sábado, 14 de julio de 2018

ENFOCANDO LA CONSCIENCIA


Herrigel aprendía con un Maestro zen. Estuvo aprendiendo el arte del tiro con arco durante tres años seguidos. Y el Maestro siempre le decía: “Está bien. Todo lo que haces está bien, pero no es suficiente”. Herrigel mismo llegó a ser un maestro del tiro con arco. Su puntería alcanzó el cien por cien de efectividad y aún así el Maestro le decía, “Lo estás haciendo bien, pero no es suficiente”.

“¡Con el cien por cien de efectividad!” decía Herrigel: “¿Qué es lo que esperas? ¿Cómo he de progresar? Si tengo un cien por cien de efectividad?, ¿cómo puedes pedir algo más?”.

Se dice que el Maestro zen le dijo, “Me trae sin cuidado tu destreza o tu puntería. Me preocupas tú. Te has convertido en alguien técnicamente perfecto. Pero cuando la flecha parte de tu arco, no eres consciente de ti; por eso es algo fútil. No me preocupa el que la flecha acierte en la diana. Me preocupas tú! Cuando apuntas con el arco, en tu interior has de apuntar con tu consciencia. Aunque yerres el blanco, no importa, pero es el blanco interno el que no debe ser errado, y ahí estás fallando. Te has vuelto técnicamente perfecto, pero eres un imitador.

Pero para una mente occidental, en realidad, para una mente moderna –y la mente occidental es la mente moderna- es muy difícil el concebir esto. Parece no tener sentido. El arte del tiro con arco se ocupa de alcanzar una determinada eficiencia en dar en el blanco.

Poco a poco Herrigel se fue sintiendo desencantado y un día dijo, “Voy a dejarlo. Me parece algo imposible. ¡Es imposible! Cuando estás apuntando a algo, tu consciencia se enfoca en el blanco, en el objetivo, y si has de convertirte en un gran arquero te has de olvidar de ti mismo, te has de centrar solamente en la diana, en el blanco, y olvidarte de todo lo demás. Sólo debe existir el blanco. Pero el Maestro zen trataba continuamente de forzarlo a que creara en su interior otro objetivo. Esta flecha ha de estar dirigida en dos sentidos: apuntando externamente al objetivo y apuntando continuamente hacia el interior, hacia el Yo.

Herrigel dijo, “Ahora lo dejo. Me parece algo imposible. Tus condiciones son imposibles. Y el día de la partida se encontraba simplemente sentado. Había acudido a despedirse del Maestro y el Maestro apuntando a otro blanco. Había allí otro alumno y por primera vez Herrigel no estaba involucrado. Había acudido a despedirse: estaba sentado. Cuando el Maestro acabara con su clase, partiría. Por primera vez no estaba implicado.

Entonces, de repente, se dio cuenta del Maestro y de la consciencia doblemente dirigida del Maestro. El Maestro estaba apuntando. Durante tres años había estado con el mismo Maestro, pero estaba más preocupado con su propio esfuerzo. Nunca había observado a ese hombre, lo que hacía. Por primera vez lo vio y supo; y de improviso, espontáneamente, sin esfuerzo alguno, se acercó al Maestro, tomó el arco de sus manos, apuntó a la diana y disparó la flecha. Y el Maestro dijo, “¡Bien! Es la primera vez que lo has logrado. Me siento feliz”.

¿Qué era lo que había hecho? Por vez primera estaba centrado en sí mismo. El blanco estaba allí, pero él también estaba presente. Hagas lo que hagas, no importa que sea el tiro con arco, sea lo que sea que hagas, incluso simplemente estando sentado, mantente consciente en sentido doble. Recuerda lo que sucede en el exterior y recuerda también al que está en el interior.

Lin-Chi estaba dando un discurso una mañana y alguien le preguntó de improviso, “Contéstame solamente a una pregunta: ¿Quién soy?”. Lin-Chi descendió y se acercó al hombre. Todo el mundo guardó silencio. ¿Qué iba ha hacer? Era una pregunta sencilla. La podía haber contestado desde su asiento. Llegó hasta donde estaba el hombre. Toda la sala estaba en silencio. Lin-Chi se quedó de pie delante de él mirándole a los ojos. Era un momento muy intenso. Todo se detuvo. El que hacía la pregunta comenzó a sudar. Lin-Chi le observaba fijamente a los ojos. Y entonces, Lin-Chi le dijo, “No me preguntes a mí. Adéntrate en ti mismo y averigua quién es el que está haciendo la pregunta. Cierra tus ojos. No preguntes “¿Quién soy?”. Penetra en tu interior y descubre quién es el que está preguntando, quién es el que hace internamente la pregunta. Olvídame. Descubre el origen de la pregunta. ¡Penetra en tu interior!”.

Y se dice que aquel hombre cerró los ojos, se quedó en silencio y de repente se iluminó. Abrió los ojos, se rió, tocó los pies de Lin-Chi y dijo, “Me has contestado. He estado haciendo esta pregunta a todo el mundo y me han contestado de muy diferentes maneras, pero no hubo nada que resultase ser una auténtica respuesta. Pero tú me has contestado”.

“¿Quién soy?” ¿Cómo va a poder contestarlo alguien? Pero en aquella situación concreta, con un millar de personas guardando silencio, un silencio absoluto, Lin-Chi se acercó con la mirada fija y le ordenó a aquel hombre. “Cierra tus ojos, penetra en ti y descubre quién es el que hace la pregunta. No esperes la respuesta. Descubre al que ha preguntado”. Y el hombre cerró los ojos. ¿Qué ocurrió entonces? Se centró. Súbitamente se encontró centrado, súbitamente se hizo consciente de su mismísimo centro.

Esto es lo que hay que descubrir y ser consciente es el método para descubrir este núcleo central. Cuanto más inconsciente eres, más te alejas de ti mismo. Cuanto más consciente, más te acercas a ti mismo. Si la consciencia es total, estás en el centro. Si la consciencia es menor, te acercas a la periferia.

Cuando eres inconsciente, estás en la periferia en la cual uno se olvida por completo del centro. Esas son las dos direcciones posibles hacia adonde ir.

Puedes ir hacia la periferia y entonces vas hacia la inconsciencia. Sentado viendo una película, sentado escuchando música, puedes olvidarte de ti mismo. Entonces estás en la periferia. Incluso escuchándome a mí puedes olvidarte de ti mismo. Entonces estás de nuevo en la periferia. Leyendo el Gita o la Biblia o el Corán puedes olvidarte de ti mismo. Entonces estás en la periferia.

Hagas lo que hagas, si puedes recordarte a ti mismo, estás cerca del centro. Y entonces, algún día, de repente, estás centrado. Entonces posees energía. Esa energía es el fuego. La vida entera, la existencia entera es energía, es fuego. Fuego es el nombre antiguo; ahora la llamamos electricidad. El hombre la ha estado etiquetando con muchos, muchos nombres, pero llamarla “fuego” es correcto. “Electricidad” parece con menos vida; “fuego” parece más vital.

Este fuego interno, es el incienso. Cuando alguien se dirige a rendir culto lleva consigo incienso, ese incienso, no sirve para nada a menos que acudas con tu fuego interno como incienso.

Este Upanishad trata por todos los medios de dar significados internos a símbolos externos. Cada símbolo tiene una contraparte interna. La externa está bien por sí misma, pero no es suficiente. Y es solamente simbólica; no es la substancia. Indica algo, pero no es lo real. Debes de haber observado el incienso. Es quemado por doquier en todos los templos. Está bien como incienso, pero es únicamente un símbolo externo.

Se necesita de un fuego interno. Y así como el incienso perfuma, el fuego interno también perfuma.


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