a un hombre humilde.

La verdadera humildad es simplemente la ausencia del ego. Es abandonar toda la personalidad y la decoración que has acumulado a tu alrededor, y ser como un niño que no sabe quién es, que no sabe nada acerca del mundo. Sus ojos son claros; puede ver el verde de los árboles con más sensibilidad que tú. Tus ojos están llenos del polvo que tú llamas conocimiento. ¿Y por qué has acumulado este polvo que te está dejando ciego?: porque en el mundo, el conocimiento le da una tremenda energía a tu ego. Tú sabes y los demás no.

El hombre humilde no sabe nada. Ha completado el círculo de regreso a la inocencia de su infancia: está lleno de asombro; ve misterios en todas partes; recoge piedras y conchas de la playa, y se siente tan feliz como si hubiera encontrado diamantes, esmeraldas y rubíes.

La infancia posee una inmensa claridad. En esta claridad, en esta transparencia, bajo esta perspectiva, el mundo entero es un milagro.

El hombre humilde regresa a esta milagrosa existencia. Nosotros la damos por supuesta, pero no vemos cómo del mismo suelo florecen lotos, rosas y millones de otras flores. La tierra no tiene colores, ¿de dónde vienen esos preciosos colores?; la tierra es muy tosca, ¿de dónde vienen las rosas aterciopeladas?; la tierra no tiene verdor, ¿de dónde viene el verde de los árboles?

El hombre humilde es como un niño otra vez. No tiene exigencias, sino sólo gratitud; gratitud por todas las cosas; gratitud incluso por cosas por las que tú ni puedes concebir que se pueda estar agradecido.

Un místico sufí, Junnaid, estaba en peregrinación religiosa con sus discípulos. En su escuela de misterio era casi rutinario para los discípulos rezar con el maestro. Y su plegaria era siempre la misma; acababa dando gracias a Dios: “¿Cómo te voy a pagar? Me das tanto, me inundas con tanta felicidad, y nunca me dices cómo te lo voy a pagar. No tengo otra cosa que gratitud. Perdóname por mi pobreza, pero te doy las gracias por todas las cosas maravillosas que me has dado”.

Nadie lo ha objetado. La escuela de misterio de Junnaid estaba floreciente, la gente venía desde lugares muy lejanos; se convirtió en una de las más ricas escuelas sufíes. Pero en la peregrinación los discípulos comenzaban a flaquear respecto a la última parte de la plegaria.

Un día atravesaron una aldea muy fanática. Los mahometanos no creen que los sufíes sean verdaderos mahometanos (y los sufíes son los únicos auténticos mahometanos de todo el mundo). Los mahometanos ortodoxos, los sacerdotes; condenan a los sufíes por haberse desviado al dejar la masa y empezar a moverse en su propio camino en solitario. No les importa la tradición, han declarado abiertamente que “si hay algo erróneo en la tradición lo vamos a corregir”.

Por ejemplo, los mahometanos ruegan a Dios en sus plegarias, y acaban la plegaria con: “El Dios de los Mahometanos es el único Dios. Sólo hay un Dios, y sólo hay un libro sagrado, el Corán, y sólo hay un profeta, Hazrat Mahoma”.

Los sufíes nunca lo acaban; simplemente dicen: “Sólo hay Dios”; y nada más. Han abandonado los otros dos puntos, el de que sólo hay un libro sagrado, el Corán, y el de que sólo hay un profeta Hazrat Mahoma. Esto hiere a los mahometanos ortodoxos.

Los sufíes son gente muy humilde y abierta a recibir de todas las fuentes; no les preocupa si viene de fuentes cristianas, o de fuentes judías, o de fuentes hindúes. La verdad es la verdad; por qué puerta entra en tu ser es irrelevante.

Esa aldea fanática no les dio cobijo, no les dio comida, ni siquiera les dejaron beber de su pozo. Era un país desértico y esto continuó ocurriendo durante tres días: dormían en la fría noche del desierto, temblando durante toda la noche, hambrientos, sedientos, rechazados, condenados; y en la última aldea hasta les habían tirado piedras. De alguna forma sobrevivieron y escaparon.

Pero el maestro continuó su plegaria, exactamente igual que lo hacía en la escuela de misterio: “¡Cuántos nos has dado! ¡Tú compasión es infinita! Y tú conoces nuestra pobreza; no podemos darte nada excepto nuestra gratitud de todo corazón”.

Eso ya era demasiado. Tres días sin comida, sin cobijo, en las frías noches del desierto… los discípulos no podían resistirlo. Junnaid estaba yendo demasiado lejos. Uno de los discípulos le dijo: “Al menos en días como estos, deja esta última parte”.

Junnaid dijo: “No lo comprendes. Dios nos ha dado estos días como una prueba de fuego. Su compasión es infinita; tan sólo nos prueba para ver si también nuestra confianza es infinita o no, si nuestra confianza tiene condiciones. Si hubiésemos sido recibidos por esas aldeas, bienvenidos, alimentados y hospedados (los mahometanos respetan mucho a la gente que va en peregrinación sagrada), entonces hubieses estado de acuerdo con mi plegaria. Porque hasta ahora, nunca habías estado en desacuerdo. Por primera vez Dios me da la oportunidad de mostrar que no sólo estoy agradecido en los días buenos, sino que, pase lo que pase, mi gratitud permanecerá sin vacilar. Hasta en la hora de la muerte tendré las mismas palabras en mis labios”.

Un hombre humilde vive una vida de gratitud incondicional; no sólo gratitud hacia Dios, sino también hacia los seres humanos, los árboles, las estrellas, todas las cosas.

Ser tímido es otra forma del ego. Se ha convertido en algo casi ornamental. Se considera que las personas que se sienten tímidas, en Oriente particularmente las mujeres, tienen una gracia especial; pero son tímidas porque se piensa que serlo es algo maravilloso.

En Occidente, poco a poco esa timidez está desapareciendo porque ya no se piensa que tenga valor alguno; simplemente muestra una larga tradición de esclavitud. La mujer occidental moderna también se ha deshecho de ella porque esa una cadena que la ataba, y necesitaba romper para liberarse.

¿En qué momentos te sientes tímido? En los momentos en que alguien te alaba; en los momentos en que alguien te dice: “Qué bonito eres”; y tú sabes que no es verdad, no hay tanta gente bonita alrededor. Pero casi todo el mundo se cruzará con un idiota que le diga: “Qué bonito eres”. Y entonces te entra la timidez porque sabes que no lo eres, pero satisface al ego.

Puedes probar, puedes decirle al hombre más feo o a la mujer más fea: “¡Dios mío! No hay nada en el mundo como tú. Eres tan hermosa que ni Cleopatra sería nada comparada contigo”; y ni la mujer más horrible lo negará. De hecho dirá: “Tú eres el único que tiene sensibilidad…”.

Es el ego otra vez jugando un juego diferente.

La persona sin ego nunca se siente tímida. Si dices algo que no es verdad acerca de él, él mismo lo desmentirá. Quiere exponerse a sí mismo en absoluta autenticidad.

Y por último, “esconderse por miedo”. Son todas expresiones diferentes del ego: la falsa humildad, ser tímido; cuando se sabe perfectamente bien que lo que se está diciendo no es verdad; y la tercera, esconderse por miedo. Excepto el ego, no hay elemento en ti que pueda sentir miedo nunca, porque el ego es lo único que es falso y que tiene que morir. Ni tu cuerpo desaparecerá; simplemente regresa a sus elementos básicos; ni tu consciencia va a morir. Continuará su viaje hacia niveles y formas de expresión más elevadas, o finalmente puede desaparecer en la consciencia universal.

Pero esto no es la muerte. Eso es convertirte en algo grande, inmenso… infinito y eterno; no es una pérdida. La única cosa que va a morir, y ha estado continuamente muriendo cada vez que tú has muerto, la única cosa que muere una y otra vez, es el ego. El cuerpo vuelve a los elementos naturales, la consciencia vuelve a la consciencia universal, o a una nueva forma de consciencia; la única cosa que muere una y otra vez es el ego. Así que el ego es la raíz que causa todo miedo en ti.

Un hombre sin ego es también un hombre sin miedo.

En lo que a ti concierne es sólo discriminación intelectual. En lo que a mí concierne no lo es, es mi experiencia. El día que mi ego desapareció, encontré una clase de humildad totalmente nueva. Descubrí que no hay nada por lo que ser tímido, y de ninguna manera me he estado escondiendo por miedo.

Tú también puedes tener esta experiencia, y hasta que no la tengas, solamente la comprensión intelectual no será suficiente. La meditación te puede ayudar a deshacerte del ego y esas tres cosas desaparecerán.

No hay comentarios:

Buscar este blog