sábado, 16 de noviembre de 2019

EL DISCÌPULO Y EL ESTUDIANTE.


¿Cuál es la diferencia entre un estudiante y un discípulo? El estudiante quiere saber más, aprender más. El estudiante quiere convertirse en erudito. El estudiante anhela el Árbol del Conocimiento. El estudiante quiere comerse todas las manzanas posibles. El estudiante es curioso, inquisitivo, pero no está listo para ser transformado.

El discípulo es un fenómeno distinto. El discípulo no anhela conocimiento; quiere ver, no saber. Quiere ser. Ha dejado de estar interesado en acumular conocimiento, y lo que quiere es tener más ser. Su dirección es completamente distinta. Si para tener más debe deshacerse de todo su conocimiento, está listo. Está preparado para sacrificarlo todo.

El discípulo no es un acaparador; el estudiante sí lo es. Y claro, cuando acaparas, lo guardas todo en la memoria. La memoria no deja de crecer en la mente de un estudiante, pero no es su consciencia. En el interior de un discípulo, la memoria empieza a desaparecer poco a poco. Ha dejado de cargar con el peso del pasado. Sólo sabe lo esencial. Su conocimiento es utilitario. Pero su consciencia empieza a crecer. Su energía se traslada de la memoria a la consciencia.

Esa es la gran diferencia entre un estudiante y un discípulo. El estudiante quiere saber acerca de; todo su esfuerzo está dirigido a pensar mejor. El discípulo quiere ser; todo su esfuerzo está dirigido a cómo ser, a cómo regresar a casa, a cómo volver a recuperar esos ojos infantiles, a cómo renacer. Eso es lo que Jesús quiere decir cuando dice: “A menos que volváis a nacer”. Estaba buscando discípulos. Y a Nicodemo le dijo: “A menos que vuelvas a nacer no me comprenderás y no podrás entrar en el reino de Dios”…

Puede que no sepas que el tal Nicodemo era un profesor, que había llegado en busca de conocimiento. Era un famoso rabino. Estaba en el consejo del gran tempo de Jerusalén. No fue de día porque temía que la gente pudiera reírse de él, de que un erudito tan importante, de que un profesor tan conocido en todo el país, acudiese a un hombre ordinario, a una especie de hippie.

Sí, porque Jesús iba con gente ignorante, con elementos antisociales, tenía todo tipo de gente, estaba con personas nada respetables. Era un hombre joven con aspecto de loco. Y hablaba de cosas de las que sólo hablan los neuróticos o los budistas. Siempre que surge la cuestión de decidir si alguien es un buda o un neurótico, acabas diciendo que es un neurótico, porque decidir que es un buda va contra tu ego. Así que la gente sabía que Jesús era un poco neurótico, que estaba un poco loco, que era un excéntrico, y a su alrededor había reunido a gente un tanto peligrosa.

Así que Nicodemo no podía acudir a verle a plena luz del día: fue a preguntarle en mitad de la noche. Y le preguntó: “¿Qué es ese reino de Dios del que tanto hablas? ¿Qué es? Quiero saber más sobre eso”. Sobre eso… cuidado. Y Jesús le dijo: “A menos que vuelvas a nacer no sabrás lo que es”. Eso fue demasiado para Nicodemo. ¿Volver a nacer? ¿Tiene un precio tan alto? Morir y volver a nacer… parece demasiado.

Un estudiante está dispuesto a pagar en monedas pequeñas; un discípulo está dispuesto a pagar con su vida. Un estudiante tiene una pesquisa; el discípulo… no sólo es una pesquisa. No hay palabra para expresarlo. Pero en sánscrito tenemos una: mumuksha. Y para pesquisa tenemos otra: jigyasa. Significa que uno quiere saber más. Mumuksha quiere decir que uno quiere ser más. Uno quiere ser liberado de todo confinamiento. No se quiere seguir confinado en ningún tipo de cautiverio: en la tradición, en las escrituras, la sociedad, el estado. Uno no quiere seguir padeciendo ningún tipo de cautiverio; lo que uno quiere es ser libre, totalmente libre. Esa rebelión, esa necesidad de libertad total, es mumuksha. En Occidente, no hay palabras para traducirla. Podemos decir que es el deseo de pasar a ser carente de deseos; el deseo de ser tan completamente libre que ni siquiera quiere rastro de ese deseo.

El estudiante, y el erudito, y el profesor lidian con palabras, acuñan nuevas palabras, juegan con las palabras. Todo su negocio requiere de palabras, vacías e impotentes. Pero siguen jugando con ellas y creando otras nuevas.

Un discípulo se ha convertido en un hombre silencioso. Un discípulo sabe que estar en silencio es natural. Escuchar al maestro en silencio. De hecho, no se trata de escuchar demasiado sus palabras, sino de escuchar su silencio, que siempre está tras las palabras. Empiezas escuchando sus palabras, pero poco a poco vas escuchando el silencio.

Poco a poco, lentamente, te gradúas de las palabras y pasas al silencio. Poco a poco, lentamente, tiene lugar un cambio, cambia la concepción global: dejas de estar interesado en lo que dice el maestro, y empiezas a ocuparte de lo que es.

No hay comentarios:

Buscar este blog