sábado, 12 de mayo de 2018

EL REINO DE DIOS


“Nadie que pone su mano en el arado y luego mira hacia atrás es apto para el reino de Dios.”

"Si quieres seguirme, sígueme. No hay forma de regresar. No hay necesidad; ¿qué sentido tiene decir adiós? ¿De qué va a servir? Si quieres seguirme" Jesús dice una y otra vez en el evangelio "entonces tendrás que negar a tu padre, a tu madre; tendrás que negar a tu familia".

A veces parece casi cruel. Un día estaba parado en el mercado del pueblo, y una multitud le rodeaba. Alguien dijo: "Señor, tu madre está esperando, al margen de la multitud".

Jesús respondió: "¿Quién es mi madre, quién es mi hermano, quién es mi padre? Aquellos que me siguen, aquellos que están conmigo: ellos son mi hermano, ellos son mi padre, ellos son mi madre".

Parece realmente cruel, pero no lo era. No le está diciendo nada a su madre; está diciéndole a esa gente que si te aferras demasiado a la familia, la revolución interior no será posible, porque la familia es la primera atadura. Después, la religión a la que perteneces es la segunda atadura después, la nación a la que perteneces es la tercera atadura. Uno tiene que romperlas todas, uno tiene que trascenderlas todas. Sólo entonces puedes encontrar la fuente: la fuente que es la libertad, la fuente que es Dios.

“Nadie que pone su mano en el arado y luego mira hacia atrás es apto para el reino de Dios”. Uno tiene que renunciar a todo lo que es fútil para obtener lo que tiene asignado.

Una vez, un grupo de amigos estaban sentados hablando acerca de la cosa más esencial, aquella a la que no se podía renunciar.

Alguien dijo: "Yo no puedo renunciar a mi madre. Ella me ha dado la vida; a ella le debo la vida. Puedo renunciar a todo, excepto a mi madre".

Alguien más dijo: "Yo no puedo renunciar a mi esposa, porque mi padre y mi madre me fueron dados, nunca fueron mi elección, pero a mi esposa la he elegido yo. Tengo una responsabilidad hacia ella, no puedo renunciar a ella. Pero puedo renunciar a todos los demás".

Y así siguieron. Alguien dijo que no podía renunciar a su casa, alguien más dijo otra y otra cosa.

Pero todos tus apegos son así de absurdos. A todo se puede renunciar, excepto a tu consciencia más interna. No es que yo diga: "Renuncia a ello", pero en lo profundo uno debería vivir en renuncia: uno debiera estar en el mundo, pero permaneciendo en constante renuncia.

Puedes vivir con la familia, sin ser parte de ella; puedes vivir en la sociedad y, aún así, fuera de ella. Se trata de una actitud interna. No se trata de mudarte de lugar: se trata de cambiar la mente.

Las cosas a las cuales estás demasiado apegado no son malas en sí, recuerda. Padre, madre, familia, esposa, hijos, dinero, casa: no son malas en sí mismas. El apego no es malo debido a que estas cosas sean malas, o que estas personas o estas relaciones lo sean: el apego es malo.

Te pueden volver muy estúpido. Mullá Nasrudín se hizo rico de un día para otro: heredó una gran fortuna. Y, naturalmente, lo que sucede con los nuevos ricos le sucedió a él también: quería mostrarlo, exhibirlo.

Llamó al pintor más grande del país para que le hiciera un retrato a su mujer. Nasrudín sólo le impuso una condición: "Recuerda, no lo olvides: las perlas deben aparecer en el cuadro". Su esposa usaba muchas perlas y diamantes: había que mostrarlas. No estaba preocupado por la mujer, cómo aparezca ella en el cuadro no es el punto, pero las perlas y los diamantes deben salir.

Después de un tiempo, cuando la pintura estuvo lista, el pintor trajo el cuadro. Mullá Nasrudín dijo: "Muy bueno, muy bueno. Sólo una cosa: ¿no puedes hacer los pechos un poco más pequeños y las perlas un poco más grandes'.

La mente de un exhibicionista, la mente de quien desea mostrar que tiene algo precioso, valioso; la mente del ego. La cuestión no es el vivir en un palacio, vive en un palacio, ése no es el punto, o vive en una cabaña o al lado del camino: ése no es el punto. Es del ego que se trata.

Puedes ser un exhibicionista en un palacio; puedes ser un exhibicionista en el camino. Si tu mente quiere que alguien sepa que posees algo o que has renunciado a algo, estarás en una profunda oscuridad, que deberá ser disipada.

Jesús dice que uno no debe estar apegado, y que uno no debe mirar atrás. Mirar atrás es un viejo hábito de la mente humana: miras y miras atrás. O miras hacia atrás o miras hacia el futuro y así es como te pierdes el presente.

El presente es divino. El pasado es recuerdo muerto; el futuro es sólo esperanza, ficción. La realidad está sólo en el presente. Esa realidad es Dios, esa realidad es el reino de Dios.

Sólo hay que entender esto; no es necesario hacer nada más. Sólo escúchame: sabes muy bien que el pasado es el pasado; que ya no es, que nada se puede hacer al respecto. No sigas rumiándolo, perdiendo tiempo y energía. Ese rumiar por el pasado crea una pantalla a tu alrededor, y no puedes ver lo que ya está aquí.

Te lo has estado perdiendo, y se ha convertido en un hábito. Siempre que estás sentado, estás pensando en el pasado. ¡Sé consciente! No estoy diciendo que trates de dejar de hacer esto, porque si tratas de dejar de hacerlo, estarás aún involucrado en ello. Estoy diciendo: ¡desinvolúcrate de ello!

¿Así que qué es lo que harás? porque hagas lo que hagas, te involucrarás en ello.

Sólo tienes que estar consciente. Cuando el pasado empiece a llegar a la mente, relájate, aquiétate, tranquilízate. Sólo permanece alerta, ni siquiera es necesario verbalizar. Sólo tienes que saber que el pasado se ha ido; es inútil seguir masticándolo una y otra vez.

La gente usa el pasado como goma de mascar; lo mastican incesantemente. Nada sale de la goma, no es nutritiva; es vana, inútil, pero con el ejercicio de la boca uno se siente bien. Con sólo ejercitar la mente, uno siente que está haciendo algo valioso.

Sólo permanece alerta; y si puedes estar alerta respecto al pasado, te darás cuenta de que, poco a poco, el futuro habrá automáticamente desaparecido. El futuro no es otra cosa que la proyección del pasado; el futuro es el deseo de tener esa parte del pasado que fue hermosa una y otra vez, en formas más bonitas; y no tener la parte del pasado que fue dolorosa, nunca tenerla de nuevo.

Eso es lo que es el futuro. Estás escogiendo una parte del pasado, glorificándolo, decorándolo, e imaginando que en el futuro tendrás una y otra vez aquellos momentos de felicidad, naturalmente, magnificados, más inflados. Y nunca tendrás el dolor que tuviste que experimentar en el pasado. Eso es lo que el futuro es.

Una vez que el pasado desaparece, no desaparece solo. Se lleva consigo también al futuro. De repente estás aquí, ahora, el tiempo se detiene. Este momento que no pertenece al tiempo es lo que yo llamo meditación... este momento que no pertenece al tiempo: Jesús lo llama "el reino de Dios".

Sólo recuérdalo más y más. No hay nada que hacer, sólo recordar, una profunda recordación que te sigue como la respiración en lo que sea que estés haciendo, que permanece en alguna parte del corazón. Sólo una profunda recordación de que hay que arrojar el pasado, y el futuro se va con él. Aquí/ahora es la puerta: del aquí/ahora vas del mundo hacia Dios, vas de lo exterior a lo interior.

De repente, en el mercado, el templo desciende: el cielo se abre y el espíritu de Dios desciende como una paloma. Puede suceder en cualquier sitio. Cada lugar es santo y sagrado; sólo son necesarias tu madurez, tu consciencia.

La palabra "consciencia" es la llave maestra. Nos cruzaremos con muchas situaciones en el evangelio en donde Jesús dice una y otra vez: "¡Despierta!" ¡Permanece alerta!". "¡Sé consciente!". "¡Recuerda!". Buda dice una y otra vez a sus discípulos: "Es necesaria la correcta atención"; Krishnamurti dice: "Consciencia"; Gurdjieff basa toda su enseñanza en una sola expresión: “el recuerdo de sí mismo".

Este es todo el evangelio: recordarse a sí mismo.

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