sábado, 13 de noviembre de 2021

LA SOCIEDAD, LA RELIGIÓN Y LA LIBERTAD

 

Dice Jesus:

Bienaventurados los solitarios y los elegidos porque de ellos será el reino de los cielos; volveréis a él porque procedáis de él”. (Del Evangelio según Santo Tomás)

El más profundo impulso del hombre es el de ser totalmente libre. La liberación, moksha, es el fin. Jesús lo llama «el reino de Dios»; ser igual que reyes, simbólicamente, de modo que no haya impedimentos a tu existencia, ninguna servidumbre, ninguna frontera; existes como infinito, no te chocas con nadie en ninguna parte:.., como si estuvieras solo.

La libertad y la soledad son dos aspectos de una misma cosa. Por eso el místico jainista Mahavira denominó a este concepto de libertad kaivalya. Kaivalya significa estar completamente solo, como si no existiera nadie más. Cuando estás completamente solo, ¿quién te va a esclavizar? Cuando no hay nadie más, ¿quién es el otro?

Por eso aquellos que buscan la libertad tendrán que estar solos; tendrán que descubrir un camino, un medio, un método para alcanzar su soledad.

El hombre nace como parte del mundo, como miembro de una sociedad, de una familia, como parte de los demás. Es educado, no como un ser solitario, sino como ser social. Todo el ejercicio, la educación, la cultura, consiste en hacer de ese niño una pieza que encaje en la sociedad, en hacer que se adapte a los demás. Esto es lo que los psicólogos llaman «adaptación». La persona solitaria siempre parece una inadaptada.

La sociedad es una especie de cadena, un modelo de muchas personas, una multitud.

Allí tienes un poco de libertad; a un alto precio. Si sigues a la sociedad, si te conviertes en una copia obediente de los demás, te dejarán un pequeño margen de libertad. Si te conviertes en un esclavo, te dan libertad. Pero es una libertad dada; te la pueden quitar en cualquier momento.

Además, a un alto precio: supone un ajuste con los demás, de modo que los límites están destinados a existir.

En la sociedad, en la vida social, nadie puede ser totalmente libre. La mera existencia de los demás supondrá un problema. Sartre dice: «El otro es el infierno», y tiene bastante razón, ya que la otra persona te crea tensión; te preocupas a causa del otro. Habrá un choque, porque el otro está buscado una libertad absoluta, también estás buscando libertad absoluta —todo el mundo necesita libertad absoluta—, y la libertad absoluta sólo puede existir para uno.

Incluso aquellos a los que llamáis reyes no son totalmente libres; no pueden serlo. Puede que aparenten ser libres, pero es falso: tienen que ser protegidos, dependen de los demás. Su libertad no es más que una fachada. Pero, aun así, por este deseo de ser completamente libres, uno quiere ser rey, emperador. El emperador da la falsa impresión de ser libre.

Uno quiere ser rico, porque la riqueza también te da la falsa impresión de que eres libre.

¿Cómo puede ser libre un pobre? Sus necesidades serán su esclavitud, y no las podrá colmar. Allá donde va choca con un muro que no puede atravesar. Esto es, el deseo de riqueza. En lo más profundo está el deseo de ser totalmente libre, y todos los demás deseos son una consecuencia de éste. Pero si caminas por un sendero equivocado, podrás seguir caminando, pero nunca alcanzarás el objetivo, porque desde el primer momento has tomado una dirección equivocada; te equivocaste en el primer paso.

En hebreo antiguo la palabra pecado es muy bella. Significa alguien que ha errado el tiro.

Realmente no tiene un sentido de culpa implícito; pecado significa uno que ha errado el tiro, que se ha extraviado. La religión supone volver al buen camino, de modo que no pierdas el objetivo.

El objetivo es la total libertad; la religión supone sólo un medio para alcanzarlo. Por eso tienes que entender que la religión existe como una fuerza antisocial. Su verdadera naturaleza es antisocial, porque en la sociedad no es posible la total libertad.

Por otro lado, la psicología está al servicio de la sociedad. El psiquiatra no hace más que intentar por todos los medios que te adaptes de nuevo a la sociedad; está al servicio de la sociedad. La política, por supuesto, está al servicio de la sociedad. Te da un poco de libertad para poder convertirte en un esclavo. Esa libertad es sólo un soborno; te la pueden quitar en cualquier momento. Si piensas que eres realmente libre, es probable que pronto te encierren en una prisión.

La política, la psicología, la cultura y la educación están todas al servicio de la sociedad.

La religión por sola es básicamente rebelde. Pero la sociedad te ha tomado el pelo, ha creado sus propias religiones: cristianismo, hinduismo, budismo, islamismo; no son más que ardides sociales.

Jesús es antisocial. Fíjate en Jesús: no era un hombre respetable, no lo podía ser. Andaba con elementos equivocados, con elementos antisociales. Era un vagabundo, una persona rara; no podía ser de otra manera, ya que Él no escuchó a la sociedad ni se adaptó a ella. Él creó una sociedad alternativa, un pequeño grupo de seguidores.

Los ashram han existido como fuerzas antisociales; pero no todos los ashram, porque la sociedad siempre intenta engañarte. De cien ashram, puede que haya uno —y tampoco es seguro— que sea un auténtico ashram, porque funciona como una sociedad alternativa, contra la sociedad, contra la masa sin nombre. Ha habido escuelas —por ejemplo, los monasterios budistas de Bihar— que han tratado de crear una sociedad que no tenga nada que ver con el modelo habitual. Han creado caminos y modos de hacerte totalmente libre, sin ninguna servidumbre, sin disciplina de ningún tipo, sin ninguna frontera. Se te permite ser infinito, ser la totalidad.

Jesús es antisocial, Buda es antisocial, pero el cristianismo no es antisocial, el budismo no es antisocial. La sociedad es muy astuta; inmediatamente absorbe todo fenómeno antisocial dentro de lo social. Crea una fachada, te da una falsa moneda y eres feliz, como a los niños cuando les dan una falsa tetilla de plástico, un calmante. La chupan y se creen que están comiendo. Los calmará; por supuesto, se quedarán dormidos.

Cuando un niño está intranquilo, hay que hacer esto: hay que darle un chupete. Él chupa, creyendo que está consiguiendo auténtico alimento. Sigue chupando, y el hecho de chupar se convierte en algo monótono; no entra nada de líquido, ¡sólo está chupando, pero se convierte en una especie de mantra! Se queda dormido. De puro aburrimiento, le empieza a entrar sueño y se duerme.

El budismo, el cristianismo, el hinduismo, y todo los demás «ismos» que se han convertido en religiones establecidas, no son más que calmantes. Te consuelan, te proporcionan un buen sueño, te permiten una existencia sosegada en medio de esta esclavitud horrible que te rodea; te producen el sentimiento de que todo está bien; nada está mal. Son una especie de tranquilizantes. Son drogas.

El LSD no es la única droga. El cristianismo también lo es; además es una droga más compleja y sutil que te produce una especie de ceguera. No puedes ver lo que ocurre. No sientes cómo estás desperdiciando tu vida; no puedes ver la enfermedad que has incubado a lo largo de muchas existencias. Estás sentado sobre un volcán, pero ellos te continúan diciendo que todo va bien: «Dios está en el cielo, y el gobierno en la tierra; todo va bien». Además, los curas te siguen diciendo: «No te preocupes; estamos aquí. No tienes más que dejar todo en nuestras manos y cuidaremos de ti en este mundo, y también en el otro». Y lo has dejado en sus manos; por eso eres infeliz.

La sociedad no te puede dar libertad. Es imposible, porque la sociedad no puede hacer a todo el mundo completamente libre. Entonces, ¿qué hacer? ¿Cómo trascender la sociedad? Ésa es una pregunta para una persona religiosa. Sin embargo, parece algo imposible de conseguir: allá donde vas, está la sociedad. Puedes cambiar de una sociedad a otra, pero seguirá existiendo la sociedad. Puedes ir incluso al Himalaya; crearás una sociedad allí. Empezarás por hablar con los árboles, porque estar solo resulta muy difícil. Empezarás a entablar amistad con los pájaros y los animales, y, tarde o temprano, se creará una familia. Todas las mañanas esperarás que llegue aquel pájaro y comience a cantar.

Entonces no te darás cuenta de que te has vuelto dependiente; el otro ha entrado en acción.

Si no llega el pájaro, te sentirás un poco nervioso: ¿qué le ha pasado al pájaro? ¿Por qué no ha venido? Surge la tensión, y no existe ninguna diferencia con respecto a cuando te preocupabas por tu mujer o por tu hijo. No cambia nada, es el mismo modelo: el otro modelo.

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