sábado, 14 de diciembre de 2019

EL FENÒMENO DEL EGO


Debemos comprender este fenómeno del ego. Una vez que lo comprendamos, el zen se torna muy claro. Entonces el zen resulta ser una metodología muy, muy sencilla. Una vez que en ti surge la comprensión de qué es este yo, puedes convertirte fácilmente en no-yo. Esa comprensión misma te libera del yo. Al surgir la comprensión el yo empieza a desaparecer, de la misma manera que cuando enciendes la luz en una habitación desaparece la oscuridad.

Primero hay que entender que cuando nace un niño carece de ego. No sabe quién es. Es una hoja en blanco. A partir de entonces empezamos a escribir en él. Le decimos que es un niño o que es una niña, que es musulmán o hinduista, que es bueno o malo, que es inteligente o estúpido. Empezamos alimentarle ideas. Empezamos a proporcionarle ideas acerca de quién es. Que si es hermoso o no, obediente o desobediente, amado o no amado, necesitado o prescindible… un continuo torrente de ideas. Esas ideas se van acumulando en su consciencia, y el espejo empieza a cubrirse de mucho polvo y algunas de las ideas comienzan a fijarse, a enraizarse en el ser del niño.

Empieza a pensar de la manera que le has enseñado.

Poco a poco, se olvida totalmente de que llegó al mundo como pura vaciedad. Empieza a creer. Y un niño confía sin límites. Confía en todo lo que le dices. Te ama. Todavía no duda, todavía no sospecha. ¿Cómo podría sospechar? Es tan puro… es sólo pura consciencia, puro amor. Así que, cuando su madre le dice algo, él confía.

Ahora los psicólogos dicen que si le repites algo a una persona continuamente, acaba convirtiéndose en eso. Te conviertes en lo que piensas que eres. Bueno, no es que te conviertas en ello, sino que esa idea se enraíza profundamente, y de eso es de lo que trata el condicionamiento. Si le repites continuamente a un niño que es estúpido, se tornará estúpido, empezará a pensar que es estúpido. Y no sólo eso, sino que comenzará a comportarse de manera estúpida. Tendrá que ajustarse a cierta idea que se le ha dado. Cuando todo el mundo cree que es estúpido, él también piensa que debe serlo. Es muy difícil creer algo que nadie piensa de ti. Es imposible. Se necesita algún tipo de apoyo.

El niño carece de todo apoyo. Busca a su alrededor, busca en tus ojos. Tus ojos funcionan como un espejo en él ve su rostro en ellos, y también ve lo que estás diciendo. Un niño puede volverse hermoso, feo, un santo o un criminal. Depende del condicionamiento, de cómo le condiciones.

Pero tanto si se convierte en un santo o en un pecador, no tiene importancia, en cuanto respecta a la miseria, pues de cualquier manera será miserable. No importa si se convierte en un estúpido o en alguien inteligente, porque –y recuérdalo bien- es el condicionamiento el que trae la miseria. Puedes condicionarle para que sea un santo, y lo será, pero continuará siendo miserable.

Puedes ir a ver a tus pretendidos santos. ¡No hallarás seres más miserables en ningún otro lugar! A veces los pecadores pueden sentirse gozosos, pero los santos nunca. Son tan santos… que ¿cómo podrían reírse, disfrutar, bailar y cantar? ¿Cómo podrían ser tan ordinarios y humanos? Son sobrehumanos y permanecen congelados en la sobrehumanidad. No es más que puro ego.

El zen es un tipo de religión totalmente distinto. Insufla humanidad a la religión. No le interesa nada sobrehumano. Todo su interés radica en cómo convertir la vida cotidiana en una bendición. Otras religiones intentan destruir tu vida cotidiana y hacer de ti alguien extraordinario; y esos son los viajes del ego, y lo cierto es que no te harán feliz. Te condicionan, te respetan. Como eres bueno la sociedad te respeta, como eres bueno te respetan los padres, y porque eres bueno te respetan los profesores. Y poco a poco te va penetrando la idea de que si eres bueno todo el mundo te respetará y que si eres malo nadie te respetará.

Pero la respetabilidad no es vida. La respetabilidad es muy venenosa. Un ser humano realmente vivo no se preocupa de la respetabilidad. Vive, y lo hace con autenticidad. No se para a considerar lo que piensan los demás. Gurdjieff solía decir a sus discípulos: “No consideréis. Acordaros de nunca considerar a los demás porque el ego surge en vosotros de la consideración hacia los demás. Debe ser cortado de raíz”.

Una vez que el niño empieza a fijarse, el niño ya tiene un yo. Este yo es algo fabricado. Es un subproducto social. En realidad no tienes ninguno, lo que ocurre es que te lo crees. Es una creencia, la más peligrosa de todas. En realidad no hay un yo, en realidad no puede haberlo, porque no estamos separados de la existencia, sino unidos y juntos en un universo. Ese es el significado de la palabra “universo”: es uno. No es un multiverso, sino un universo. Todo es uno; al morir, al vivir, al nacer, al amar, al odiar, todos somos uno. Palpitamos juntos.

El hálito que tomo me viene de ti. Hace un instante era tu hálito, y ahora es el mío. Y en un instante dejará de ser mío, para pasar a ser de otro. No puedes reclamar ni siquiera tu respiración, decir que es mía”. Se mueve.

Vivimos en un mar de vida; vivimos dentro de todos. Lo que os pertenece a vosotros puede ser mío, lo que es mío puede perteneceros a todos vosotros. Hace tan sólo un momento, antes de que empezase a hablar, había algo en mí; ahora lo estoy vertiendo en vosotros y se convertirá en vosotros. Se transformará en vuestra consciencia, en vuestra memoria, en vuestra mente, será totalmente vuestro. Una vez se ha escuchado un pensamiento, una vez se ha comprendido, pasa a ser vuestro. Deja de ser mío. Estamos interconectados.

Así que el yo es una entidad falsa creada por la sociedad para sus propios propósitos. Si se comprenden los propósitos, uno puede interpretar el papel pero sin dejarse entontecer por él. El propósito, es que todo el mundo necesita un carnet de identidad; sino todo resultaría muy difícil. Todo el mundo necesita un nombre, una dirección, un carnet de identidad, un pasaporte; de otra manera todo resultaría muy difícil. ¿Cómo llamar a alguien? ¿Cómo dirigirse a alguien? Se trata de cosas utilitarias, necesarias, sí, realmente necesarias, pero que carecen de verdad en ellas. Son arreglos.

A cierta flor la llamamos “rosa”. No es que sea su nombre –no lo tiene-, pero tenemos que llamárselo, si no lo hiciéramos sería difícil distinguir entre una rosa y un loto. Y si quisieras una rosa te resultaría difícil decir qué es lo que quieres. Son requerimientos. Sí, tienes necesidad de un cierto nombre, de una etiqueta, pero no eres el nombre ni la etiqueta.

Este entendimiento debe abrirse paso en ti: no eres tu nombre, no eres tu forma, no eres ni hinduista, ni cristiano, ni indio, ni chino. No perteneces a nadie, a ninguna secta ni organización. Debes entender que el todo te pertenece y que tú le perteneces al todo. Es cierto. Con este entendimiento tu ego empezará a soltar presa, y un día sabrás que podrás utilizarlo, pero ya sin que él te utilice.

Lo segundo que hay que recordar es que el ego se identifica con un rol, con una función. Alguien es administrativo, otro es delegado, el otro es jardinero, y otro distinto es gobernador. Son funciones, son cosas que haces; pero no son tu ser.

Cuando alguien pregunta: “¿Y tú quién eres?”, y tú dices: “Soy ingeniero”, tu respuesta es existencialmente errónea. ¿Cómo puedes ser ingeniero? Eso es lo que haces, no lo que eres. No te encierres demasiado en tu función, porque encerrarse demasiado en ella es encarcelarse. Realizas las funciones de un ingeniero, o el trabajo de un médico, o de un gobernador, pero eso no significa que tú eres eso. Puedes abandonar el trabajo de ingeniero y convertirte en pintor, y puedes dejar de hacer de pintor y ser barrendero… eres infinito.

Al nacer, un niño tiene disponible la infinitud. Pero poco a poco esa infinitud deja de estar disponible; empieza a fijarse en una cierta dirección. Un niño nace multidimensional, pero tarde o temprano empieza a elegir. Y nosotros le ayudamos a hacerlo, para que pueda ser alguien.

Hay un dicho chino que habla de que el ser humano nace infinito, pero poca gente muere infinita. El ser humano nace infinito y muere finito. Cuando naciste eras pura existencia. Cuando mueras serás un médico, o un ingeniero, o un profesor. ¡Serás un perdedor en términos de vida! Cuando naciste tenías abiertas todas las alternativas, infinitas posibilidades: podías haberte convertido en profesor, en científico, en poeta; tenías disponibles millones de oportunidades, todas las puertas estaban abiertas. Y luego, poco a poco, te fuiste asentando, te convertiste en profesor, en profesor de matemáticas, en un experto, en un especialista. Te fuiste estrechando cada vez más. Y ahora eres como un túnel pequeño que cada vez es más y más estrecho. Naciste como el cielo entero, pero no tardaste en meterte en un túnel, y ya nunca has salido de él. El túnel es el ego. Es identificarse con la función.

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