sábado, 4 de mayo de 2019

LA GRACIA Y LA GRATITUD


Gracia, amor, existencia, no son atributos de Dios, sino su naturaleza divina. Pero no estamos abiertos a ellos. Al abrirse se vuelve uno receptor. Pero no diremos entonces es receptivo, pues el ego es competitivo; diremos que Dios le ha concedido su gracia.

Es bueno decir que Dios concede la gracia porque ahora nada existe, sino Dios. No hay nada sobre lo cual descanse el ego. No se puede decir “yo”, sino: “He merecido su gracia”, porque el “yo”, la barrera no estaba. Así pues, el que transciende su “yo” puede afirmar: “Es por la gracia de Dios”. Él lo puede decir, no nosotros, nos estaríamos engañando, pues no hemos vivido la magna transformación. El ego no nos permitiría. El ego dirá: “Dios le ha concedido su gracia a él y no a mí”. Creamos esta noción errónea que Dios concede su gracia a unos y a otros no.

Él es Gracia, si alguien está listo para recibirla, él siempre la está dando. No es que esté dispuesto a dar, es que la da, aunque tú no la recibas. Aunque esté cerrado; siempre la prodiga: sus bendiciones llueven, ábrete y lo sabrás. Sé consciente y estate abierto para descubrir lo que el amor es, lo que la gracia es, lo que la compasión es: y ellas son una sola y la misma cosa; no hay diferencia.

Sólo entonces puedes saber lo que es la oración, no para pedir algo; no mendicidad, sino acción de gracias. Si la oración es para pedir ahí está la barrera: la mente pedigüeña es la barrera.

Cuando una oración agradece, no algo en particular, sino todo lo que existe, por la gracia que se recibe, florece un sentimiento de gratitud: gratitud, por tu parte; por la parte de Dios, gracia. No podemos conocer la gratitud hasta no conocer la gracia. Pero puede conocerse.

No empieces la búsqueda, la indagación de Dios de la Divinidad, porque esto es metafísico e inútil, aunque sea lo que ha prevalecido por siglos. Los filósofos han estado pensando acerca de los atributos de Dios, y dictaminando cuál atributo es divino, y cuál no. Alguno sustenta que el carece de atributos, que es ninguno. Otro dice que sí los tiene. Pero ¿Cómo saber lo que no nos consta? ¿Y cómo decidir si tiene o no atributos, si es amoroso o no? Pensando nada más ¿Vamos a decidirlo? No es posible.

La metafísica nos conducirá, pues, al absurdo. Cuando la imaginación humana se vuelve lógica no hace pensar que hemos logrado algo, sin darnos cuenta que la imaginación, lo mismo que la lógica, es nuestra. Nada hemos adelantado. Empieza siempre contigo si quieres escapar de la metafísica, y si no puedes apartarte de ella, no puedes ser religioso. Metafísica y religión son opuestas. Tampoco empieces con Dios, sino con tu mente, donde estás: siempre empieza por ahí. Si empiezas por ella, tu mente, algo es posible, algo se puede saber, algo transformarse: está en tu capacidad, y si recurres a ella para lograr completamente algo contigo mismo, tu capacidad de hacer crecerá, te expandirás; desaparecerá tu barrera tu conciencia se transformará. Sólo entonces puedes empezar por lo Divino.

Cuando hayas entrado en contacto con lo Divino, sabrás que es la gracia, la gratitud. Gracia es lo que sientes derramar sobre ti de todas partes, y gratitud lo que sientes en tu corazón, en el centro de ese espacio interno sobre el cual el todo está prodigando su amor, su compasión, su gracia. Sólo entonces tiene sentido decir: “¡Oh Dios!” o “¡Har Ram!”. De otra manera son nada más que palabras, palabras desconocidas para la existencia, aprendidas a través del lenguaje, encontradas en las escrituras.

Por eso no diré cuáles son los atributos de Dios. En lo que a mí concierne, Dios carece de atributos, lo que no quiere decir que cuando nos pongamos en contacto con él no sintamos su amor y su gracia. Esto solo significa que no son sus atributos, sino que ésta es su naturaleza; así es y no puede ser de otro modo. No importa que estés cerrado, incluso opuesto a Él; de espaldas; Él es el mismo. El es la luz. No se desvanecerá esa luz porque tus ojos estén cerrados. Ábrelos, y contempla. La luz está ahí; siempre ha estado. Empieza, pues, con tus ojos.

Nada puedes pensar acerca de la luz. ¿Qué podrías pensar? Cualquier pensamiento será equivocado, desde su base. No puedes pensar lo que no conoces. Pensar en lo que conoces puede volverse círculo y nunca llegar a lo desconocido; es inconcebible. Lo desconocido no es para ser pensado; por eso los pensadores niegan a Dios, porque para ellos, Él es desconocido. Si alguien dice que Dios no existe, no es que vaya en contra de Dios, simplemente es un hombre que piensa. No está en contra de Dios porque esto significaría haberlo conocido antes. Quien conoce no puede estar en contra. Esto sólo demuestra, no que lo conoce, sino que simplemente piensa. No está en contra de Dios porque esto significaría haberlo conocido antes. Quien conoce no puede estar en contra. Esto sólo demuestra, no que lo conoce, sino que simplemente piensa; y como el pensamiento no puede concebir lo desconocido; lo niega.

No empieces con Dios; falso comienzo que siempre conduce a la tontería. Así, toda la metafísica es tontería; piensa sobre cosas sobre las cuales no se puede pensar, y va sentando afirmaciones sobre la existencia acerca de la cual nada puede afirmarse. Sólo el silencio tiene sentido. En cambio si comienzas contigo, mucho en concreto puedes decir, incluso algo científico. Empieza, pues, contigo: es lo correcto.

La religión significa empezar con uno mismo, y la metafísica con Dios, eso que es locura, pero locura con un método. El loco es un metafísico, pero sin método; todos los metafísicos lo son pero con metodología. Debido a ella parece que hablan con sentido y, sin embargo, continúan diciendo tonterías.

Empieza contigo, no preguntes si Dios existe, sino ¿existo yo? No preguntes si el amor es atributo divino, sino si el amor es atributo del "mí", si el "yo" ama; no preguntes acerca de la gracia, sino si el yo siente gratitud; así partes del polo cerca¬no, a un paso de nosotros. y eso podemos saberlo.

Empieza siempre por el comienzo, no por el final, porque entonces no hay comienzo alguno. El que empieza por el principio llega al final, pero el que empieza por el final ni siquiera alcanza el comienzo, porque el comienzo del fin es imposible. Has de Dios, no una noción metafísica, sino una experiencia religiosa: ahóndate, allí está, El siempre esperándote. Pero algo tienes que hacer contigo, este algo es meditación, yoga. Tal como eres, estás cerrado, muerto; no estás en diálogo con la Divinidad, con la Existencia. Transfórmate, abre las puertas, rompe algunos espacios, has algunas ventanas; salta fuera de tu mente, de tu pasado; y entonces no solamente sabrás, sino que vivirás. Vivirás con la Gracia Divina; vivirás con el amor; serás parte de él, como una ola. Y cuando te hayas convertido en ola de la Divinidad, sólo entonces tú también serás auténticamente divino.

En nada soy yo un metafísico; puedes llamarme anti metafísico. La religión es existencial; comienza contigo, transforma tu mente agresiva; deja que sea receptiva y negativa. Buda trató, por seis años continuamente, de saber lo que era lo divino, y no se puede decir que haya dejado nada por hacer. Llevó a cabo lo humanamente posible; incluso lo que parece imposible. Hizo todo lo que se practicaba entonces. Fue maestro de todos los métodos que conoció. Visitó todos los gurùs, y aprendió y practicó lo que le enseñaron hasta que le decían que ya podía irse, pues le habían dado todo lo que ellos podían darle. Pero Buda insistía: "aún no he conocido lo Divino".

Así sucedió con todo gurù. Entonces les dejó y creó su propio método. Por seis años estuvo en una lucha de vida o muerte; hizo todo lo factible. Y al fin, estaba muy cansado, mortalmente cansado, y cuando fue a tomar su baño en el río Niranjana, cerca de Bodh Gaya, se sintió tan débil que no podía salir del agua. Se agarró entonces de la raíz de un árbol y pensó: "estoy tan débil que ni siquiera puedo, mantenerme en este arroyo; ¿cómo lanzarme al vasto océano del mundo? Todo lo he hecho y no he encontrado a la Divinidad; únicamente he cansado mi cuerpo". Se sintió a las puertas de la muerte, sin poder hacer nada. Se relajó y le invadió una nueva energía: florecía entonces lo reprimido en los años anteriores. Salió del río sintiéndose como una pluma sin peso, y se sentó bajo el árbol Bodhi. La noche era brillante de luna llena. Se le acerca una niña shudra (paria) llamada Sujata. Su nombre indicaba condición shudra, aunque significara "'bien nacida". Ella había prometido al árbol Bódhi una ofrenda, diaria y llegaba con algunos dulces. Buda estaba ahí, cansado, pálido, anémico, pero relajado, absolutamente despreocupado. Persona alguna había en los alrededores. Sujata sintió que la deidad del árbol había venido a recibir su homenaje, homenaje que; en otro tiempo, Buda hubiera rehusado, pues no descansaba en la noche, ni comía alimento alguno. Pero ahora, sintiéndose totalmente relajado, tomó el alimento y quedó dormido. Era la primera noche en seis años qué realmente había logrado el sueño. Relajado, sin nada que hacer, sin preocupaciones, sin ni un mañana siquiera, pues el mañana existe sólo cuando hay acción: bastaba el momento.

Se despertó a las cinco, cuando la última estrella se desvanecía. Vio esa última estrella con mente ausente, porque cuando no aguijonea la acción, la mente se ausenta: la mente es la facultad que tenemos para obrar, la facultad que tenemos para obrar, la facultad técnica. Sin ella, sin nada que hacer; sin esfuerzo de su parte, indiferente Buda a su condición de vivo o muerto, abrió los ojos y empezó a danzar. Había alcanzado aquél conocimiento que fue inasequible a través de tantos esfuerzos.

Cuando alguien le preguntaba cómo alcanzarlo, respondía: "cuanto más traté de lograrlo. más, me sentí perdido. ¿Cómo puedo decir que algo he conquistado? Cuanto más traté y más me preocupé, menos lo alcancé. La mente trataba de transcenderse a sí misma, y eso es imposible: es como tratar de ser el padre de uno mismo, de darse a uno nacimiento. No puedo, pues, decir que alcancé algo, sino tan sólo que lo intenté tanto, que me aniquilé. Ya cualquier esfuerzo era absurdo. Y en el momento de pasividad, cuando ya la mente no respondió, cuando ya no pensé, se desvaneció el futuro, así como el pasado: ambos van siempre juntos, éste atrás, aquél adelante.

Si uno tiene fin, el otro deja de ser simultáneamente y, sin ellos, no hay mente. Yo estaba sin mente, sin «yo». Algo sucedió entonces, y lo único que puedo decir es que eso estaba siempre sucediendo, pero yo no me había dado cuenta. No puedo decir qué sucedía en ese momento, sino que eso ha estado siempre sucediendo, pero que yo estaba cerrado".

Y agregó: "sólo puedo decir que he perdido algo: el ego, la mente; que lo que alcancé ha estado siempre ahí, en toda piedra, en toda flor. . . pero que hasta ahora lo reconozco: estaba ciego. He ahí lo que he perdido: mi ceguera; nada he alcanzado". Cuando empiezas con lo Divino, ya empiezas a alcanzar algo.

Al empezar contigo, algo empiezas a perder, ese algo que va desvaneciéndose y, por fin, desaparece. Y cuando tú ya no estás, la Divinidad es, con toda su gracia, su amor, su compasión; pero únicamente cuando tú ya no estás.

La condición categórica es no existir: no hay excepciones. Esto es absoluto; tú eres la barrera: anúlate y lo sabrás. Y sólo cuando tú sabes, sabes. No lo puedes entender ni yo explicártela. Pero lo que digo no es algo metafísico, sino únicamente mostrarte que has de empezar por ti mismo.

Si así lo haces llegarás a lo Divino, tu otra parte, tu otro polo, pero empieza por esa orilla, no por la otra, por donde no estás. Empieza por el aquí y cuanto más profundices, menos serás tú, y tan pronto como llegues al total entendimiento de ti mismo, entrarás en la inexistencia, serás totalmente negativo, y en esa total negación, conocerás la gracia que siempre está derramándose, siempre proyectándose desde la eternidad. Conocerás el amor que te rodea, ese amor que siempre ha estado ahí. Aniquílate, y de ello serás consciente.

No hay comentarios:

Buscar este blog