sábado, 28 de julio de 2018

CONSCIENCIA E INCONSCIENCIA


La naturaleza es en sí misma inocente. Pero en el instante en el que el hombre se hace consciente de ella, surgen infinidad de problemas y aquello que es natural e inocente es interpretado. Y cuando es interpretado deja de ser natural e inocente. La naturaleza en sí misma es inocente. Pero cuando la humanidad se da cuenta de ella, comienza a interpretarla y la interpretación misma comienza a producir numerosos conceptos de culpa, de pecado, de moralidad, de inmoralidad.

La historia de Adán y Eva dice que cuando comieron del fruto del Árbol del Conocimiento, por primera vez fueron conscientes de su desnudez y se sintieron avergonzados. Estaban ya desnudos, pero no se habían dado cuenta. La consciencia, la consciencia misma, crea una distancia. En el momento en que eres consciente de algo, empiezas a juzgar. Entonces eres algo diferente de aquello. Por ejemplo, Adán estaba desnudo. Todo el mundo nace desnudo como Adán, pero los niños no se dan cuenta de su desnudez. No la juzgan, ni si es buena ni si es mala. No son conscientes y por tanto no son capaces de juzgar.

Cuando Adán se dio cuenta de que estaba desnudo, surgió un estado de opinión sobre si era o no correcto.

Todos los animales estaban desnudos a su alrededor, pero ningún animal era consciente de su desnudez. Adán tomó consciencia y con esa consciencia Adán se convirtió en algo único. Ahora, el ir desnudo era comportarse como un animal, y a Adán, desde luego, no le gustaba ser como un animal. A nadie le gusta, aunque todo el mundo lo es.

Cuando por primera vez Darwin dijo que el hombre es el resultado de la evolución, una evolución de ciertas especies animales, se encontró con una vehemente oposición porque el hombre siempre había creído que él provenía de Dios, en un escalón algo inferior al de los ángeles. E imaginarse al mono como padre del hombre era ciertamente difícil, casi imposible.

Dios había sido desde siempre el padre y de repente, Darwin lo cambió. Dios fue destronado y los monos fueron entronizados; el mono se convirtió en el padre. Incluso Darwin se sintió culpable por ello pues era un hombre religioso. El que los hechos demostrasen que el hombre procedía de la evolución animal, que era parte del mundo animal, que no difería de los animales, resultaba una desgracia.

Adán se sintió avergonzado. Esa vergüenza se originaba en el hecho de que ahora podía compararse con los animales, en cierto modo él era distinto ahora porque era consciente. El hombre se cubrió para diferenciarse de los animales y desde entonces siempre nos sentimos avergonzados de todo lo que tenga reminiscencias animales. Cuando alguien se comporta como un animal decimos, “¿Qué estás haciendo? ¿Eres un animal?”. Condenamos todo lo que podamos comprobar que se asemeja a la conducta animal. Condenamos al sexo porque tiene reminiscencias del animal. Condenamos lo que sea si guarda relación con los animales.

Con la conciencia llegó la condena, la condena de lo animal. Y esta condenación ha originado toda la represión, porque el hombre es un animal. Puede trascender ese estado, pero esto es otro tema. Pero pertenece al mundo animal. Puede trascenderlo, pero procede de los animales, es un animal.

Puede que un día deje de serlo, que lo trascienda, pero no puede negar la herencia animal. Está ahí, y una vez que esta idea se introdujo en la mente del hombre, la idea de que somos distintos de los animales, el hombre comenzó a reprimir en él todo aquello que fuese parte de la herencia animal. Esta represión ha creado una bifurcación, de modo que todo hombre es doble, se divide en dos. Como lo básico, lo real, queda lo animal y lo intelectual, la mente, sigue pensando en lo Divino en términos de cosas falaces que son abstractas. Por eso únicamente identificas como tuya una parte de tu mente, siendo negada la totalidad.

Incluso dividimos el cuerpo. La parte inferior del cuerpo es condenada. No es solamente inferior en términos fisiológicos; es inferior en términos de valores. La parte superior del cuerpo no es solamente superior, es más elevada. Te sientes culpable de tu parte inferior del cuerpo. Y si alguien dice, “¿Dónde te sitúas?”, señalas a tu cabeza. Este es el sitio, el cerebro, la cabeza, el intelecto. Nos identificamos con el intelecto, no con el cuerpo. Y si nos presionan aún más, nos identificamos con la parte superior del cuerpo, nunca con la inferior. Lo bajo siempre es condenable.

¿Por qué? El cuerpo es uno. No puedes dividirlo. No existe la división. La cabeza y los pies son uno y tu cerebro y tus órganos sexuales son uno. Funcionan como una unidad. Pero al negar el sexo, al condenar el sexo, condenamos toda la parte inferior del cuerpo.

El pecado descendió sobre Adán porque por primera vez pudo sentirse distinto de los demás animales, y el sexo es la cosa más “animal”. Empleo la palabra “animal” en un modo puramente objetivo, sin ningún tinte condenatorio. Lo más animal ha de ser el sexo porque el sexo es la vida, el origen y la fuente de la vida. Adán y Eva se hicieron conscientes del sexo. Trataron de ocultarlo, no sólo exteriormente, trataron de ocultar el hecho mismo en su consciencia interior. Eso creó la división entre la mente consciente y la inconsciente.

La mente es única como el cuerpo es uno. Pero si condenas algo, ese algo pasa a formar parte del inconsciente. Lo condenas en tal grado que tú mismo te asustas de reconocerlo, de que existe en algún lugar en tu interior. Creas una barrera, creas una pared. Y lanzas detrás de la pared todo lo que es condenado por ti y así luego puedes olvidarlo. Queda ahí, sigue operando desde allí, permanece como tu amo, pero tú puedes seguir engañándote a ti mismo diciendo que ya no existe.

Esa parte condenada de nuestro ser se convierte en el inconsciente. Por eso nunca creemos que nuestro inconsciente es nuestro. Sueñas por la noche; sueñas un sueño de elevado contenido sexual o un sueño violento en el que asesinas a alguien, en el que matas a tu esposa. Por la mañana no te sientes culpable; dices que fue sólo un sueño. No es simplemente un sueño. No hay nada que sea simplemente algo. Fue tu sueño, pertenece a tu inconsciente. Por la mañana te identificas con el consciente y por eso dices, “Fue sólo un sueño. No es algo que sea mío. Sencillamente sucedió. Es irrelevante, accidental”. Nunca te sientes ligado a él. Pero fue tu sueño y tú lo creaste. Pero fue tu mente y fuiste tú que actuaste. Aún en el sueño, eras tú el que mataba, el que asesinaba, el que violaba.

Por causa de este fenómeno de condena de la consciencia, Adán y Eva se asustaron, se avergonzaron de su desnudez. Trataron de esconder sus cuerpos; no sólo sus cuerpos, sino que, más tarde, hicieron lo mismo con sus mentes. Todos hacemos lo mismo. Lo que es “bueno”, lo que es considerado “bueno” por nuestra sociedad, lo colocas en tu consciente, lo que es “malo”, lo que es condenado por tu sociedad como “malo”, lo arrojas al inconsciente. Este se convierte en el basurero. Tiras y tiras cosas en él y ahí se quedan. En lo más hondo de tu ser siguen operando afectan a cada movimiento tuyo. Tu mente consciente es sencillamente impotente ante tu inconsciente, porque tu mente consciente es solamente un subproducto de la sociedad y tu inconsciente es natural, biológico, tiene fuerza, energía. De modo que sigues pensando en las cosas “buenas” y sigues haciendo las malas.

Con el sentimiento de vergüenza Adán fue dividido en dos. Se avergonzó de sí mismo. Y esa parte de él de la que se sintió avergonzado fue separada de cuajo de su mente consciente. Desde entonces el hombre ha vivido una vida fragmentada, bifurcada. Y, ¿por qué se avergonzó? No había nadie, ni un predicador, ni una iglesia religiosa, para decirle que se avergonzara.

En el momento en que te haces consciente, surge el ego. Te vuelves un observador. Sin consciencia eres simplemente una parte, una parte de una vida mayor. No eres algo diferente ni separado. Si una ola del océano se volviera consciente, en ese mismo instante la ola crearía un ego distinto del propio océano. Si la ola se pudiera volver consciente y pensar, “Yo soy”, dejaría de poder pensar en ella misma como una unidad con el océano, como una unidad con las demás olas. Se convertiría en algo diferente, separado. El ego es así creado. El conocimiento crea el ego.

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