sábado, 9 de noviembre de 2019

DEJAR DE HABLAR


El Buda habló durante cuarenta y dos años, por la mañana, por la tarde, por la noche, y entre medias. Y habló de una sola cosa: de dejar de hablar, de estar en silencio. “Ni una palabra”.

Suigan, un Maestro, lleva muchos meses hablando y al final de la sesión dice: “He estado hablando, de este a oeste, durante todo el verano, para mi hermandad. Mirad cómo me crecen las cejas”. Lo que está diciendo es: “A ver, ¿sigo vivo o estoy muerto? Con tanto hablar puede que me haya muerto, puede que haya dejado de crecer”.

El primer discípulo dice: “Qué bien crecen, maestro”. Es cierto, al cien por cien. Puede ver en el maestro. Esas palabras no han perturbado el silencio del maestro, no se han convertido en su muerte; su vida fluye como siempre. No se han transformado en un obstáculo. Se te permite hablar sólo cuando tus palabras no destruyen el silencio. Cuando tu silencio permanece inmaculado, sin ser mancillado por tus palabras, entonces puedes hablar. Entonces tus palabras serán una bendición para el mundo. Ayudarás a muchas personas a salir de sus palabras. Tus palabras se convertirán en medicina. Pero si tus palabras perturban tu silencio –si mientras hablas pierdes contacto con tu núcleo de serenidad más íntimo-, entonces todo será inútil. Será mejor que primero te cures a ti mismo, antes de empezar con otro. Harías más mal que bien.

El discípulo dice: “Qué bien crecen, maestro. Puedo ver que vuestro silencio permanece imperturbable”.

El segundo discípulo dice: “Quien comete un robo se siente incómodo en este corazón”. Todavía mejor que el primero. Está diciendo: “Maestro, aunque está usted más allá del robo, no obstante, si robase, se sentiría culpable. Sabemos que esas palabras no le perturbarán, pero aun así las palabras son tal molestia que se siente usted un poco culpable. Lo veo”.

Comprendo la idea del segundo discípulo. Sí, hablándoos a vosotros también me siento yo culpable porque existe el peligro de que no escuchéis lo que estoy diciendo, de que no escuchéis lo que quiero decir y empecéis a hablar como yo. El peligro existe, está ahí. Estoy cometiendo un crimen. Y debe cometerse porque parece que no hay otro modo de ayudaros. Hay que correr el riesgo.

El segundo discípulo profundiza más. El primero estaba en lo correcto al cien por cien, recuérdalo, pero el segundo tiene razón al doscientos por cien. Dice: "Quien comete un robo se siente incómodo en este corazón. Lo veo”.

El tercero tiene razón al trescientos por cien. El tercero no dijo nada, sólo murmuró: “Kwan!”. Es como “¡Eo!”. Decir algo no tiene sentido, así que simplemente murmura un sonido. Y lo que está diciendo es: “Sea lo que sea lo que haya estado diciendo no son más que sonidos vacíos, maestro. No se preocupe. Sea lo que sea lo que dijo no son más que palabras, como mi “Kwan!”. Sí, a veces sirve para ayudar a despertar a un hombre, pero no quiere decir nada. Si alguien duerme profundamente y le gritas “Kwan!” a la oreja, abrirá los ojos, eso es todo. Se habrá hecho el trabajo. Pero el “Kwan!” en sí mismo no significa nada”.

* Kwan! Es sólo una exclamación, sin ningún significado implícito. No es ningún símbolo, es la cosa en sí misma. (N. del T.).

Eso es exactamente lo que son las declaraciones del maestro: un “Kwan!”. No quieren decir nada, no implican ninguna filosofía. Sólo son gritos para despertarte. El tercero ha comprendido del todo. Está en el mismo espacio que el propio maestro.

¿De dónde proviene este “Kwan!”. Viene de kokoro, de nada de nada. Y cuando estás en esta nada todo es posible. Esta nada es tan potente, tan positiva que esta nada es Dios. Los budistas no utilizan la palabra Dios, porque Dios parece que confine. Utilizan la nada, el vacío: kokoro, sunyatta. En toda la existencia.

Estas son palabras de John Donne: “Dios es tan omnipresente que Dios es un ángel en un ángel, y una piedra en una piedra, y una paja en una paja”.

En esta nada habrás penetrado en la auténtica naturaleza de las cosas. Esta penetración en la naturaleza de las cosas es el objetivo. Y sólo es posible cuando no dices “Ni palabra”. Entonces las cosas son.

Escucha estas palabras de Wordsworth:

El gallo cacarea,
el arroyo fluye,
los pajaritos gorjean,
el lago refulge,
los verdes prados dormitan al sol.

Todo es tal cual es. El gallo cacarea y los verdes prados dormitan al sol. “Dios es tan omnipresente que Dios es un ángel en un ángel, y una piedra en una piedra, y una paja en una paja”. Entonces Dios desaparece, sólo queda santidad. Desaparece la deidad, quedando sólo divinidad, pura, divinidad líquida, permeando todo el espacio.

La otra noche estuve leyendo el diario de Leonardo da Vinci. En él escribió una frase que me conmocionó: “Entre las grandes cosas que pueden encontrarse entre nosotros, el ser nada es la más grande”. Ese ser nada se manifiesta sin palabras, sin lenguaje, sin conceptos, sin mente, sin actividad mental.

Ahora esta pequeña parábola:

“Un maestro zen señaló lacónicamente a un estudiante que llevaba cierto tiempo hablando de teoría zen…”

Bueno, lo primero es que el zen no tiene teoría. Es un enfoque no teórico de la realidad. No tiene doctrina ni dogma, de ahí que carezca de iglesia, de sacerdotes, de papa. Cuando empiezas a hablar sobre la teoría del zen, el zen deja de ser zen. Existe la teoría pero no el zen. El zen y la teoría no pueden coexistir. La teoría está muy limitada; el zen es una experiencia ilimitada. El zen es más parecido al amor, no puedes definirlo. El zen es muy terrenal. Es un raro fenómeno. Es el resultado del encuentro de dos genios: el genio hindú y el genio chino. El genio hindú es muy abstracto, incluso el Buda. Intenta con todas sus ganas no serlo, pero ¿qué puede hacer? Después de todo un hindú es un hindú.

El genio hindú es muy abstracto. Habla de grandes cosas, de grandes teorías; hila grandes ideas. Realiza vuelos muy elevados por el cielo, sin llegar a posarse en la tierra. El genio hindú no ha sabido durante muchos siglos cómo aterrizar en la tierra. Sube y sube, y luego no sabe cómo volver. Carece de raíces. Tiene alas, pero no raíces. Esa es su miseria.

El genio chino está más inclinado hacia lo terrenal, es más práctico, más pragmático. No penetra mucho en el cielo. Y aunque se adentre un poco, siempre mantiene los pies en la tierra, firmemente asentados en la tierra. No echa a volar como un pájaro, sino que entra en el cielo como un árbol. Mantiene sus raíces en la tierra, en muy elevada proporción. Lao-tzu es muy práctico, al igual que Confucio.

Cuando Bodhidharma fue a China con el gran mensaje del zen, resultó un gran encuentro, una gran síntesis entre el genio hindú y el chino. El zen no es ni hindú ni chino. Cuenta con ambos, y no obstante está más allá.

Así que si le preguntáis a un budista indio –hay muy pocos-,no se tomará el zen en serio. Dirá: “Son todo tonterías”. Allí donde sigue prevaleciendo el budismo hindú –en Ceilán, Birmania, Tailandia- nadie habla del zen. La gente se ríe. Dicen que es como una broma.

Si hablas con gente zen china y japonesa acerca de las grandes escrituras budistas, dirán: “Quémalas de inmediato. Todas las teorías abstractas no son más que tonterías. Apartan al hombre de la realidad”.

Para mí, el zen es una de las mayores síntesis que se han dado, un fenómeno trascendental. La primera cosa al respecto es que es existencial, no teórico. No dice nada acerca de la verdad, sino que te ofrece la verdad tal cual es. Sólo te despierta. Te sacude para despertarte, te grita para despertarte, pero no te ofrece teorías, ni doctrinas, ni escrituras, la única religión capaz de destruir todos los ídolos, y también todos los ideales.

No hay comentarios:

Buscar este blog