sábado, 12 de marzo de 2022

EL CUIDADO DE LOS NIÑOS


Cualquier forma de ayudar a un niño es errónea. La idea de ayudar es de por sí incorrecta. El niño necesita tu amor, no tu ayuda. El niño necesita alimento, apoyo, pero no tu ayuda. Se desconoce el potencial natural del niño, así que no hay forma de ayudarle correctamente a alcanzarlo. No puedes ayudarle si no conoces el objetivo; lo único que puedes hacer es no interferir. Con la excusa de “ayudar” todo el mundo interfiere en la vida de los demás; pero como es una palabra muy bonita, nadie se opone. Evidentemente, el niño es demasiado pequeño, depende demasiado de ti para poder oponerse.

Todas las personas que te rodean son exactamente como tú: a ellas también las han ayudado sus padres de la misma manera que te han ayudado a ti. Ni ellos ni tú habéis alcanzado vuestro potencial natural. Nadie en el mundo lo está consiguiendo a pesar de la ayuda de los padres, de la familia, de los conocidos, de los vecinos, de los profesores, de los sacerdotes. De hecho, todos están tan abrumados por la ayuda que, ¡cómo van a conseguir desarrollar su potencial natural bajo tal peso, ni siquiera podrán conseguir el potencial artificial! No pueden moverse; cada uno lleva un peso descomunal sobre sus hombros.

A todas las personas que te rodean las han ayudado, las han ayudado mucho a ser lo que son. A ti te han ayudado, y ¿ahora tú también quieres ayudar a tus hijos? Lo único que puedes hacer es amarlos, alimentarlos. Ser cariñoso, aceptarlos. El niño posee un potencial desconocido, y no hay forma de llegar a imaginar qué será. Así que no sirve de nada aconsejar: “Deberías ayudar al niño de esta manera”. Cada niño es único, así que no puede existir una norma general para todos los niños.

Lo mejor que puedes hacer es no ayudar al niño en absoluto. Si realmente eres valiente, por favor, no lo ayudes. Ámalo, aliméntalo. Deja que haga lo que quiera. Deja que vaya donde quiera. Tu mente estará tentada una y otra vez de interferir, y hallará buenas excusas. La mente es muy astuta cuando se trata de racionalizar: “Si no interfieres puede correr peligro; puede que el niño caiga en un pozo si no se lo impides”. Pero yo te digo que es mejor dejar que el niño se caiga en el pozo que ayudarlo y destruirlo.

Hay muy pocas posibilidades de que el niño se caiga en el pozo, y aunque ocurra, no significa que vaya a morir; se le puede sacar de ahí. Y si realmente tanto te preocupa, puedes tapar el pozo pero no ayudes al niño, y no interfieras. Se puede cegar el pozo, pero no interfieras en lo que haga el niño. Tu verdadera preocupación debe ser eliminar todos los peligros pero no interfieras en lo que haga el niño; deja que siga su camino.

Tendrás que entender algunos patrones importantes de crecimiento. La vida está formada por ciclos de siete años, transcurre en ciclos de siete años, al igual que la Tierra tarda veinticuatro horas en dar una vuelta completa sobre su eje. Nadie sabe por qué no tarda veinticinco horas, por qué no veintitrés. No hay manera de responder a esto; sencillamente, es un hecho. Así que no me preguntes por qué la vida transcurre en ciclos de siete años. No lo sé. Lo único que sé es que es así, y si comprendes esos ciclos, comprenderás gran parte del crecimiento del ser humano.

Los primeros siete años son los más importantes porque en ellos se establece el fundamento de la vida. Por eso a todas las religiones les interesa captar a los niños lo antes posible. Esos primeros siete años son aquellos en los que te condicionan, en los que te atiborran con todo tipo de ideas que te obsesionarán durante toda tu vida, que te distraerán de tus posibilidades, que te corromperán, en los que nunca te pemitirán ver claramente. Aparecerán continuamente como nubes ante tus ojos y harán que lo veas todo borroso.

Las cosas son claras, muy claras —la existencia es absolutamente clara— pero tus ojos han acumulado capas y capas de polvo. Todo ese polvo se ha acumulado en los primeros siete años de tu vida, durante los cuales eras tan inocente, tan confiado, que aceptabas todo aquello que te decían como verdadero. Posteriormente será muy difícil desenterrar todo lo que forma parte de tus cimientos; se ha convertido en parte de tu sangre, de tus huesos, de tu misma médula. Te cuestionarás otras mil cosas pero nunca te cuestionarás los cimientos básicos de tu fe.

La primera manifestación de amor hacia el niño consiste en que durante estos siete primeros años sea completamente inocente, no esté condicionado, permitir que durante siete años sea un completo salvaje, un pagano. No se le debería convertir al hinduismo, ni al islamismo, ni al cristianismo. Todo aquel que intenta convertir a un niño a una religión no es compasivo, es cruel: está contaminando el alma de un nuevo recién llegado. Antes de que el niño haya planteado una sola pregunta ya se le ha contestado con filosofías, dogmas, e ideologías ya establecidas. Es una situación muy extraña. El niño no ha preguntado por Dios pero tú no haces más que enseñarle cosas acerca de Dios. ¿A qué viene tanta impaciencia? ¡Espera!

Si un día el niño muestra interés en Dios y empieza a preguntar, intenta no hablarle únicamente de tu idea de Dios porque nadie tiene el monopolio. Exponle todas las ideas de Dios que las distintas épocas, religiones, culturas y civilizaciones han ofrecido a las personas. Exponle todas las ideas sobre Dios y dile: “Puedes escoger aquella que más te atraiga. O, si ninguna de ellas te convence, puedes inventarte una propia. Si opinas que todas tienen defectos, y crees que puedes tener una idea mejor, entonces, invéntate una propia. Pero si piensas que no hay forma de inventar una idea que no tenga lagunas, entonces, olvídalo; no hace falta”.

Una persona puede vivir sin Dios. Hay millones de personas que han vivido sin Dios, así que no es algo que una persona necesite inevitablemente. Puedes decirle al niño: “Sí, yo tengo mi propia idea, que es una combinación de todas ellas. Puedes elegirla tú también, pero no estoy diciendo que mi idea sea la correcta. A mí me atrae pero puede que a ti no te atraiga”.

No hay una necesidad profunda de que el hijo esté de acuerdo con el padre, o de que la hija tenga que estar de acuerdo con la madre. En realidad, es mucho mejor que los hijos no estén de acuerdo con los padres. Así es como se evoluciona. Si todos los niños estuvieran de acuerdo con los padres no habría evolución, porque cada nuevo padre estaría de acuerdo con el suyo propio, y nos habríamos quedado donde Dios dejó a Adán y Eva: desnudos, a las puertas del Jardín del Edén. Estaríamos todos estancados allí.

El ser humano ha evolucionado gracias a que los hijos y las hijas no han estado de acuerdo con sus padres, con su tradición. Toda la evolución se fundamenta en un absoluto desacuerdo con el pasado. Y cuanto más inteligente seas más en desacuerdo estarás. Sin embargo, los padres aplauden al hijo que está de acuerdo y critican al que está en desacuerdo.

Si un niño logra llegar a los siete años inocente y no corrompido por las ideas de los demás, después resultará imposible evitar su potencial de crecimiento. Los siete primeros años del niño son los más vulnerables. Están en manos de los padres, de los profesores y de los sacerdotes. Salvar a los niños de los padres, los sacerdotes y los profesores es una cuestión tan importante que parece casi imposible descubrir cómo hacerlo. No se trata de ayudar al niño. Se trata de protegerlo. Si tienes un hijo, protégelo de ti mismo. Protégelo de las demás personas que puedan influir en él; al menos hasta que tenga siete años, protégelo. El niño es como una pequeña planta, débil, tierna; un viento fuerte puede destruirlo, cualquier animal puede comérselo. Puedes poner una valla protectora a su alrededor, porque eso no supondrá aprisionarlo, solo estás protegiéndolo. Cuando la planta haya crecido, ya quitarás la valla.

Protege al niño de todo tipo de influencias para que pueda seguir siendo él mismo; solo son siete años, ya que entonces se completará el primer ciclo. Cuando tenga más o menos esa edad ya estará arraigado, centrado, ya será lo suficientemente fuerte. No sabes lo fuerte que puede ser un niño de siete años porque no has visto niños que se hayan librado de la corrupción; solo has visto niños corrompidos. Cargan con los miedos y la cobardía de sus padres, sus madres, sus familias. No son ellos mismos.

Si un niño permanece indemne durante siete años, cuando lo veas te sorprenderás. Será tan afilado como una espada. Sus ojos serán nítidos, su enfoque será transparente. Y verás una gran fuerza en él que no podrás encontrar ni siquiera en un adulto de setenta años, ya que en ese adulto los cimientos se tambalean.

Si los cimientos son débiles, a medida que se vaya alzando el edificio, cada vez se tambalearán más. Por ello, observarás que cuanto más mayor es una persona, más miedo tiene. Puede que de joven seas ateo, pero cuando te hagas mayor empezarás a creer en Dios. ¿Por qué? Cuando tenías menos de treinta años eras un hippy. Tenías el valor de enfrentarte a la sociedad, de actuar a tu manera; de llevar pelo largo y tener barba, de vagar por todo el mundo y correr todo tipo de riesgos. Sin embargo, cuando llegues a los cuarenta todo eso desaparecerá. Trabajarás en una oficina, vestido con traje, bien afeitado, bien arreglado. Nadie será capaz de adivinar que habías sido un hippy.

Dónde se han metido todos los hippies? Al principio, tienen mucha fuerza, pero después se convierten en cartuchos gastados, impotentes, derrotados, deprimidos, intentando hacer algo con su vida, sintiendo que sus años hippies fueron un desperdicio. Los demás han llegado mucho más lejos: uno se ha convertido en presidente, otro es alcalde, y la gente empieza a pensar: “Fuimos tontos. No hacíamos más que tocar la guitarra, y todo el mundo nos cogió la delantera”. Se arrepienten. Es muy difícil encontrar a un viejo hippy.

Así que si eres padre necesitarás mucha valentía para no interferir. Abre las puertas a direcciones desconocidas para que el niño pueda explorar. No sabe lo que lleva en sí, nadie lo sabe. Tiene que buscar a tientas en la oscuridad. No permitas que tenga miedo de la oscuridad, que tenga miedo a equivocarse, que tenga miedo a lo desconocido. Apóyalo. Cuando se dirija a un viaje a lo desconocido, deja que se vaya y dale todo tu apoyo, todo tu amor, tus bendiciones. No dejes que le afecten tus miedos. Puede que tengas miedo, pero guárdatelo para ti. No transmitas esos miedos al niño porque estarás interfiriendo.

Después de los siete, el siguiente ciclo —de los siete a los catorce—, aporta un nuevo añadido a la vida. El niño empieza a experimentar con sus incipientes energías sexuales, pero no es más que un ensayo.

Ser padre es una tarea difícil, así que a menos que estés preparado para llevar a cabo esta ardua tarea no te conviertas en padre. La gente sigue convirtiéndose en padres y madres sin saber qué están haciendo. Estás trayendo una nueva vida al mundo; será necesario extremar el cuidado.

Cuando el niño empieza a realizar sus experimentaciones sexuales es cuando los padres más interfieren, porque con ellos también interfirieron. Lo único que saben es lo que hicieron con ellos, así que se limitan a repetirlo con sus hijos. Las diversas sociedades no permiten la experimentación sexual, o al menos no lo han permitido hasta ahora, e incluso hoy en día solo se permite en países muy desarrollados. Al menos ahora los niños y las niñas se educan en los mismos colegios. Pero en un país como la India, aún hoy, en la mayoría de las ciudades la educación mixta no comienza hasta la universidad. Un niño y una niña de siete años no pueden estar en el mismo internado. Y sin embargo, este es el momento —sin que haya ningún riesgo, sin que la niña se quede embarazada, sin que surja ningún problema para sus familias— en el que se les debe permitir todo tipo de juegos. Sí, tendrán cierto matiz sexual, pero será un ensayo; no será la auténtica representación. Si no les permites ni siquiera que ensayen y de repente un día sube el telón y comienza la representación, los actores no sabrán qué es lo que está pasando; no tendrán ni siquiera un apuntador que les diga qué tienen que hacer. Habrás arruinado completamente sus vidas.

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