sábado, 9 de agosto de 2014

LAS VIBRACIONES

La gente como Jesús, Pitágoras, Sócrates, Plotino, Gautama Buda, Lao Tse, Chuang Tzu... la gente que está en este estado irradia continuamente, pero no a base de esfuerzo: sin esfuerzo y espontáneamente. Su experiencia, como una vela, irradia luz; su consciencia se ha convertido en una luz. Su ser ha adquirido una fragancia, un florecimiento, y todo lo que les rodea atrapa esa vibración que continuará durante siglos.

En India he visitado algunos lugares... El lugar donde Gautama Buda se iluminó se llama Bodh Gaya. Es un pequeño templo. Algunos seguidores construyeron un templo que sirviera de recordatorio bajo el árbol donde Buda se iluminó. Ese árbol aún recuerda algo, y más tarde me enteré de que el árbol bodhi tiene cierta sustancia que no tiene ningún otro árbol, es la sustancia que hace del hombre un genio. Sólo los genios tienen esa sustancia en sus mentes, y en el mundo de los árboles, sólo el bodhi tiene esa sustancia. Quizá sea más perceptivo, más receptivo; tiene cierta genialidad.

Buda se quedó debajo del árbol durante muchos años. Toda aquella área aún desprende una fragancia, y justo al lado del árbol está el lugar donde él solía caminar. Cuando se cansaba de estar sentado en meditación, se levantaba y meditaba, y ese lugar está señalado por piedras de mármol. Pero sentado bajo el árbol o caminando sobre esas piedras, puedes sentir que no estás en este mundo, que ese lugar tiene algo que no tiene ningún otro lugar. Quizá en el momento en que se iluminó algo explotó en él y se quedó pegado a todo lo que pudiera atraparlo. Antes solíamos pensar..., pero no es el caso. Ahora está muy bien probado que los árboles son muy sensibles, más sensibles que los seres humanos, aunque su sensibilidad está a otro nivel.

Un científico estaba trabajando con árboles. Puso en el árbol cierto aparato, una especie de cardiograma que dibuja gráficos de los sentimientos del árbol, y se quedó sorprendido de que cuando vino el jardinero... El científico dijo al jardinero: «Ve y corta una de las ramas del árbol. Quiero ver el efecto.» Pero no hubo necesidad de cortar la rama. Cuando el jardinero vino con el hacha, ¡el gráfico ya estaba disparado!

El científico dijo: «No lo hagas; al árbol ya le ha llegado la idea de que vas a cortarlo y hacerle daño.» Más adelante se sorprendió todavía más porque, cuando cortas un árbol, los gráficos de todos los demás árboles de la zona se vuelven locos. Cuando el mismo jardinero viene a regar el árbol, el gráfico permanece perfectamente equilibrado. Se vuelve todavía más armonioso. Parece que el árbol es capaz de captar tus pensamientos, tus ideas.

Quizá suceda lo mismo con las rocas, la tierra, porque todas ellas están vivas. Su vida puede estar a otro nivel, pero siguen estando vivas, y ciertamente son más simples y más inocentes. En Tíbet han conservado los cuerpos de los iluminados porque si los árboles, las piedras y la tierra se quedan impresionados por una gran experiencia, entonces ciertamente el cuerpo humano, sus huesos, también deben quedarse impresionados; están más cerca.

Quizá los tibetanos fueron los primeros en entenderlo: recubrieron de oro los cuerpos de noventa y nueve grandes maestros. Ese solía ser el lugar más sagrado del Tíbet. Es justamente... Si has visto una fotografía del Potala, el palacio del Dalai Lama, está justo debajo. El Potala está en lo alto de una montaña y debajo hay muchas cuevas. Una de las cuevas está dedicada exclusivamente a esos noventa y nueve cuerpos.

¿Por qué se detuvieron en noventa y nueve? ¡Es un número extraño! El número cien habría sido más apropiado. Tuvieron que detenerlo porque el linaje del Dalai Lama cayó desde la altura a la que solía estar, y el país no podía producir a nadie que mereciera tomar el centésimo lugar en el templo sagrado. Se abría a la gente una vez al año y pasar por él era pasar por otro mundo.

Poco a poco en todos los países en los que florecía la espiritualidad, la gente se dio cuenta de que pasaba algo... Por eso se han preservado las cosas que eran usadas por estas personas y sus cuerpos se han convertido en reliquias. En India se queman los cuerpos, pero te sorprenderá saber que a los restos que quedan después de la cremación se les llama «flores.» Las cenizas de la gente común son arrojadas a ríos sagrados, pero las «flores» de los iluminados son preservadas en samadhis: en preciosos mausoleos de mármol. Simplemente el hecho de sentarse allí ya es una meditación. El problema es que el mundo está gobernado por gente que no sabe nada de esto.

Por ejemplo, Delfos no debería estar abierto a todo el mundo porque destruirán su vibración sutil. ¡Pero al Gobierno le interesa el turismo!

Delfos sólo debería estar abierto a unos pocos elegidos, elegidos por la escuela de misterios que debería existir allí. Delfos fue una escuela de misterios. En los días de Pitágoras y Sócrates, Delfos era el templo de la sabiduría, el más famoso de todos los templos. La sacerdotisa solía entrar en trance. Mientras rezaba, bailaba y cantaba en el templo, debía entrar en trance y durante ese estado decía cosas que siempre resultaban ser ciertas. Ella misma no podía recordar nada al regresar del trance; quizá el trance la llevaba a una capa superior de la mente, tal vez a la mente cósmica.

En uno de esos trances ella declaró que Sócrates era el hombre más sabio del mundo. Y unos pocos visitantes procedentes de Atenas se pusieron muy contentos porque Sócrates era ateniense. Llegaron hasta él -ya era anciano- antes de su muerte, antes de su asesinato y le dijeron: «Deberías estar contento; el oráculo de Delfos te ha declarado el hombre más sabio del mundo.»

Sócrates dijo: «Ya es demasiado tarde. Cuando era joven pensaba que sabía mucho, que era muy sabio. Cuanto más aprendía, más ignorante me hacía porque tomaba consciencia de que lo que se es poco y lo que no se es muchísimo. Ahora, a mi edad, puedo decir con certeza que no se nada. El oráculo, parece que por primera vez, ha fallado.»

La gente se quedó muy sorprendida porque Sócrates debería haberse sentido feliz al oírlo. Volvieron a Delfos y la sacerdotisa volvió a bailar y a caer en trance. Le preguntaron durante el trance: «Dijiste que Sócrates es el hombre más sabio del mundo, pero él lo niega. Él dice: "Yo no se nada..."»

Y la sacerdotisa en su trance dijo: «Por eso es el hombre más sabio del mundo. Sólo los insensatos dicen que saben. Los sabios no pueden decir eso.»

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