sábado, 28 de diciembre de 2019

EL KARMA PASADO


Tu vida pasada ya no está ahí, ¿cómo es que sigue revoloteando a tu alrededor? Está ahí sólo a causa de tu costumbre, porque no dejas de ponerla en práctica. Lo practicas en esta vida. El día que abandones esa costumbre te liberarás de ello. Podrás abandonar todo el pasado en un instante. Este es uno de los grandes mensajes del zen: que puedes iluminarte instantáneamente.

Todo el resto de religiones se muestran muy miserables respecto a la iluminación. Son pura miseria, muy serias y formales; afirman que hay que cerrar todas las cuentas, que los malos karmas deben equilibrarse con otros buenos. Que llevará tiempo y no es nada fácil. Pero ya llevas dando vueltas por aquí desde toda la eternidad, y ya has hecho tantas cosas, ¡que liquidarlo todo resultará imposible! Y mientras tanto, mientras vas liquidando tu pasado, irás haciendo otras muchas cosas, que se irán convirtiendo en tus problemas futuros. Comerás, o al menos respirarás, y cuando respiras eres violento, al igual que cuando comes. Y vivirás, y la vida es violenta, así que algo se te irá pegando.

Se convertirá en un círculo vicioso. Nunca podrás deshacerte de ello.

La ilógica zen, o la lógica zen, es muy, pero que muy clara. El zen dice que puedes deshacerte de todo ello ahora mismo, en este momento, porque sólo se trata de un apego de tu parte. No es que los karmas se aferren a ti, sino que tú te apegas a ellos. Si dejas de apegarte… se acabó.

¿Cómo deja uno de apegarse? Hay que empezar en la vida actual, en esta vida. Se un esposo y nunca seas un esposo. A eso es a lo que me refiero cuando digo que un sannyasin debe ser un actor perfecto sé madre y nunca seas madre; no te identifiques con el papel. Es un papel, cúmplelo con la mayor perfección posible, tan estéticamente como sea posible, con tanto amor como puedas, disfruta colmándolo, que se convierta en una obra de arte. Sé una hermosa esposa, madre, sé un maravilloso marido, o amante, pero no te conviertas en uno. En el momento en que te conviertes en ello te estás buscando problemas.

No permitas que las funciones se instalen en ti. No permitas que los roles se asienten en ti. Sé exactamente como un actor versátil, con muchos registros. El actor interpreta muchos papeles: a veces es un padre, o una madre, y a veces es un asesino, y otras tiene un papel muy serio, o bien interpreta un papel ridículo. Pero interpreta todos los papeles perfectamente igual, sin preocuparse por el que le ha tocado. Sigue siendo versátil, y aporta todo lo que puede al papel. Si le das el papel de un asesino, será el mejor asesino del mundo, si le das el de un santo será el mejor santo del mundo. Y puede cambiar: en un acto será el santo, y en otro es el asesino. Pero su perfección permanece intacta.

Esta versatilidad también tiene que darse en la vida. La vida es una gran obra de teatro. Sí, el escenario es enorme, toda la Tierra funciona como un escenario y toda la gente son actores. Pero nadie sabe adónde va a parar todo esto. No han repartido el guión, pues debe crearse; hay que improvisar continuamente.

En el zen existen ciertas piezas teatrales llamadas Noh. No hay guión, sólo están los actores. Se alza el telón e improvisan. Empiezan a pasar cosas. Si hay gente en el escenario entonces seguro que pasa algo. Aunque se hallen en silencio, sentados, mirándose… algo pasará, sin necesidad de prepararlo ni ensayarlo.

La vida es exactamente igual, momento a momento. Salta del pasado, y sea lo que sea que pueda pasar, déjalo que pase, sin inhibiciones, sin reprimirlo. Métete en ello todo lo posible y tu libertad crecerá.

Una cosa más antes de seguir adelante. El ego, o el yo, es la parte pretendiendo ser el todo; es como si mis manos pretendiesen ser todo el cuerpo. Por ello, surgirán dificultades. Somos parte del universo infinito, y empezamos a pretender que somos el todo. El ego es una especie de locura, una neurosis, una megalomanía. El ego es una locura; si le escuchas te darás cuenta de que así es. Cree que todo es posible. Cree que puede conquistar el todo, la naturaleza, a Dios. Piensa en términos de conquista. Piensa en términos de agresión. Cree que todo es posible, que puede hacer cualquier cosa. Y cada vez se torna más ambicioso, y más loco.

En China hay una historia zen muy antigua. El mono el mono es uno de los más antiguos símbolos para designar la mente, el yo, el ego. El mono es una metáfora de la estupidez del ego, y esta historia es extraña. (Hace referencia a la novela china más famosa de todos los tiempos, Viaje al Oeste (Siruela, Madrid, 1999), sobre las aventuras del monje Tang, el mono Wu-Kung, el cerdo Ba-chie y el bonzo Sha, que parten hacia el Paraíso Occidental (India) en busca de las escrituras del Buda, con la ayuda de bodhisattva Kuan-yin.). Sólo alguien zen puede escribir una historia así, ninguna otra religión puede ser tan valiente. A las otras religiones –para los cristianos, hinduistas, musulmanes- les parecerá sacrílega, irrespetuosa hacia el Buda o Dios. Pero no lo es.

La gente zen ama tanto al Buda que pueden gastarle bromas. Son producto del más profundo amor; no tienen miedo. La gente zen no son personas temerosas de Dios, recuérdalo, son amantes de Dios. Cuando amas a alguien también te puedes reír. Y saben que con su risa no ridiculizan al Buda. De hecho, con su risa le están ofreciendo su amor.

La historia ha sido condenada por otras religiones. Sí, es cierto que los cristianos no pueden escribir historias así sobre Jesús. Los jainistas tampoco escriben historias sobre Mahavira, ni los budistas hindúes escriben historias como ésta sobre el Buda. Sólo en China y Japón ha crecido la religión de manera tan maravillosa, como para hacerlo posible. El humor ha sido posible.

Escuchad la historia:

Un mono se presentó ante Buda. Afirmó que podía hacer cualquier cosa, pues no era un mono ordinario. Era como Alejandro Magno. Decía: “¿Imposible? Esa palabra no existe en mi vocabulario. Puedo hacer cualquier cosa”. Era un mono sensacional, o al menos eso creía él.

El Buda le dijo:

-Voy a hacer una apuesta contigo. Si realmente eres tan listo y tan grande como dices, salta más allá de la palma de mi mano derecha. Si lo consigues, le diré al Emperador de Jade que venga a vivir conmigo en el Paraíso Occidental y tú te quedarás con su trono sin más. Pero si fracasas deberás regresar a la tierra y realizar penitencia durante un siglo antes de regresar a mi presencia.

“Este Buda –pensó el mono para sí- es un tonto de remate. Puedo saltar ciento ochenta mil leguas, y la palma de su mano no puede tener más de veinte centímetros de anchura. ¿Cómo no voy a poder saltar por encima?”.

-¿Estás seguro de poder hacer eso por mí?, preguntó el mono.

-Desde luego que lo estoy, respondió el Buda.

Estiro la mano derecha, que parecía del tamaño de una hoja de loto. El mono se puso la vara tras la oreja y saltó con todas sus fuerzas.

“Ya está bien –se dijo el mono para sí-. Ahora ya me he pasado de largo”.

Se movía con tal rapidez que casi resultaba invisible, y el Buda, que le observaba con el ojo de la sabiduría, apenas vio pasar zumbando un remolino.

El mono llegó finalmente a cinco pilares rosados que se hallaban clavados en el aire.

“Éste es el fin del mundo –se dijo-. Todo lo que tengo que hacer es regresar donde está el buda y reclamar mis derechos. El trono ya es mío”.

“Un momento –pensó-. Mejor que deje constancia de alguna manera en caso de que el Buda me ponga penas”.

Así que en la base del pilar del medio escribió: “El Gran Sabio, Semejante al Cielo, ha alcanzado este lugar”. Luego, para mostrar su respeto, se alivió al pie del primer pilar y saltó de regreso al lugar de origen.

De pie sobre la palma del buda, dijo:

-He ido y he vuelto. Puedes irle diciendo al Emperador de Jade que me entregue los palacios del Cielo.

-Mono, –dijo el Buda-. Has estado en la palma de mi mano todo el tiempo.

-Estás equivocado –aseguró el mono. Llegué hasta el fin del mundo, donde vi cinco pilares de color carne clavados en el cielo. En uno de ellos escribí algo. Si quieres te llevaré allí para que lo compruebes.

-No será necesario –dijo el Buda-. Mira aquí abajo.

El mono miró con sus ojos fieros y acerados, en la base del dedo corazón de la mano del Buda vio escritas las palabras: “El Gran Sabio, Semejante al Cielo, ha alcanzado este lugar”. Y de entre el pulgar y el índice le llegó el olor de orina de mono.

El mono es una metáfora del ego. El ego cree que lo puede todo. Vive en esa falacia; la parte vive en la falacia de que es el todo. El ego impotente vive en la falacia de que es omnipotente. El ego, que ni siquiera existe, cree que es el mismísimo centro de toda existencia. De ahí proviene la miseria.

Realizamos todo tipo de esfuerzos, y todos fracasan porque el enunciado es falso. El ser humano intenta triunfar pero nunca lo logra. Todo triunfo conlleva frustración. Hemos acumulado mucho dinero y muchos chismes, y hemos progresado muchísimo, pero la miseria no hace más que crecer.

Hoy en día, la miseria es mayor que nunca. Nuestro siglo es el más avanzado científicamente. El ser humano nunca ha sido tan opulento ni nunca ha contado con tanda tecnología para explorar la naturaleza, pero tampoco nunca ha sido tan miserable. ¿Qué es lo que no funciona? El enunciado mismo es falso.

Para el -no yo- todo es posible; para el yo nada es posible. Si quieres conquistar el mundo, saldrás derrotado. Si no pretendes conquistar el mundo, entonces serás conquistador. En rendirse a la experiencia radica la victoria.

La fuerza de voluntad no conduce al paraíso, sino la entrega.

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